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el futbol, el estado y los aportes

Pagar lo que el pito vale

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El fútbol argentino atravesó una semana de revelaciones. Quizás, dentro de un tiempo no demasiado lejano, se la recuerde como la semana en la que, detrás de la búsqueda de más alivio para la impericia o indecencia de unos cuantos dirigentes, a nuestro fútbol se le empezó a correr el maquillaje después de una pretendidamente eterna fiesta de quince.
Para la gran mayoría de los dirigentes, que el Estado no haya siquiera pensado en dejar de pagar por los derechos de televisación del torneo de Primera División es una noticia que, no por descontada, no deja de ser aliviadora.
Para los clubes, que los partidos de los cinco equipos de mayor convocatoria vayan por los canales en manos privadas, se emitan por la Televisión Pública –ya no sucederá– o no se vean ni dentro de los estadios, es un asunto menor. En efecto, en tiempos de la televisión codificada, la audiencia de Boca o de River solía ser inevitablemente inferior a la de cuyos partidos se emitían por aire.

Los dirigentes sólo quieren la platita. Platita que, desde 2009 hasta aquí, rara vez se usó respetando el acuerdo original de sanear las finanzas antes de gastar torpemente los recursos en compras de jugadores o contrataciones de técnicos con la irresponsabilidad y ligereza del pibe que arma su Dream Team en el FIFA 16.
Usted dirá que esa lógica es preexistente al Fútbol para Todos. Verdad. El gigantesco pasivo de los clubes ya se venía construyendo sólidamente desde esos días en que
secuestrábamos los goles. Pequeños detalles no menores: hasta 2009, a la AFA le pagaba una empresa de capitales privados. Y lo que entraba era mucho menos que desde entonces. Visto de este modo, desde que los dineros públicos –es decir, suyos y míos– pasaron a financiar la pelota, la mayoría de los dirigentes recibieron mucho más y administraron aun peor; al menos, ignorando rotundamente las pautas de un contrato en el cual los clubes parecieron tener sólo derechos. Jamás una obligación.

Donde la dirigencia debería detenerse es en la lógica de mercado que ha quedado al descubierto a través de la flamante negociación de reventa de derechos. El Estado, que entre derechos, generación de señal y producción general terminará pagando más de 2 mil millones de pesos por el torneo que está por comenzar, no llegaría a recuperar ni el 10% a través de lo que pagará el pool formado por los canales América, Telefe y El Trece.
Presumamos que el Estado negoció mal. Que subalquiló los derechos a un precio bajo. ¿Cuánto? ¿10% menos? ¿50%? ¿100%? ¿1.000%? Ponga cualquiera de estos números y, aun así, no se cubriría lo que se pagará a la AFA.
Lo mismo viene sucediendo desde 2009. Tampoco entonces existía la forma de recuperar el dinero invertido. Ni siquiera si se hubiera vendido publicidad privada.
Antes de fin de 2015, le presentaron al presidente Mauricio Macri un estudio de mercado realizado por los principales responsables de la venta de publicidad de los principales canales. Vendiendo hasta el último segundo de publicidad del partido de Primera con menor audiencia, no se hubiera llegado más allá de los 300 millones de pesos. Un dato no menor surge de otro espectáculo al que está –todavía– ligada la Televisión Pública.

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Nuestro canal le paga a la empresa Torneos a razón de 3.800.000 pesos por los derechos de los partidos del seleccionado nacional camino al próximo Mundial. Esa fue la información que Hernán Lombardi, titular del Sistema de Medios Públicos, dio a conocer en una entrevista a La Nación. Eso se pagó, por ejemplo, en el partido ante Brasil, decididamente el encuentro de mayor convocatoria de audiencia de los 18 que se habrán jugado en ruta a Rusia. Para ese partido, la venta de publicidad estuvo más de un millón de pesos por debajo de lo pagado.
Si el partido más importante que pueda jugar nuestro seleccionado fuera de un Mundial da pérdida, ¿qué queda para el resto? ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejar de dar el servicio? En absoluto. La solución es pagar por el pito lo que el pito vale. Es la lógica de cualquier mercado vinculado con este espectáculo. Es así en Italia, en Gran Bretaña, en Brasil y en China.

