Buenos Aires, 18 de septiembre de 2014 - La historia del peronismo, tanto el de derecha como el de la izquierda, tiene muchos denominadores comunes. Más allá de que algunos en ocasiones proclamaban la preeminencia del socialismo, y otros de exterminar a los marxistas, todos los peronismos conservan comunes denominadores muy sólidos; uno de los cuales, al que voy a dedicarme, es el que acaba de manifestarse este jueves 18 de septiembre una vez más, desde la Presidencia de la Nación. Ese común denominador del peronismo es la mirada incurablemente paranoica que desde la fundación del movimiento ha instalado en el justicialismo la noción de que un gigantesco complot mundial es urdido permanentemente para hacerle daño al país.
Fue Juan Perón el que arrancó con este modelo de generar enemigos visibles y fácilmente estigmatizables. En las elecciones presidenciales de 1946 la consigna fundacional fue “Braden o Perón”. Braden era el embajador de los Estados Unidos. Los Estados Unidos eran una de las naciones aliadas que meses antes habían surgido victoriosas de la Segunda Guerra Mundial, coaligadas con Gran Bretaña, la Unión Soviética y Francia. Para Perón, que había aprendido y admirado mucho del modelo fascista de la Italia de Mussolini, los Estados Unidos eran la cabeza de la plutocracia internacional. En reiteradas oportunidades fue Perón el que, desde la tribuna pública, habló de conspiraciones y persecuciones, y llegó a mentar un supuesto complot coordinado por la llamada “sinarquía internacional”. Pocas concepciones tan reaccionarias, retrógradas, conservadoras y anti modernas como la noción de sinarquía internacional.
Durante los años ‘70, cuando el actual grupo gobernante cursaba los 20 años de su vida, era incluso muy importante para el peronismo revolucionario la idea de agigantar permanentemente la idea del complot, ya fuese el complot de la CIA, el de la derecha. O el del marxismo internacional. La izquierda peronista sostenía que Perón no era responsable de la Triple A; que el giro a la derecha del entonces septuagenario Perón, obedecía al “cerco”; estaba cercado, lo había cercado el “brujo” José López Rega. De izquierda o de derecha, habiendo mamado en el marxismo o en el fascismo, el peronismo siempre amó la teoría de la conspiración. ¡Qué digo teoría! Siempre creyó en la conspiración.
Lo que ahora vuelve a hacer Cristina Fernández de Kirchner nada tiene de asombroso. Hoy, como hace sesenta años, el peronismo no se ha curado a sí mismo de este concepto según el cual la Argentina es un país tan importante, estratégico y determinante, que todo el mundo, en especial los sectores poderosos, están ocupadísimos en ver cómo le hacen daño. Este 18 de septiembre la Presidente divulgó un supuesto “documento” que ella atribuye a un ex asesor o funcionario del gobierno de George W. Bush, en el que alguien habría escrito un plan de acción siniestro, truculento y lúgubre para la Argentina: “esmerilar y desgastar la figura de la Presidente de la Nación con ataques permanentes desde el punto de vista mediático; propiciar olas de rumores para generar inestabilidad económica, impulsando ataques especulativos; establecer una política agresiva en el mercado financiero; propiciar una estrategia para ganar tiempo y lograr un acuerdo favorable a los interés de los fondos buitre” (¿ellos se llamarían a sí mismos “buitres?). ¡Cuánta ingenuidad o cuánta ignorancia de la presidente! ¿Contratar periodistas y medios de comunicación en Argentina y otros países para atacar el Gobierno?
Una primera pregunta de elemental sentido común: si algún grupo operativo, financiero, político o de otra naturaleza, estuviera interesado en llevar a cabo un esquema agresivo contra la Argentina, ¿lo escribiría de esta manera? ¿Lo pondría negro sobre blanco? ¿Daría a conocer, como quien emite un boletín noticioso, qué van a hacer para hacerle daño a la presidente de la Argentina? Es tan elemental y primitivo el razonamiento que a uno le cuesta creer que una persona que recibe y se hace eco de este tipo de conjeturas esté ocupando, nada menos, que la primera magistratura de la Nación, y que esta vuelva a ser honrada con una recepción personal del Papa Francisco, quien seguramente debe leer los tuits de la Presidente y debe saber que ella está muy convencida, o al menos quiere parecer como muy convencida, de que la Argentina está en el centro de una maniobra golpista a escala internacional, porque – supuestamente – la Argentina es percibida como el enemigo para derrotar.
Este modelo es un calco en América del Sur del que aplicó Hugo Chávez, quien se la pasó denunciando golpes, conspiraciones, ataques especulativos e incluso magnicidios. Nunca se produjeron, y desde luego su discípulo predilecto, Nicolás Maduro, ha hecho lo mismo. También ha sido el modelo que, durante años, aplicó Cuba, que, en estos últimos tiempos, ha procurado alejarse de esa mirada conspirativa y paranoica que a ningún lugar la ha llevado. Por el contrario: Cuba, ahora, está ahora muy interesada en recibir inversiones para mejorar el nivel de vida de su gente, y no en denunciar invasiones y magnicidios.
En ese sentido, la Argentina de 2014, con este lenguaje presidencial, parece estar regresando a lo que supo ser el escenario cotidiano de América Latina, en la Cuba de los Castro, y en la Venezuela de Chávez, hace ya una larga década por lo menos.
La Argentina atrasa. Este modelo que la presidente está poniendo a consideración del público, esta supuesta convicción de que ella es perseguida y con ella todo su Gobierno, no solo no soluciona ninguno de los dilemas argentinos, que son espinosos, complejos y aguardan resolución en los próximos años, sino que por el contrario, coloca a la Argentina en la situación de tener un gobierno lloroso, que histeriquea, tratando de denunciar que todo lo malo que sucede en el país es producto de una aviesa conspiración internacional.
En este escenario, el intento presidencial por degradar a un medio de comunicación como esta radio, es, sencillamente, tan ridículo e irrelevante que ni merece ser considerado de nuevo. Pero, en todo caso, lo que no parece advertir la señora presidente y su núcleo de colaboradores más íntimo, es que, en tanto y en cuanto ella continúe colocando sus problemas fuera de su gobierno y pretendiendo que los daños que sufriría la Argentina son el resultado del accionar intimidatorio y antidemocrático de grupos mediáticos que conspiran contra ella, no hará otra cosa que condenarla al descrédito permanente. Es un descrédito en el que ella se ha hundido hace ya mucho tiempo, y que continúa alimentando como un piromaníaco que no puede dejar de arrojar nafta a un incendio cada vez más evidente.
(*) Emitido en Radio Mitre, el jueves 18 de septiembre de 2014.