“Mientras dure el campeonato iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una calamidad que por suerte pasará”. En cada entrevista concedida en el marco de la Copa del Mundo que se desarrolló en la Argentina hace más de cuatro décadas, Jorge Luis Borges hizo público su profundo descrédito con lo que estaba ocurriendo en el país. El inmenso autor de El Aleph sostenía que el fútbol legitimaba un ejercicio de inmoralidad social imperdonable y asumía que era su responsabilidad marcar las diferencias con semejante acontecimiento que había puesto a la Argentina en el epicentro internacional.
Es por eso que durante el invierno de 1978 Borges se esmeró en criticar al fútbol con periodistas argentinos. También lo hizo, con mayor anhelo, frente a los acreditados extranjeros que habían llegado a Buenos Aires para cubrir el evento deportivo que se iba a realizar en medio de gravísimas denuncias contra la dictadura militar. Sin embargo, nada dijo entonces Borges sobre los desaparecidos, las torturas y las violaciones a los derechos humanos que se cometían a muy pocos metros de los estadios. Lo que Borges despreciaba era el fútbol.
En estas horas, en las que la pelota hipnotiza al mundo entero y obsesiona particularmente a los argentinos, la lectura que Borges hizo sobre el fútbol se retroalimenta. Porque lo que Borges denostaba era la banalidad, el chauvinismo y la frivolidad de este deporte. El fútbol representa, en términos borgeanos, un ejercicio de irracionalidad.
El fútbol representa, en términos borgeanos, un ejercicio de irracionalidad.
Siempre distante de los acontecimientos populares, populistas quizá preferiría decir Borges, el primer elemento que el escritor criticaba tenía que ver con la masividad que denota este deporte. “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos –sostenía–. El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.
El segundo concepto que alejaba a Borges del fútbol tenía que ver con la vehemencia patriótica que genera entre los fanáticos de cada Selección. “El fútbol despierta las peores pasiones –explicaba–. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así. La idea de que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible”.
La tercera crítica de Borges al fútbol es del orden normativo: una falla estética que deriva en falta ética. Porque no existe, según Borges, ningún tipo de arte en esta disciplina. Si de deportes se trata, el escritor prefería el ajedrez. “El ajedrez es uno de los grandes medios que tenemos para salvar la cultura. El ajedrez es como el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de los clásicos, las leyes de la versificación y la ética –argumentaba–. El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, que es un juego insensato, no de intelectuales”.
Obnubilado en su cruzada contra el fútbol, quizá Borges fue presa del mismo ímpetu que cuestiona entre los amantes de la pelota. Porque lo cierto es que, como ya lo ha señalado Pablo Alabarces, considerado uno de los fundadores de la sociología del deporte en América Latina y autor de ensayos como Fútbol y patria o Héroes, machos y patriotas, la comprobación empírica de las ciencias sociales permite demostrar que no existe relación directa entre el fútbol y el supuesto adoctrinamiento social, que los gobiernos que detentan el poder no logran beneficio político de un éxito deportivo y que un grupo de jugadores de fútbol, aunque se lo proponga, nunca puede asumir el carácter de representación colectiva de una sociedad.
Borges sostenía que el fútbol despierta las peores pasiones y es un juego insensato.
El fútbol no es un instrumento de dominación y cohesión social. Los ejemplos históricos así lo demuestran. Un año después de que Argentina ganara el Mundial de 1978, la dictadura empezó a perder su consenso interno y se quebró la inmunidad internacional que la protegía tras la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979. De esa forma comenzó el principio del fin para las Juntas Militares, un desenlace que se profundizó con la Guerra de Malvinas.
Un año después de que Argentina ganara el Mundial de 1986, el gobierno de Raúl Alfonsín fue derrotado por primera vez en las urnas en las elecciones parlamentarias nacionales de 1987. De esa manera comenzó a desarmarse la hegemonía radical que terminará de desaparecer en las presidenciales que entronaron a Carlos Menem por una década y que dieron inicio al regreso del peronismo al poder.
El fútbol tampoco es sinónimo de impunidad para los organizadores de un Mundial. La dictadura argentina, que gestó el campeonato de 1978 para contrarrestar lo que calificaba como una “campaña antiargentina” orquestada desde el exterior, no pudo prever que la Copa del Mundo terminaría de poner en evidencia lo que realmente ocurría en el país en materia de terrorismo de Estado.
Lo mismo acaba de suceder en esta Copa del Mundo: el mundo pudo percatarse durante estas últimas semanas, como nunca antes lo había hecho, del tamaño de las violaciones a los derechos humanos, de la persecución contra las diferencias sexuales y de la opresión contra las mujeres que se produce en medio de la fiesta del fútbol en Qatar. El Mundial corrió el velo para que millones de espectadores, que siguieron en vivo cada partido disputado hasta ahora, pudieran enterarse de aquello que la monarquía autocrática qatarí siempre intentó ocultar.
Las reflexiones de Borges sobre el fútbol citadas para dar contexto a esta columna fueron compiladas por la revista El Gráfico en 2016, en un artículo publicado para conmemorar los treinta años del fallecimiento del escritor. En ese hermoso texto titulado Borges y la pelota, el periodista Matías Rodríguez también recordó que luego de que Argentina ganara la Copa del Mundo, César Luis Menotti quiso entrevistarse con Borges para conocerlo personalmente.
Borges aceptó la invitación y descubrió en ese encuentro a un director técnico ilustrado. Y se sorprendió: “Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo”.
Perdón, Borges: hoy es un día para hablar de fútbol todo el tiempo.