Nadie paga de más a sabiendas de que de ningún modo recuperará lo invertido. Mucho menos si, como con el FpT, las cifras son groseramente deficitarias.
Está claro que hay un elemento distorsivo no menor, que es el de seguir dándole al público todos los partidos por canales de aire. Disculpen la reincidencia: hace rato que durante la administración que salió del Gobierno en diciembre último no se cumplió con esa premisa y hasta partidos de Independiente se vieron sólo por cable.
Pero los clubes se están aprovechando de modo audaz de esta situación. Una cosa es que ningún gobierno quiera pagar costos políticos de más y otra es mirar para el costado cuando te das cuenta de que se está pagando por el paquete cuatro, cinco o diez veces más que lo que ese paquete vale. ¿Por qué audaz? Porque si en algún momento hubiese que salir a vender los mismos derechos a manos privadas, aun volviendo al maldito codificado, estamos empezando a tener pautas de que los ingresos serían mucho menores. No es idea mía. Es lo que acaban de anunciar los tres de los cinco canales de aire con su acuerdo con el Estado. Un Estado que, por cierto, también podría establecer la obligatoriedad de que el fútbol se siga emitiendo por aire, pero sin usar más fondos públicos que los que el canal estatal pueda ofertar por ese espectáculo. Y que la AFA renegocie los derechos.

Un anticipo bien concreto al respecto es el de los torneos de ascenso. Anteayer comenzó el torneo Nacional B, que fue emitido durante más de una década por TyCSports, que le fue quitado por el Gobierno en ocasión del descenso de River y que últimamente recaló en la pantalla de DeporTV. A partir de 2016, el Estado dejó de pagar un canon por la televisación de esos partidos. La AFA recurrió a manos privadas –otra vez, TyCSports– y si bien aún hay negociaciones abiertas, el torneo arrancó con cuatro partidos televisados por DeporTV gracias a un arreglo de excepción sólo para la primera fecha.
La discusión es, obviamente, de dinero. Una empresa que cuenta porotos y necesita recuperar y superar lo que invierte no suele pagar por encima de su proyectado. Entonces, nadie quiere pagar lo que al fútbol tampoco le alcanza.

¿De quién es el problema? ¿Del Gobierno? ¿De las empresas? De la AFA. Ningún dirigente serio con emprendimientos privados de cierta magnitud pretendería cobrar su producto hasta diez veces más de lo que puede costar en la venta al público. Este es un fenómeno que sólo puede existir si el fútbol se hace el distraído y el Estado siente que no tiene más remedio que seguirle la corriente.
A propósito. La otra novedad que, prontamente, dejará a la intemperie el espanto con el que se maneja la mayoría de los clubes, es que será el Estado quien se encargue de armar las listas de Derecho de Admisión a los estadios. Detrás de la noticia surgió un coro mediático de apoyo a la medida “porque libera a los pobres dirigentes de la responsabilidad de tener que poner límite a esos malvados violentos”, como si algunos de esos pobres dirigentes no fuesen aliados, socios, cómplices, amigos personales y hasta compadres de esos malvados violentos. Mal destino el de la prensa que le siga quitando responsabilidades a los responsables.

No está mal que el Estado, que todo lo financia en lo que a fútbol se refiere y que dispone de las fuerzas de seguridad acorde con el fenómeno, aporte lo suyo. Pero no debemos olvidarnos de que la enorme mayoría de los barras son socios de los clubes y que esos clubes tienen todos los elementos a la mano para, por encima del acceso a las canchas, echarlos de ese ámbito sagrado en el que un asesino serial convive con un chiquito de escuela primaria. Ahí ya no puede llegar la mano del Estado.
Tengan cuidado. No vaya a ser que el Estado actúe en serio y, entonces, sólo queden arriba del escenario el delincuente y su amigo dirigente.
Por ahí tratan de licuarlo todo argumentando que ya no es asunto del fútbol. Que los barras manejan el territorio, las drogas y espacios en la política. Desde empleos hasta cargos.
Es cierto.
Tan cierto como que, mucho antes de que la política utilizase a los mercenarios para sí, esta porquería ya llenaba de inmundicia cada rincón de nuestros amados clubes de fútbol.