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Asuntos internos

Para detectar la mala poesía

16-4-2023-Logo Perfil
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Hace muchos años Witold Gombrowicz escribió un panfleto muy divertido, Contra los poetas, confesando ciertas verdades drásticas y poniendo en tela de juicio ciertas mentiras disfrazadas de verdades. A Gombrowicz la poesía no le gustaba, jamás escribió un verso, pero fue más allá, asegurando que en realidad los versos “no le gustan a casi nadie, y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado”. Aplicando un método que no dista nada de considerarse científico, cada tanto hacía la prueba, ante un auditorio improbable, de leer cualquier cosa haciéndola pasar por la creación de algún poeta notable, y nunca nadie levantó el dedo para decir: “¡Pero qué reverenda porquería!”. Lo ocurrido a Sergio Massa hace unos días, que confundió un poema horrible con una creación de Federico García Lorca, es una prueba más para la teoría de Gombrowicz: aquellos que dicen amar a la poesía en realidad la odian.

Vaya una pequeña prueba, solo para entender de qué hablamos. El poema en cuestión, perteneciente a un poeta tucumano llamado Federico García Hamilton, se titula "La cuesta de la vida" y comienza así: “Si un día el camino, que venía liviano/ Se te vuelve oscuro, y encima empinado/ Buscá a tus amigos, tomales sus manos/ Apoyate en ellos, para repecharlo”. ¿Feo, no? Que semejante cosa haya podido pasar por un poema de Federico García Lorca –poeta que por otra parte me resulta detestable, tanta españolidad me provoca vértigo y ganas de vomitar– demuestra algo que ya sabíamos, esto es, que no importa el grado y el volumen de estupideces que alguien diga, siempre va a haber otro que las acepte e incluso las aplauda. 

Pasó lo mismo con un poema, "Instantes", mal asignado a Borges, con la diferencia de que es un poema de Nadine Stair, tan malo que se parece mucho a los de Borges. No pocos incautos se tragaron el sapo, sino también la escritora mexicana Elena Poniatowska, quien escribió sobre él adjudicándoselo al escritor argentino. Instantes empieza así: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida,/ en la próxima trataría de cometer más errores./ No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más./ Sería más tonto de lo que he sido,/ de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad”.

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Como puede apreciarse, ambos comienzan y abusan de la conjunción “si”, la misma que en 1895 echó a perder Rudyard Kipling, no solo abusando, sino volviéndose el campeón del paternalismo poético. "Si...", el poema de Kipling, suele considerarse como un compendio de las reglas del buen comportamiento británico, aparentemente una serie de consejos que el autor dirigía a su hijo John –único caso en que el tono paternalista estaría, con un poco de esfuerzo, justificado–. El poema de Kipling comienza y termina con estos versos: “Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor/ la pierden y te culpan a ti./ Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,/ pero también toleras que tengan dudas./ [...] Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,/ y –lo que es más–: ¡serás un Hombre, hijo mío!”.Qué cosa más asquerosa. Todo esto me recuerda el tono sentencioso y conjuntivo del Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, solo que Collodi escribía para pagar sus deudas de juego, y eso lo disculpa. Es cierto que lo peor de su libro son esas intervenciones eficaces en las que el autor extiende el dedo y lanza una máxima, en la mayoría de los casos también precedida de un “si”, pero eso ocurre contadas veces, y en el medio pasan cosas inolvidables. De modo que a manera de conclusión, y en concordancia con los ejemplos que los lectores parecen amar mucho, permítanme decirles que si se topan con un poema que comienza con una conjunción, no lo lean. El “si” que acabo de escribir indica que es hora de que dejen de leer esto.