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Irse al carajo

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Alberto Fernández. | NA

Cuenta la leyenda naviera antigua que el carajo era el diminuto balcón de madera en lo alto del palo mayor. El peor lugar como castigo después del calabozo. Esta acepción no está validada por la Real Academia pero se extendió igual y hasta Hugo Chávez la popularizó en política con su crítica al ALCA.

¿Cuánto hace que la Argentina se fue al carajo? La biblioteca de nuestras fracturas ideológicas ofrecerá respuestas tan variadas como antagónicas. Siempre la exclusión, la letra “o”, en vez de la explicación inclusiva que implica la “y”. Los procesos son multicausales, mal que le pese a tanta gente (de la política, de la economía, del periodismo) que insiste en echar culpas según sus simpatías o antipatías.

Buena parte de nuestra dirigencia insiste en aferrarse a esa dinámica pequeña para ganar elecciones o subsistir. Venimos advirtiendo aquí hace tiempo, sobre todo desde el inicio de la pandemia, que semejante ímpetu hacia ningún lado acrecienta las chances de multiplicar el deterioro.

Ya no se trata solo de un movimiento inercial. En el mundo y en especial en países frágiles como la Argentina, la pandemia está causando estragos aún imprevisibles en cuanto a la profundidad del daño (sanitario, social, económico, anímico, educativo) y a su extensión en el tiempo.

Pese a ello, pareciera que el Gobierno y la oposición siguen jugando a este juego que mejor juegan y más les gusta: chicanas, choques, intereses sectoriales, obsesiones personales.

Como siempre, quienes ejercen la administración estatal tienen más responsabilidad. En el peor momento de contagios y muertes, por primera vez el Presidente le escapa al anuncio oficial de que prosigue la “no cuarentena”. Es parte de su estrategia de “despandemizar”, en vista de que la sociedad ya no sigue los dictados del Estado, tras medio año de medidas restrictivas.

Reuniones familiares y bares atestados sin distanciamiento también exponen el escaso peso ya del respeto a consignas desgastadas por el paso de las semanas, que ni siquiera logran reforzar los desesperados ruegos del personal de salud, al borde del colapso físico y mental.

Tal caída de credibilidad se esparce a casi todos los temas. El ministro de Economía dice que no se tocará el cepo al dólar y el presidente del Banco Central anuncia 48 horas después un recontracepo, además de atribuir la existencia de la cotización blue a un mercado delictivo.

Hay tomas de tierras y de terrenos pero no hay acuerdo oficial a si hay que aplicar la ley o la tolerancia punteril. Se rebela la Policía Bonaerense por sus condiciones salariales y laborales pero su jefe, el ministro de Seguridad, sigue en su cargo y asegura que sabía lo que iba a pasar.

La presidenta de la principal fuerza opositora habla de sustituir al oficialismo en 2021. Y el ex presidente provoca con una violación de su aislamiento tras su viajecito europeo, que detona otra patética comparsa político-judicial.

Sigan nomás. Nos estamos yendo al carajo y ustedes como si acá no pasara nada.