Una vez más, la agenda periodística argentina también, aunque en menor medida, influida por las palabras y los hechos del Papa Francisco. En este caso, tras su gira pastoral por Corea del Sur, el Papa habló extensamente con los periodistas en el vuelo de regreso a Roma, y entre las muchas cosas que dijo –incluso aquellas asombrosas, respecto de que “dentro de tres o tres años” regresaría a “la casa del Señor”- también aludió a temas de actualidad palpitantes, pero sobre todo uno, que es el que motiva este comentario, resumido en una frase lapidaria y contundente, esas frases a las que no estábamos acostumbrados provenientes de un Papa, y que merecen una ponderación razonable: Dijo que “es lícito detener al agresor, (pero) no bombardearlo”. Se refería a la crisis en Irak.
Antes de entrar en el terreno propiamente de la opinión, hay dos cosas que quiero decir: primero, el oyente tiene derecho a conocer íntegramente el pensamiento y las palabras que dijo Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, en punto a lo que está sucediendo en Medio Oriente; pero también es cierto, como lo enseña Juan Carlos de Pablo en la última edición de la revistaCriterio, que una cosa es la disciplina de orden evangélico que corresponde al mundo católico en relación a lo que el Papa diga o deje de decir, y otra cosa son las opiniones del Papa cuando habla del capitalismo y de la guerra. Cuando el Papa interviene –con todo el derecho del mundo– en la agenda de tópicos de nuestra vida cotidiana, naturalmente se expone (y así tiene que ser) a un debate franco en donde uno puede decir que está o no está de acuerdo con él.
En una palabra: no son temas pontificios ni catequísticos, sino cuestiones en las que puede opinar un Papa como puede hacerlo un militar, un ingeniero, un rabino, un estudiante e incluso un periodista. La sorpresa de estas consideraciones del Papa es que se relacionan con un fenómeno de barbarie y salvajismo de enorme gravedad que no es reciente, sino que se viene reproduciendo en Medio Oriente y África, vinculado con el exterminio de poblaciones atacadas por grupos que se reclaman de la más acendrada pureza coránica, en una palabra, ultraislamistas, y que no admiten la existencia de los diferentes.
¿Qué dijo el Papa y qué corresponde decir cuando habla de esta guerra que se desarrolla actualmente en las tierras de Irak y Siria? Dijo que “una nación por sí sola no puede juzgar cómo se detiene a un agresor”. El meollo y nudo de las palabras del Papa Francisco: “donde hay una agresión injusta es lícito detener al agresor”. “Detener –dijo el Papa Francisco- no digo 'bombardear', 'hacer la guerra': detener al agresor injusto”. Claro, consciente de que esta frase podía ser polémica, porque la distinción semántica entre “detener” y “bombardear”, en el caso de la guerra, es muy opinable, agregó: “Los medios con los cuales detener al agresor injusto deberán ser evaluados”. A renglón seguido, admitió “el nivel de crueldad en estos conflictos, en los que las bombas matan tanto a culpables como inocentes, incluso a niños o a madres”.
Corresponde interpelar de manera honesta y respetuosa a un hombre que ha tenido la gran valentía de, por lo menos, subrayar, el carácter terrible de la agresión que tiene como escenario a los territorios que formalmente ocupan Siria e Irak.
Las actividades del califato islámico, o del llamado “Estado Islámico” son de una gravedad y barbarie sin precedentes. Hay una multiplicidad enorme de columnistas, expertos, opinadores, incluso dirigentes de todo el mundo, que, habiendo mantenido una posición sumamente escéptica respecto de las razones de Israel para defenderse de los cohetes de Hamás, en el caso concreto del Estado Islámico han sido contundentes. Algunas de las palabras que pude entresacar de la lectura de numerosos documentos para denominar a estos criminales es “sanguinarios”, “terroristas”, “fanáticos”, “bárbaros”; gente que, como bien dice el Papa Francisco, no solamente se ha dedicado a la eliminación y exterminio de las minorías cristianas en Siria e Irak, sino que incluso la ha emprendido contra otras poblaciones originarias, los yazidíes, por ejemplo, que para ellos no merecen existir, a menos que se islamicen plenamente.
No es solo un fenómeno del mundo árabe. Tenemos el caso horripilante, indescriptible, de Nigeria, y de las actividades criminales de la banda terrorista ultra islámica Boko Haram dedicada a secuestrar niñas para entregarlas como esclavas sexuales o esposas a poderosos señores de la guerra. Esto existe. Es lo que el Papa no ha querido negar, ni obviar.
Celebro que como hombre de este mundo, como hombre que tiene, inclusive, una mirada muy política, Francisco se haya animado a sostener que es necesario detener la barbarie. Claro, a continuación, dice: “Pero hoy se tira la bomba, y junto al culpable se asesina al inocente, a la madre y a la abuela”.
La Iglesia sabe mucho de esto y ha reconsiderado autocríticamente su pasado y hecho el mea culpa por el Santo Oficio, la Inquisición y por el cargo de deicidio contra el pueblo judío. No es nuevo que inocentes han muerto y que no debían ser asesinados.
Cuando una persona interviene en cuestiones seculares, en las que de por medio intereses, puntos de vista filosóficos e ideologías, uno puede tratar de interpretarlas de diferentes lugares. El Papa ha hablado de detener la agresión, pero sin bombas. ¿Es una exhibición de candidez? ¿Es, en todo caso, una ratificación de la paz, algo que todos estimamos y a lo que nadie debería renunciar? ¿Son, sencillamente, buenas intenciones? ¿Es solo un juego retórico?
Sin ninguna ambigüedad: es estéril hablar de detener y no bombardear. Hay que recordar que el 11 de septiembre de 2001 un grupo de terroristas suicidas se apoderó de tres aviones y dos de ellos fueron estrellados contra las Torres Gemelas, provocando en el acto la muerte de 3.000 personas por el solo hecho de estar habitando unos edificios considerados por los terroristas como la quinta esencia del capitalismo. En una palabra: el mal existe. La maldad no es un invento. ¿Qué hacer para detener a los criminales del Estado Islámico, que hasta incluso han confiscado el nombre “islámico”, que seguramente, una gran mayoría de islámicos moderados no admitiría? ¿De qué manera detener a estas personas que no sea a través de los medios militares?
He sido partidario de la paz toda la vida. Pero no soy inocente. ¿Cómo hacer frente al mal? ¿Cómo hacer frente, por ejemplo, a los ejércitos de Hitler que avanzaban sobre toda Europa y llevaron adelante y propulsaron el Holocausto, entre otras tantas tragedias, el intento de una “solución final” para el “problema” judío? ¿Con qué se le hacía la guerra? ¿Cómo se detenía a Hitler?
Le preguntaría, no al Papa Francisco, sino al conciudadano Jorge Mario Bergoglio: su eminencia reverendísima, ¿cómo detener a estos criminales que no sea a través de los medios que en definitiva –lamentablemente– hay que usar?
(*) Emitido en Radio Mitre, el martes 19 de agosto de 2014.