Hace varios años desaparecieron de Occidente algunas instituciones que siguen vigentes en Argentina. Dejaron de existir en otros sitios, no porque llegó una ola de ética, sino porque eran ineficientes y costaban mucho.
Antiguamente, los aparatos partidistas o sindicales organizaban movilizaciones a las que llevaban participantes en camiones, separados según las corrientes u organizaciones a las que pertenecían, sometidos a intermediarios que les tomaban lista para que mantengan modestos privilegios, a veces repartían un bocado y alguna platita.
Hace cuarenta años conversé con un líder sindical que presidia manifestaciones a las que asistía buena parte del medio millón de afiliados a sus gremios. Se lanzó a la Presidencia. Creyó que votarían por él, y al menos, lograrían un voto más. Tenía una base de un millón de votos. El día de los escrutinios llegó ajustadamente al 2%. La mayoría de los que asistían a sus concentraciones votaron por candidatos populistas.
Ese tipo de movilizaciones ya no existe. Los grandes sindicatos que paralizaban a los países ya no lo hacen. Las nuevas movilizaciones son anárquicas, sin líderes ni camiones, expresan la rebeldía del Guasón, propia de internet.
En Argentina algunos dirigentes sindicales pueden derrochar plata en esos juegos, porque tienen mucha plata y manejan los fondos estatales a discreción. Sin embargo, estas movilizaciones sirven de poco.
La boleta que se usa en las elecciones argentinas ya no existe en América Latina
Pasa lo mismo con la compra de votos, algo que fue generalizado cuando nuestros países eran más pobres e ignorantes. En México se llamaban “despensas”, en otros países tenían otras denominaciones. Regalar bolsas de comida a los votantes servía para reafirmar la decisión de electores muy pobres, a los que se movilizaba el día de las elecciones en coches de la campaña. Cuando los políticos contaron con más dinero, pudieron regalar electrodomésticos en vez de harina, pero el efecto fue el mismo.
Fueron instituciones de la política vertical, en la que unos pocos tenían poder y dinero y la mayoría los obedecía porque, normalmente, recibía algún beneficio económico del Estado, controlado por los populistas. Los líderes, endiosados, aparecían rodeados de guardias pretorianas para demostrar su poder, no se confundían con la tropa que iba a vitorearlos. En Argentina algunos dirigentes sindicales se hicieron muy ricos, exhibieron decenas de coches, mansiones, zoológicos, ejércitos privados, algo propio de los valores de un pobrismo millonario y no con el liderazgo proletario en el que pensó Marx.
Esas formas de hacer políticas arcaicas se han complementado con otras prácticas antidemocráticas. En los sitios en que ha sido posible, los populistas han situado bandas de matones para atacar a los adversarios, y para de hacer recuentos tramposos de los votos.
La boleta que se usa en las elecciones argentinas es la misma que sirvió para organizar los fraudes electorales de todo el continente hasta la mitad del siglo XX. Ya no existe en otros sitios. Supone un enorme dispendio de recursos, trata de producir confusión para que algunos puedan robar unos pocos votos. El costo es alto, los resultados magros. El electorado ha crecido, todos están conectados a la red, toman películas y denuncian cualquier cosa fácilmente. Este tipo de fraude mueve pocos votos.
En los demás países latinoamericanos existen poderosos Tribunales Electorales, organismos especializados que vigilan la pureza del proceso. En ningún lado cabe que el Poder Ejecutivo controle los comicios a través del Ministerio del Interior, ayudado por jueces penales.
Cuando contamos en el ámbito académico internacional, que existen estas instituciones en la tierra de Cortázar y Borges, el país latinoamericano con más Premios Nobel, pocos entienden que pueda ser tan primitivo en el campo de la política.
La manifestación del Día de la Militancia del peronismo, la platita y los electrodomésticos repartidos a diestra y siniestra en las últimas elecciones, fueron eficientes en el siglo pasado, pero en la actualidad son anacrónicos porque la sociedad cambió.
Los grupos que vienen haciendo eso desde hace décadas, obtienen un resultado cada vez más pobre. En el caso de los peronistas el método los ha llevado a ser, como dijo uno de sus dirigentes, un partido del Conurbano y unas pocas provincias.
Las masas importantes de electores se encuentran en ciudades y provincias grandes, que tienen una cultura más urbana, poco susceptible a este tipo de tentaciones. No es tanto un problema de ética, como de ineficacia. Son pocos los electores que se venden.
Muchos pobres están cansados de recibir los planes de ayuda devaluados
El fenómeno se agudiza al tiempo en que se consolida la tercera revolución industrial. Los electores son cada vez más independientes. Pasan por encima de partidos, sociedades intermedias, crece el individualismo. Los hijos cuestionan la autoridad de los padres, los alumnos la de los maestros, los feligreses la de los curas, los menos educados a los que tienen más educación formal.
