Me invitan a dar unas charlas en la Fiesta del Teatro, en Jujuy. Yo me juro que ceñiré mis opiniones a cuestiones técnicas. En casos así siempre me propongo hablar de técnica, de cualquier asunto sobre el cual hablar como quien aprende a armar un reloj, evitando caer en la trampa. No hablaré de regiones. No diré “Noroeste”. No comenzaré ninguna frase con: “En Buenos Aires...” No responderé la pregunta de rigor: “Sí, eso está muy bien, pero ¿cómo hacemos eso acá?”
Volví a fallar. El teatro parece estar siempre encadenado al “espíritu del lugar”. Esto, que para quien llega de visita puede tener connotaciones positivas, turísticas o antropológicas, no tarda en mostrar su cara monstruosa. El teatro necesita público, y lo necesita ya. Si el público no acude, no hay teatro. Si un elenco cree que su obra es inaccesible para “su” público, fustigado por el maldito espíritu alfajorero del lugar, y por ende, durará unas cuatro funciones, quizá no le dediquen mucho ensayo. Y sin ensayo, sin prueba y error, el teatro se transforma ¿en qué? Qué piola: yo vivo y trabajo en una ciudad enorme, con públicos de gustos diferentes, donde a fuerza de cemento y brea se ha dominado al espíritu del lugar hasta enterrarlo. ¡“En Buenos Aires”... se ensaya, a veces, dos o tres años!
Yo pretendía que una película local como La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, sobrevolara las obligaciones regionales para, sin prescindir de su rico “paisaje”, produjera técnica, extrañamiento, sorpresa, terror, miles de cosas que no son ni ponchos ni colaciones. Me miraron atónitos. La mujer sin cabeza no se vio en Jujuy. No se estrenará. Como Historias extraordinarias tal vez no se estrene en Azul, donde transcurre.
El regionalismo (con sus leyes y sus presupuestos) sigue dándole al colorido espíritu del lugar la coartada perfecta para empobrecerlo todo. Una película salteña puede prescindir del público norteño, e ir a dar al centro sensible de los festivales del mundo. Una novela escrita en Jujuy puede hablar de cualquier tema universal. Un pintor puede reinventar el pop en Palpalá. Pero, ¿podrá una obra de teatro hacer lo mismo? Me resisto a recibir respuestas simples.