El 29 de octubre se celebro el Día Internacional de los Cuidados por segundo año en todo el mundo. Este día fue establecido durante la Asamblea de Naciones Unidas en 2023, como una forma de recordar la conveniencia de reconocer los cuidados, y definir una política que los reconozca y que se asegure a la ciudadanía el apoyo a estos cuidados, a través de la definición de políticas al respecto.
Cabe entonces analizar a qué nos referimos cuando hablamos de “cuidados”, y en esto radica la polémica con quienes rechazan este concepto. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de cuidados? Entendemos que son todas las actividades que se realizan para hacer las tareas domésticas necesarias en toda casa familiar, cualquiera sea la estructura de la familia que habita esa casa, y que alguien cubre o realiza esas tareas necesarias para sobrevivir. Esto comprende desde la limpieza de la casa, la elaboración de las comidas y todo lo que se debe hacer para que sus habitantes puedan desarrollarse y sobrevivir en esa casa, si bien esto varía según el contexto y la estructura de cada familia. A esto se suman las actividades que se requieren para el cuidado de algunas personas de la familia según su edad y/u otra característica, como estar enfermos o ser discapacitados, entre otros. El cuidado de la niñez es progresivo según el nivel de dependencia, con el consiguiente aumento según estén enfermos, sea temporal o crónicamente. En el caso de las personas adultas mayores y/o las personas con enfermedades que limitan su capacidad de autosuficiencia, como los enfermos mentales y/u otras con enfermedades crónicas, todas estas personas con diferentes necesidades necesitan alguien que las ayude y las atienda. Estas actividades son las que integran el sistema de cuidados, que tradicionalmente son cubiertos dentro de la familia principalmente por las mujeres. Esta casi exclusividad de la responsabilidad en las mujeres es algo que a lo largo de los siglos, y atento al cambio en el papel de las mujeres en la sociedad, ha cambiado, desde su mayor escolaridad, que ahora se extiende a la universidad, donde no solo ingresan más, sino que también se reciben. Esto constituye un gran cambio que impacta en las formas de vida de las mujeres y las familias; en ese sentido, es lógico que a partir de este cambio irrumpa con mayor claridad la necesidad de contar con políticas que aseguren que se apoye a estas “nuevas” mujeres en su vida diaria en las tareas del cuidado. Tareas que no implican de ninguna manera eliminar los cuidados vinculados a la atención afectiva y propia, sea de la maternidad y paternidad, así como del amor filial de hijas e hijos hacia sus padres u otros familiares directos o no, pero a quienes los liga un fuerte afecto. Por eso las políticas de cuidados no pretenden eliminar esto, sino asegurar que en casos en que se elija y necesite, cada integrante de la familia pueda contar con el apoyo para atender las necesidades de hijos, padres u otros integrantes sin tener que interrumpir su desempeño en forma excesiva, sino contando con ese apoyo.
Estas políticas plantean la corresponsabilidad compartida dentro de las familias entre hombres y mujeres, así como del Estado y/o el sector privado. Quienes rechazan estas políticas las malinterpretan en este sentido, como si estas políticas obligaran a las madres a abandonar los cuidados maternales básicos de sus hijos y esta responsabilidad fuera siempre asumida por terceras personas. Como se denominan cuidados no remunerados, creen que se considera siempre todo cuidado quematernal debe ser pago. Cuando en realidad se plantea darles valor económico para poder dimensionarlos, no para remunerarlos. Rechazarlos es una forma de ignorar que se necesitan leyes, no para regular los afectos maternales/paternales y/o filiales, sino para permitir por ejemplo a los padres que quieren ocuparse del cuidado de sus hijos enfermos poder hacerlo sin que les implique que les descuentan el día. Algo que en el caso de las mujeres trabajadoras no ocurre. Por eso adoptar estas políticas de cuidado es adecuar la legislación y las normas para que cada integrante de la familia, independientemente de que sea hombre o mujer, pueda optar por ser apoyado para ejercer esa elección.
Este año la Corte Interamericana de Derechos Humanos –CIDH– emitió una resolución en la que reconoce el derecho de ser cuidado y de cuidar de todas las personas. Esto no es menor ya que implica que se reconocen los cuidados como un derecho humano que los Estados tienen la obligación de garantizar, tanto para los que los reciban como para poder brindarlos. O sea, todos los ciudadanos tienen derecho a trabajar como cuidadores y a ser reconocidos, algo que plantea una importante contribución de las políticas de cuidados en la creación de empleo formal para, especialmente, las mujeres, que son las principales trabajadoras en tareas de cuidado. Esto se suma al desarrollo de infraestructura, algo que a su vez contribuye a la reactivación económica en los países cuando se sancionan estas políticas. Por eso, además de la necesidad de reconocerles el aspecto legal del derecho, las políticas de cuidados son un importante estímulo del crecimiento económico de un país. Negar y rechazar las políticas de cuidado es retroceder más de cincuenta años en la historia de la humanidad, algo que países ultraconservadores lo están haciendo, como Argentina. Esto no tiene viabilidad, es imposible retroceder el adelanto de la humanidad.