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Peligros del nopasanadismo

Está claro que esto no es el 2001. Pero tampoco es que no pasa nada. Más que peligrosa, esa actitud política puede resultar suicida.

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El jefe de Gabinete aseguró que el Gobierno no piensa plebiscitar el aborto. | NA

En un país como el nuestro, es un valor que los referentes den señales de equilibrio y normalidad, si es que realmente aspiramos a abandonar la locura y el movimiento pendular hacia los extremos que ya son un clásico argentino. El relato de Macri era que también venía a cambiar esa tradición. Ocurre que desde hace meses entramos en una nueva dinámica desquiciante a la que el corazón del Gobierno responde con una tan sobreactuada normalidad que ya se parece a una negación provocadora. Y así retroalimenta el disparate.

Obviamente no es una rea-cción de toda la administración. Pero las actitudes del Presidente y de la Jefatura de Gabinete, nada menos, en medio de la peor crisis de su gestión obliga a evaluar no solo la posibilidad de un cambio de nombres, del sistema de toma de decisiones o del funcionamiento de la burocracia ceocrática macrista. Acaso el principal desafío sea cambiar esa cultura del “no pasa nada” y del “vamos a estar mejor”.

Los discursos públicos de estos días de Macri y Peña volvieron a apostar a mensajes de supuesta tranquilidad que multiplicaron la exasperación. Y no resultaron creíbles de nuevo, lo que debería alarmar al Gobierno, porque con sus actitudes de gestión corroboraron la oquedad de sus palabras. Al menos son coherentes.

Macri y Peña sobreactúan la calma hacia un paroxismo negador que exaspera y resulta provocador

Quedan además expuestos por otros integrantes del mismo espacio, como la gobernadora Vidal y el ministro Frigerio, quienes no tienen empacho en admitir públicamente errores, hacen autocrítica y propician correcciones. Ellos y varios más, en privado, son más pragmáticamente realistas aún y se muestran preocupados. Muy preocupados. Lo opuesto de la calma de M y M (Mauricio y Marcos) & Cía.

En ese sector más activo del oficialismo hay además enojo y frustración, porque sienten que no se reacciona adecuadamente, en tiempo y forma. Ya decidieron dejar de lamentar la renovada desactivación de la mesa política del Gobierno, los reclamos para un diálogo serio y amplio con el peronismo y el desplazamiento de Peña: “Eso ya lo asumimos como un imposible”, admitió uno de ellos. Por estas horas se analiza la salida de los vicejefes de Gabinete, Quintana y Lopetegui, que no solamente haría  menguar el poder de su jefe sino que reformularía el proceso de quién y cómo decide en la gestión nacional de Cambiemos.

Semejante concesión a las presiones externas e internas sobre la necesidad de cambios, además del reclamado recorte de las estructuras ministeriales, no obtura sin embargo la principal preocupación del sector político oficialista: los efectos sociales de la recesión económica que arrancó, no tocó fondo y promete extenderse más de la cuenta.

“Para contener esto no basta con mantener o aumentar los planes sociales. Necesitamos políticas de contención más activas, con incentivos para empresas y comercios, en las escuelas, que permitan paliar lo que viene, que va a ser peor”. Quien lo dice es un alto funcionario bonaerense, en alerta máxima por la situación que ya detectan en el Gran Buenos Aires. Otros suburbios de los principales centros urbanos del país ofrecen un panorama similar. Está claro que esto no es el 2001. Pero tampoco es que no pasa nada. Más que peligrosa, esa actitud política puede resultar suicida.