Dos novedades periodísticas de las que se hacen eco hoy los diarios me llamaron poderosamente la atención y me incitaron a buscar un común denominador en ellas, que se aleja de la habitual preocupación por la situación del país en términos puramente políticos. Esta misma frase es, de por sí, auto inculpatoria:pensar que la situación del país solo puede ser diagnosticada o percibida en términos de lo que sucede con la política o con la economía, es un grueso error.
Esas novedades son el prestigioso premio internacional recibido por un joven matemático argentino de 26 años, Miguel Walsh, y por otro lado, a la curiosidad periodística que ha llevado al diario La Nación a publicar este 25 de junio en plana la crónica de un proceso de transformación de la enseñanza de la matemática, que se viene dando en ciertas escuelas, todavía minoritarias, pero que marcan un fin de época, un cambio de siglo. Es una cuestión central de la que hemos tenido consciencia a lo largo de estos últimos años, y genera consecuencias imprevistas y muy positivas.
Aquí no hay miserias, indigencias, ni ilegalidades; sino, por el contrario, lo más interesante y apetitoso de la Argentina: su capacidad de cambiar, adecuarse, estar alerta ante la velocidad inmensa de las modificaciones que los tiempos están trayendo. Se vincula con la enseñanza matemática en algunas escuelas y marca una tendencia, un fenómeno de involucramiento de los padres en la enseñanza de la matemática a sus hijos.
Ha cambiado la estructura central del proceso de enseñanza. Quienes somos testimonio de una época ya superada, cuando la fuente de información y educación era, literalmente, una sola, el maestro en la primaria, o el profesor en la secundaria, sabemos que esos tiempos han terminado y por un dato muy contundente, simple y conmovedor: los niños tienen ahora multiplicidad de fuentes para educarse, y aquel que ya desde muy niño exhiba talento, vocación o sensibilidad para la matemática, con solo entrar a internet y navegar, se abre a un mundo maravilloso, infinito y lleno de estímulos, un mundo que antes no existía.
Ya la escuela no ejerce el monopolio de la enseñanza. Esto no solo no es una catástrofe, sino que por el contrario, es un episodio muy estimulante, porque al no ser solo la escuela, ni siquiera los convencionales medios de comunicación de los que se hablaba hace una década, sino las redes sociales y sobre todo internet, esa fuente infinita de recursos de conocimiento, esto no puede producir sino una consecuencia positiva, un enriquecimiento y un estímulo a la creatividad de los muchachos.
El segundo dato central, que suscita esta inquietud de las escuelas por hacer talleres para padres que necesitan entender qué es lo que sus hijos están aprendiendo, es que la era de la memorización está muerta. Por el contrario, la memorización salvaje, rutinaria, que consagra mentalidades dogmáticas, devalúa la posibilidad de razonar por cuenta propia. Por eso, el involucramiento de los padres es algo fundamental pero no puede darse mecánicamente. Todavía no existe de manera organizada en la escuela pública y es una pena que los docentes de la escuela pública no encaren ellos, por su propia cuenta e iniciativa, también un reajuste a esta necesidad de involucrar a toda la familia, no solo para que los estratos más humildes la escuela siga siendo comedor y espacio de contención social, sino para que además, aquellos padres que quieren y pueden, se asocien con los maestros y con los chicos para advertir que una revolución viene atravesando la enseñanza de la Argentina y del mundo. Es que nos corren los tiempos. Los tiempos van más rápido de lo que nosotros podemos imaginar.
El caso de Miguel Walsh es conocedor. El premio Ramanujan que habrá de recibir, recuerda a un joven sabio, prematuramente muerto hace años, que redescubrió desde la India la matemática occidental, solo y casi sin entrenamiento formal, cuando tenía menos de 20 años.
Miguel Walsh es un chico argentino que hizo la primaria en la Escuela Argentina Modelo, una escuela privada de Buenos Aires, y cursó la carrera de matemáticas en la Universidad de Buenos Aires. Esto ratifica que la división entre privada y pública es más formal que otra cosa: lo que importa es la enseñanza de calidad, y la enseñanza de calidad puede ser ofrecida en instituciones privadas como la Argentina Modelo, como en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. El premio que habrá de recibir es por un trabajo cuyos detalles técnicos específicos no estoy en condiciones de detallar por falta de conocimiento. Pero sobre todo, importa destacar, es la mesura, austeridad y firme convicción de Miguel en que todo es posible si hay amor al conocimiento, apego al trabajo y el rigor que se necesita para avanzar en campos que normalmente son privilegio de sociedades más ricas.
En estos dos casos, el involucramiento de los padres en la matemática que aprenden sus chicos en la escuela, como el premio a Miguel Walsh, veo un signo positivo, alentador, estimulante. En medio de tantas depresiones y frustraciones, persiste una Argentina que no solo puede, sino también quiere ser, y habrá de ser.
(*) Emitido en Radio Mitre, el miércoles 25 de junio de 2014.