Muchos pobres están cansados de recibir los planes de ayuda devaluados en este año y medio. La red les abrió nuevos horizontes. No quieren ser para siempre pobres que reciben mendrugos, a cambio de salir unos días por semana a cortar calles o a aplaudir a algunos que se han hecho muy ricos administrando el negocio de la pobreza.
Bastantes políticos están fuera de la realidad. No escuchan nada porque se extraviaron en alucinaciones ideológicas, que son mitos, no ideas. El marxismo fue una corriente teórica coherente, que no tiene que ver con los falangismos, tanto el clásico, como el nac & pop.
A nivel mundial nadie comprende el conjunto de ideas incoherentes que defiende el partido de gobierno, que nos han devaluado en el concierto internacional. No es lógico buscar el apoyo de la Unión Europea para negociar con el FMI y pronunciar en el G20 un discurso atacando al Fondo. Tampoco cabe pedir el apoyo de Alemania y Francia para esta negociación y respaldar al mismo tiempo a militares del Caribe a los que Europa ha llevado a la Corte de La Haya por delitos de lesa humanidad.
La idea religiosa de que existe una identidad de un “pueblo” mítico, con el “peronismo” y con una Iglesia popular, que no tiene nada que ver con la religión, está en el centro de sus supersticiones.
Después de la derrota más importante de la historia del peronismo, se empeñan en decir que ganaron porque perdieron con menos de lo que imaginaban. En su lógica, perder con diez puntos es un triunfo, cuando era posible perder por veinte.
Dicen que quieren poner nuevos impuestos que golpearían a la clase media. Hacerlo en un momento de tanto enojo social es insensato. La idea de que los pobres los aplaudirán es obsoleta, como lo demostró el caso Vicentin. Todos aspiran a ser por lo menos de clase media. El pobrismo es una ideología descabellada en plena explosión del progreso.
Hay una obsesión enfermiza con ganar las próximas elecciones. No hablan de los problemas que inquietan en realidad a los argentinos. Están dedicados a discusiones entre ellos, viendo cómo su facción se impone a las otras en la variopinta alianza a la que pertenecen.
Mientras un presidente que sí es de izquierda, como Andrés Manuel López Obrador, mantiene largas reuniones con el presidente Joe Biden de los Estados Unidos y el primer ministro de Canadá Justin Trudeau, Alberto Fernández no logra una cita de diez minutos con ninguno de ellos. Por cierto, AMLO tiene las mejores calificaciones de los presidentes de la región.
La gente está harta de las peleas de los políticos en todo el continente. Muchos de ellos tienen horizontes muy pequeños y aburridos.
Es por eso que cobran tanta fuerza los personajes que menos se parecen a los políticos formales.
La derrota de los demócratas y el colapso de la imagen de Biden en los Estados Unidos, a tan pocos meses de ejercer la Presidencia, los aplausos a Trump en los estadios auguran otro triunfo de las alternativas menos racionales en la política norteamericana.
La elección de Pedro Castillo en Perú, constituyó un rechazo tajante a los políticos tradicionales de ese país. La mayoría buscó lo nuevo porque era nuevo.
El día de hoy es probable que pasen a la segunda vuelta presidencial chilena José Antonio Kast y Gabriel Boric, dos candidatos en los que nadie pensaba hace dos meses, cuando parecía seguro que los finalistas serían Daniel Jaude del Partido Comunista y Joaquín Lavin del centroderecha.
Las élites no comprenden la nueva realidad en la que el viejo clientelismo desaparecerá
Si en ese entonces alguien preguntaba si era buena idea reivindicar la dictadura de Pinochet para lograr la Presidencia del país transandino, nuestra respuesta habría sido un rotundo no. Sin embargo, si tiene una buena estrategia, es probable que Kast gane las elecciones. Sería un presidente tan imprevisto como lo fue Castillo en Perú.
El cambio que ha traído la tercera revolución industrial provoca una expansión de la realidad, que altera la mente de la gente común. Todo lo que existía durante el siglo pasado desapareció. Cuando estudiaba en Mendoza, en los setenta, para romper la monotonía no había mucho que hacer, más que ir al cine o jugar al truco. Tenía la última tecnología: un walkman con el que oía casetes que rebobinaba con un lápiz.
A muchos dirigentes les parece anecdótico que la mayoría de la población del mundo pase prendida a sus celulares inteligentes. No se dan cuenta de que la realidad virtual se está imponiendo sobre la antigua. El celular es un elemento de la internet de las cosas, que va dominando todo lo que existe: es un objeto inanimado que aprende y procesa información, algo que hasta hace poco parecía exclusivo de los seres vivos.
Las élites están demasiado confundidas con sus supersticiones para comprender el profundo cambio que ocurre en la mente de los ciudadanos. En vez de resucitar los regalitos del pasado y alquilar buses para organizar concentraciones inútiles, deberían hacer un esfuerzo para comprender esa nueva realidad en la que el viejo clientelismo va a desaparecer de manera inevitable.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.