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Recuerdos de una santa

Leerla exhaustiva o, al menos, intensamente, implicaría dejarlo todo, o entenderlo todo a partir de su misticismo.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

La editorial española Trotta viene publicando la obra de Simone Weil. Me gustaría tener los dieciséis libros que se anuncian en el catálogo, pero solo tengo la media docena que compré hace algunos años. No sé si son los que más me interesarían hoy (me faltan los de sus últimos años) y tampoco los leí enteros. De todos modos, no recuerdo nada de Weil que me pareciera menos que brillante. Su obra, escrita en vertiginoso desorden hasta su muerte a los 34 años, no es solo la de una gran escritora, siempre elocuente y lúcida, sino la de una filósofa, es decir la de alguien que pensó el mundo. Leer a Weil implica entablar un diálogo con ese pensamiento que, para quien no se dedica profesionalmente a la filosofía, casi excluye la posibilidad de leer a otros. Sospecho que leerla exhaustiva o, al menos, intensamente, implicaría dejarlo todo, o entenderlo todo a partir de su misticismo. No sé si hay muchos filósofos contemporáneos que puedan ejercer una atracción equivalente porque la escritura de Weil, que no es complicada sino profunda, lo abarca todo (se podría decir que lo absorbe todo) desde la vida cotidiana hasta los regímenes políticos, desde la ciencia a la religión, desde lo minúsculo a lo insondable. 

El problema con Weil es que tuvo una vida demasiado es-pectacular como para ser tomada del todo en serio. Su modo de respaldar el pensamiento con la acción la llevó a situaciones extremas: la fábrica, la guerra, finalmente la muerte por inanición. Sus ideas la llevaron a tomar partido por los postergados y los vencidos y su manera de entender esa elección acabó con ella. Pero desde su abordaje de la cuestión social, Weil se enfrentó con la paradoja siniestra del poder, desde que entendió muy tempranamente que quienes hacían la revolución en nombre de los desposeídos, terminaban separándose de ellos y oprimiéndolos de un modo más atroz que el régimen que reemplazaron. 

Aunque Weil ya se había enfrentado con los bolcheviques, fue durante la guerra de  España, donde se encontró con las ejecuciones practicadas en el bando republicano, en particular por los anarquistas, el partido que más se acercaba a sus convicciones libertarias. A partir de esa experiencia le escribió una carta a George Brenanos, un escritor católico de derecha que se atrevió a denunciar las atrocidades de su propio bando en Mallorca. Al parecer, Bernanos llevó esa carta consigo hasta su muerte en 1948 y esa es la excusa que le da volumen nove-lístico a La columna, un libro reciente del francés Adrien Bosc, que acaba de publicar Tusquets y es un relato de los días de Weil en la guerra española. El libro es fiel a los hechos históricos y sus semblanza de Weil es simpática aunque algo distante. Es que, como dice Carlos Ortega, prologuista de La gravedad y la gracia, “Simone Weil es como el artista del hambre de Kafka, un personaje que despierta un súbito interés no bien se conocen cuatro detalles de sus ‘capacidades’, y al que luego se olvida por la avidez de nuevos espectáculos.” La columna es una buena introducción a las pasiones de Simone Weil, pero también una invitación a olvidarla una vez conocidas algunas coincidencias y curiosidades. La literatura actual se nutre de esas casualidades de la historia y, tras usarlas, las hace a un lado. Pero Weil sigue siendo un desafío.