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Pensando para después del gobierno meme

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Dudas. En un año electoral la economía necesitará cambios pero también decisión para hacerlos. | Néstor Grassi

Empieza un año que, sabemos, será para el olvido. El Gobierno se quebró ética y moralmente luego del rechazo a las vacunas Pfizer –que les costó la vida a 20 mil compatriotas– y de la fiesta de Fabiola. Desde entonces viene consumiéndose a sí mismo, canibalizándose hasta convertirse en un meme. 

La mememización del Gobierno presagia cambios en las próximas elecciones. Para eso, claro, debemos asumir que el Gobierno no avanza hacia un esquema autoritario de tintes venezolanos. Dichosamente, la sociedad civil, la oposición, la Justicia y el alineamiento de las fuerzas de seguridad con la democracia lo vuelven improbable. 

Con esta certeza, que no es poco, se reaviva el debate en la oposición sobre cómo abordar la nueva gestión. Muchos se entusiasman con la idea de que, derrotado el kirchnerismo, con una sociedad más consciente del daño infligido por el peronismo luego de décadas de estancamiento y caída en los salarios, estarían dadas las condiciones para impulsar los cambios necesarios: acomodar las cuentas fiscales, ordenar el régimen monetario, corregir precios relativos, imprimir más competencia a la economía, desarmar nichos de privilegio y muchas cosas más. 

Considero, sin embargo, que este entusiasmo es prematuro. El principal motivo es porque el análisis equivoca al enemigo. El kirchnerismo no es a quien hay que vencer, sino tan solo, como cualquiera de las reencarnaciones del peronismo, el vehículo que usa la cofradía de intereses corporativos para lograr sus objetivos (los sindicalistas que logran esquivar el impuesto a las ganancias o reciben los recursos de las obras sociales; los empresarios que viven de la protección, los subsidios estatales y las promociones; los movimientos sociales que comen de la gestión del gasto social; los militantes que se acomodan en el Gobierno, y así). El kirchnerismo no es más que una piel descartable que puede desaparecer, sí, pero que en nada altera la presencia de quienes simplemente buscarán otro gestor para sus prebendas. En una próxima reencarnación ese gestor podrá ser Massa, podrán ser los gobernadores “racionales”, podrá ser Magoya. No importa. Es solo cuestión de calzarle el disfraz que exijan los nuevos tiempos. Dicho de otro modo, la desaparición del kirchnerismo no quiere decir que los intereses corporativos desaparezcan con él. Las batallas que habrá que pelear no se modifican. En todo caso, cambiará quién representa esos intereses y, la verdad sea dicha, ese es un cambio menor. 

Se necesitan líderes con la valentía de ejecutar un plan y una estrategia

También considero que es prematuro pensar que las reformas son más factibles cuando el consenso social es mayor. La experiencia me indica lo difícil que es ganar la batalla mediática o de convencimiento. Los intereses corporativos tienen mucha más capacidad de influir en el debate público, sobre todo orientando y comprando la complicidad de la prensa. Si, por dar un ejemplo, se liberara la importación de medicamentos, en minutos se instalaría la idea de que el objetivo es envenenar al pueblo. Si se le permitiera a la gente elegir su obra social, se diría que se atenta contra los trabajadores. Si se eliminara el régimen de Tierra del Fuego, que se perderá industrialización y empleos... Y así… 

Cualquier intento de reforma implicará que los recursos de la república corporativa se usen, una vez más, en piedras, huelgas, paros, tomas, campamentos en la 9 de Julio, piquetes, o en presión de las organizaciones industriales sobre el Gobierno. La prensa dirá que el país se hunde nuevamente. Llorarán los periodistas por TV y radio, y mostrarán las escenas de pobreza que ocultaron estos años. Protestarán las asociaciones de empresarios por los impuestos o por las variaciones del tipo de cambio. Se pedirán más subsidios y créditos baratos, sin los cuales “en este país es imposible producir”; se pedirán menores impuestos porque todos sabemos que son altos. Para rematarla, los acreedores también pedirán que el Estado pague sus deudas, bastante, dirán, con haber esperado cuatro años haciéndole el aguante a este gobierno. En definitiva, si alguien piensa que podrá “convencer”, creo que descubrirá rápidamente cuán esquivo resulta ese objetivo. Como decía Upton Sinclair, “nada más difícil que convencer a alguien de algo cuando su trabajo depende de que no lo entienda”. 

Otra idea muy prevalente pero también cuestionable es que la clave está en obtener buenos resultados económicos y que estos generarán el apoyo popular para implementar las reformas. Digo que es cuestionable, porque si el enemigo a vencer son los intereses corporativos, un buen resultado económico, lejos de debilitarlos, los empodera con más recursos. Vale recordar que Carlos Menem implementó gran parte de sus reformas entre 1989 y 1991, su período de mayor inestabilidad económica, en el que convivió con dos hiperinflaciones. La baja de la inflación y el crecimiento económico durante la convertibilidad se vieron acompañados de menores progresos contra los intereses creados. De hecho, el decreto de desregulación económica sufrió retrocesos durante ese período de estabilidad y prosperidad. 

Entonces, si los intereses seguirán tan fuertes con o sin kirchnerismo; si no se puede ganar el debate público; si el éxito económico no aumenta, sino que reduce, la posibilidad de avanzar, ¿cómo entonces se ejecutan los cambios que necesita el país para construir una sociedad con mayor igualdad de oportunidades? Difícil saberlo. No por nada el país está atrapado en este laberinto desde hace décadas. De hecho, la historia nos muestra que son muy pocos los líderes que logran transformar una sociedad desde dentro. Xiaoping, Mandela, Gorbachov, Thatcher, Hawke, Zedillo, podrían ser algunos ejemplos. Pero se cuentan con los dedos de la mano. 

Argentina necesitará uno de esos líderes que no solo esté convencido de la necesidad de un cambio, sino que también tenga la valentía para implementarlo y que llegue con un plan y una estrategia para ejecutar. De ahí que hoy vale desearnos un feliz 2024, que es cuando ese proceso podría beneficiarse de un poco de suerte y de los buenos augurios. ¿El 2023…? Quizá nos dé un cambio de gobierno, porque si fuera por lo que hará el gobierno meme, habría que pasarlo a pérdida.

*Profesor plenario Universidad de San Andrés, Adjunct Professor Harvard Kennedy School, Honoris Causa Professor HEC París y expresidente del BCRA.