Hace apenas una semana repasábamos aquí una sucesión de hechos de esos días que expresaban situaciones absurdas. De ellas se intentaba salir con métodos disparatados (ver https://bit.ly/32oMc9V). Resultaba poco probable que lo que iba a ocurrir después dejara aquello casi como una anécdota. Pero pasó.
La inédita revuelta policial bonaerense y la particular forma de resolverla arrojan lecturas preocupantes.
Una de ellas es la forma en que la dirigencia argentina patea desde hace décadas los problemas estructurales. A lo sumo, emparchan algo. Y, sobre todo, culpan a los antecesores.
¿Es necesario un recibo de sueldo de un policía para ver que gana 34.000 pesos e indignarnos? ¿Y el de un docente? ¿Y el del personal sanitario? Parece un déjà vu eterno esto de maltratar a sectores básicos de las prestaciones estatales. También que se les preste atención y se atienda esa demanda sólo si hacen huelgas o cortes.
Dicho esto, hay que señalar que la protesta de los uniformados, con los patrulleros que les da el Estado, alrededor de la quinta presidencial de Olivos olió mal. Eran retirados, dijo Kicillof. Ponele. ¿Súper Berni ni siquiera pudo evitar ese desafío lindante con lo institucional?
El ministro de Seguridad merece un capítulo aparte en este desquicio. Mostró que su vínculo con la policía que supuestamente comanda es tan de cartón como su campaña política personal. Encabeza una fuerza vertical, se rompe la cadena de mandos y él sigue como si nada. Y ratifica qué lugar le gusta más: el viernes ya estaba orondo con Chiche Gelblung en Crónica TV.
Voces intrigantes de la Provincia agitan que Berni no habría movido un dedo en el rodeo policial a Olivos como presión para que Alberto F interviniera. Son las mismas fuentes que marcan que Kicillof lo ratificó, luego de que su ministra de Gobierno, Teresa García, sondeara a ciertos intendentes para reemplazarlo a Berni.
Con Berni pintado, el Gobernador debió recurrir al Presidente para que le saque las papas del fuego. Y Alberto F eligió hacer la tortilla más fácil y rápida. En acuerdo con Wado de Pedro y Máximo Kirchner, manoteó un punto de la coparticipación nacional destinada a la Ciudad de Buenos Aires.
Cierto es que el recorte había sido hablado hace meses entre Fernández y Rodríguez Larreta, dos viejos “amigos” de la política. Y que no impacta fuertemente en el presupuesto porteño, como sí sucede en otros distritos con la coparticipación.
Lo que sí afecta es la relación de confianza entre el Presidente y el principal líder opositor, que había alcanzado niveles de colaboración y entendimientos propios de los países serios, de esos que nos gusta poner de ejemplos.
Larreta siente que no merecía este maltrato y expone lo dificultosa que puede ser su estrategia histórica de no confrontación, sobre todo ante el sector halcón de su propio espacio. “Tampoco puede evitar siempre ir al choque, puede ser visto como De la Rúa”, evalúa un importante funcionario porteño. En ese marco hay que entender las anunciadas presentaciones ante la justicia. Sospechan en la Ciudad que puede llegar otra sorpresa loca. No hay lugar para la desmentida.