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Peronismo radical

Alberto Fernández, presidente.
Alberto Fernández, presidente. | Télam

El Gobierno iba a anunciar hace dos meses 60 medidas de impulso a la economía. Deshilachadas, lanzó apenas una docena sin demasiado impacto. Tras el demorado pero exitoso canje de deuda, planteó que su plan económico iba a ser el Presupuesto 2021. Fue anecdótica la “sarasa” del ministro Guzmán, no su propuesta presupuestaria carente de método para llegar a cumplir esas buenas intenciones.

Desde el oficialismo se podrían defender con la clásica figura de que el árbol no tape el bosque. Sin embargo, no son dos ejemplos aislados sino botones de muestra de cierto nivel de inacción o ineficiencia en la gestión, lo que ha empezado a expandirse como preocupación en el Frente de Todos. Y ha disparado internas incipientes.

Semejantes tribulaciones llegan al punto que se extendió una pícara (des) calificación puertas adentro de las filas oficialistas, donde se habla del “peronismo radical” como crítica a la quietud de gran parte del funcionariado y, de paso, pegarles a los viejos adversarios partidarios.

La pandemia puede explicar el letargo ejecutivo, cierto (y se evitará la comparación aquí con la “velocidad” que hay respecto a algunos temas prioritarios del Senado, ¿no?). Es un factor exógeno, imprevisto. No lo es que para compensar políticamente a la coalición gobernante, Alberto F haya loteado su administración.

Un ministro esforzado admitía en privado días atrás que solo le habían dejado nombrar a su jefe de Gabinete. No tuvo injerencia en ninguna de las secretarías de Estado a su cargo, todas claves para cumplir su función. Este problema se ha generalizado.

Se entremezclan y pujan y se desconfían gente que responde al Presidente, a Cristina, a Massa, a La Cámpora, a gobernadores, a intendentes del GBA, a movimientos sociales, a gremios… Ese rompecabezas le sirvió, y cómo, al peronismo para volver al poder. Pero una cosa es ganar elecciones y otra gobernar (si lo sabrá Macri).

El loteo y la pandemia pueden explicar mucho de la falta de algunas respuestas oficiales. Es más complejo recurrir a esa argumentación ante la demora en la ejecución presupuestaria de varias áreas.

Menos aún sirven de excusas válidas para explicar el papelón de que Guzmán asegurara que no se tocaría el cepo al dólar y 48 horas después Pesce –presidente del Banco Central, amigo presidencial y en cortocircuito casi permanente con Economía– lo desautorice con el anuncio de un megacepo.

Pesce merece un apartado. Por lo que circula en los pasillos de la Casa Rosada y el Congreso y en los jardines de la residencia de Olivos, solo el Presidente lo sostiene al frente del BCRA. Se mencionan posibles reemplazos (Heller, Bocco y alguna sorpresa) y hasta se difundió que discutió feo con Máximo Kirchner, tras lo cual firmó su renuncia en blanco y sin fecha. Demasiados rumores.

Otro ejemplo es el del neuquino Darío Martínez, que acaba de asumir en Energía tras un mes de espera, porque las piezas del mosaico justicialista no acordaban quién lo sustituiría en su banca de diputado.

O la ministra de Vivienda, María Eugenia Bielsa, a quien le acaban de sacar unos $ 8.000 millones de su Secretaría de Integración Socio-Urbana, para dárselo a Desarrollo Social, de Daniel Arroyo. Los fondos serán controlados, como casi todo en esa dependencia, por movimientos sociales.

Mientras, asistimos a las internas, el “diputeta”, la grieta y la campaña. Lucen distorsionadas las prioridades en torno a esta debacle que sufrimos.