No es indispensable esgrimir demasiadas razones para postular lo que, sin duda, es uno de los rasgos más enfermizos -¿y por qué no decirlo?- patológicos de nuestro país, la Argentina. Las situaciones se reiteran, los problemas van rotando para regresar al punto de partida, y son prácticamente siempre los mismos, Más allá de las promesas y de las afirmaciones in pectore de que el país ha cambiado, hay una serie de factores que confirman de manera terminante –y, por cierto, muy deprimente- que la Argentina sigue recitando el mismo verso, ya no sólo a lo largo de los años, sino incluso a lo largo de las décadas. Cualquiera que haya atravesado la línea de los 50 años de vida, sabe que el dólar es uno de habitantes centrales, a menudo intérprete protagónico de la realidad argentina.
Hoy la moneda de los Estados Unidos tocó el nivel de los 13 pesos en esa denominación producto de nuestra infinita creatividad para el verso, que es el “dólar blue”, lo que hace 20 años denominábamos “negro” o “paralelo” y que sigue estando en las tapas de los diarios conforme pasan los meses, los años, las décadas, “As times goes by”, como recita la maravillosa canción emblemática del film Casablanca. A medida que el tiempo va pasando, el dólar está con nosotros. La razón es muy simple, y por más que se empeñen, a veces con ahínco ideológico u oportunismo mediático en desmentirlo los diferentes líderes políticos, el dólar sigue siendo la moneda de referencia de los argentinos.
Ésta no es una situación que cabe explicar, como alguna vez pretendió Juan Manuel Abal Medina, derivada de una tara cultural de los argentinos. Si, efectivamente, la cifra de 200.000 millones de dólares sustraídas al circuito convencional es el producto de un ahorro nacional que la gente insiste en tenerlo en moneda extranjera y, si fuera posible, en otro país, hay que asumir que más allá de las taras culturales o de las deficiencias psicológicas o de un supuesto colonialismo cultural, por algo tiene que ser. Las estimaciones más cuidadosas, sostienen que desde aproximadamente la crisis del bienio 2007-2009 se han fugado del país 80.000 millones de dólares. Atención con la palabra “fugado”: no se vincula con lo que esta mañana se descubrió en un pasajero que iba a Colonia. No se trata de gente que saca el dinero en el tanque de nafta de su auto o en algún bolsillo secreto. Se trata de la preferencia inclusive en el mercado local por la compra de moneda extranjera, como producto de la imprevisibilidad, la inseguridad y la ansiedad que dominan la vida económica a la sus actores, siempre un verdadero albur.
Las decisiones del Gobierno siempre han estado empapadas de ese voluntarismo que han heredado de la ideología setentista, según la cual el deber de todo funcionario es transformar la realidad y al que no le guste, que se calle la boca; el plan de blanqueo de capitales “no exteriorizados” fue uno de sus fracasos más estrepitosos. En más de un año sólo ingresaron en este blanqueo (que ha sido prorrogado hasta el próximo 30 de septiembre) apenas 854 millones de dólares, apenas el 20% de lo que fue el blanqueo de 2009, por el que había que pagar alícuotas diferenciales. El llamado Bono Argentino de Ahorro para el Desarrollo Energético, otra rimbombante denominación kirchnerista, cuya suscripción por lo menos aceptaba una tasa de interés del 4% mensual, no llega a los 100 millones de dólares. Esto es un monto liliputiense cuando se considera que YPF, si quiere realmente encarar la epopeya de explotar el gas no convencional de Vaca Muerta, necesitaría, hasta 2017, una inyección por año de 7.500 millones de dólares.
¿Por qué fracaso el blanqueo? Porque no hay credibilidad. En un país con una historia tan larga de violación de la ley, alteración de los contratos y gestos altaneros y prepotentes para los “enemigos” exteriores de la República, nadie verdaderamente sensato y que obre más allá de su buena voluntad, puede imaginar que sus propios capitales van a estar respaldados y protegidos por un blanqueo que nunca logró hacer pie en la Argentina. De hecho, las reservas que el país hoy ostenta tener, que sumarían 29.000 millones de dólares, en rigor de verdad son 25.000, porque 4.000 millones ya son ingresos devengados. Otro elemento particularmente llamativo de este momento de tan clara recesión, es el deterioro, la caída de nuestro superávit comercial.
La caída del superávit comercial argentino, o sea la diferencia entre lo que vendemos y lo que compramos, fue del 28% solamente en el primer semestre de este año. Hay un dato fantástico, divulgado por a Néstor Scibona, uno de los más serios y sólidos columnistas de economía en la Argentina, una perla: frente a compras externas de 14.000 millones de dólares anuales en gas y combustibles –el país invierte 14.000 millones de dólares por año solo para importar energía– ya era llamativo que la única campaña de ahorro de energía eléctrica del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner haya sido, años atrás, la distribución gratuita de dos lámparas de bajo consumo por vivienda. Una de las tantas cosas de las que uno se había olvidado, y que Scibona recuerda con muy buen criterio. “También lo es ahora, ya que ese tipo de lámparas deben importarse: no se fabrican en la Argentina. Y el precio promedio de cada una de estas lámparas de bajo consumo ya supera a la factura promedio de electricidad en el área metropolitana de Buenos Aires, donde los subsidios no dejan de crecer y alimentan el déficit fiscal”.
El impacto de la compulsión populista a hacer las cosas que le gustan a la gente, ha llevado a un disparate que, me temo, es realmente único en el escenario mundial: los consumidores, que somos clientes, por así decirlo, de EDESUR o EDENOR en la zona metropolitana, específicamente en la Capital Federal, seguimos recibiendo unas facturas en donde insultantemente se nos dice que estamos subsidiados por el Estado nacional, y para agregarle un verdadero camión de sal a la herida, nos comparan con lo que se paga no solo en Montevideo o en San Pablo, sino también en ciudades argentinas, donde normalmente la electricidad es entre cuatro y cinco veces superior a la de Buenos Aires.
Creo que en este verdadero núcleo discursivo, que es un núcleo de realidad, está el centro de la realidad argentina. No asustarse, en consecuencia, si el dólar “blue”, “paralelo” o “negro” sigue subiendo. No soy albur y nunca me he dedicado a esta especialidad periodística de las conjeturas cambiarias, pero así como aquella famosa frase decía “es la economía, estúpido”; cuando hablamos del dólar, habrá que concluir, sin pretensión de ser demasiado original: “es la falta de credibilidad, dogmáticos”.
(*) Emitido en Radio Mitre, el martes 12 de agosto de 2014.