La génesis del pensamiento computacional que enlaza la noción del “hacer humano” con los enunciados formales, esto es, el hardware y el software, los límites de la memoria humana o el almacenamiento artificial de la información, pueden ser sintetizados en la interpretación “enigmática” de la narración cifrada de la criptoliteratura borgeana.
En una relectura profunda de sus obras, nos encontramos de cara con elementos matemáticos transmutados, moldeados en la codificación binaria subyacente a la manipulación del lenguaje computacional actual en La escritura de Dios o en La biblioteca de Babel, la teoría del caos unida en una suerte de metonimia en El jardín de senderos que se bifurcan, los silogismos dilemáticos o bicornutos, donde la relación autorreferencia-infinito es circular en La doctrina de los ciclos, el elemento parmenídeo de la infinitud en La esfera de Pascal.
La prosa borgeana de laberintos y leyes de la física cuántica en clave puede referenciarse como una antelación significativa de lo que hoy llamamos “inteligencia artificial”. La esfera de Alanus de Insulis no solo es la representación de una analogía geométrica sino un artefacto, un prototipo asimilable que nos permite visualizar el lenguaje binario con una red infinita de vínculos que nos conectan al mundo virtual de manera sistemática. Así, en El Aleph, Borges escribía: “Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”. Amante de las paradojas y los usos metafóricos, Borges propone un interrogante que intenta modelar la inteligencia artificial o, mejor dicho, encarnarla en un contexto orgánico-espacial donde al pronunciarse la sentencia “mágica” escrita por el dios, la manipulación sintáctica de una frase de catorce letras, permite generar “vida” bajo la forma de esos “nuevos golems”, puesto que, al fin y al cabo, un programa computacional no es más que un fragmento del lenguaje, una sucesión de órdenes o procedimientos algorítmicos. Y, sin embargo, se produce en El Golem un choque de culturas: la científica vs. la humanística, con una mirada diferente sobre ese “aprendiz de hombre” incapaz de reproducir en su totalidad los atributos fundamentales del ser humano. La analogía nos revela que la “criatura”, ese antropoide, si bien no habla, entiende lo que se le ordena y puede llevar a cabo ciertas tareas.
Con Funes, el memorioso, Borges nos enfrenta al problema de “overfitting” (sobreajuste) de los datos cuando entrenamos un modelo utilizando técnicas de machine learning. Así como Funes solo podía recordar detalles, “era casi incapaz de ideas generales platónicas. No solo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”, los algoritmos de machine learning que solo se ajusten para aprender los casos particulares que les enseñamos fallarán al momento de reconocer nuevos datos de entrada puesto que el modelo no será capaz de interpretarlos, ya que no habrá coincidencia con los rangos preestablecidos.
Y aunque Borges reconoce que el mecanismo ideado por Raimundo Lulio se trata de una “máquina absurda” y que en el exordio afirma que “la máquina de pensar no funciona”, finalmente admite: “La he calumniado: funciona abrumadoramente”.
*Linguista.