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corazón argentino, perverso y culposo

Salen a la luz unas cartas de Thomas Pynchon donde muestra su admiración por Borges

En la Universidad de Texas se encuentran una serie de cartas del enigmático Thomas Pynchon dirigidas a un amigo en las que da cuenta del impacto que significó para él la lectura de los cuentos de Jorge Luis Borges: “Cuando comprenda mi verdadera vocación de crítico literario y escriba la obra definitiva sobre la Literatura argentina del siglo XX, ésta creo que será mi básica dicotomía: el laberinto y la llanura”, dice. Un secreto previsible, pero al mismo tiempo sorprendente.

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Cartas. Arriba: un retrato del escritor argentino. Abajo, a la izq., dos de los folios escritos por Thomas Pynchon donde se refiere a Borges. En el centro: Thomas Pynchon según Matt Groening, en Los Simpson. A derecha: uno de los pocos retratos conocidos del escritor. | cedoc

A principios de 2020, el sitio web Biblioklept (biblioklept.org), publicó las imágenes de una carta de Thomas Pynchon, escrita a máquina en papel cuadriculado. Nada dice del destinatario, pero se supone que era un amigo suyo, acaso editor, al que escribe luego de publicar su primera novela, V (1963), vivir en México (donde los vecinos le decían Pancho Villa por su bigote), y allí escapar por la ventana de un periodista de Time que localizó su escondite, incidente al que refiere elusivo en el resto de la carta:

“Estoy sufriendo una especie de patada de Borges, y se me ocurre que deberías saber algo sobre él, ya que, si la memoria no me falla, trabajaste en NWW 18, que incluía “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. La pieza me perseguía porque no sabía si era “ficción” o no. En realidad la patada data de muchas Navidades atrás, cuando mi hermana me regaló una colección de cuentos en español (en traducción), entre los que estaba “El milagro secreto”. Con el paso de los años se convirtió en el único cuento de la colección que recordaba, aunque en ambos casos no recordaba el nombre del autor. Luego encontré la traducción de Ficciones de Grove Press en una librería y decidí leerla en español; no es que mi español sea bueno, pero creo que es una cortesía común leer a alguien en el idioma original, si se puede hacer sin demasiados problemas. Así que esta noche compré El Aleph, que es otra colección de cuentos y me enfrento a un misterio menor. Al fondo hay un anuncio de otros libros de la misma serie, uno de los cuales es una colección de historias policiales, editada por Borges y un tal Bioy Casares. Como recordarás, “T, U, OT” comienza con Bioy mencionando el artículo sobre “Uqbar” en una versión pirateada de la Enciclopedia Británica. Pregunta: ¿Bioy Casares es real o no? Ese tipo de ambigüedad es parte de lo que me gusta de Borges. “Real” significa algo completamente diferente; al igual que lo surrealista. Los paisajes planos de Dalí o Tanguy (¿así es?) no son superficies abstractas, sino las llanuras planas e iluminadas por la tormenta en el sur de Argentina, sobre las cuales B. escribe con tanta nostalgia que tengo la idea de que de ahí viene originalmente. La solapa de Grove dice que B. fue influenciado por el expresionismo alemán; espero que no. Argentina ya es una colonia alemana suficiente. Pero quién sabe. Yo no. Cualquier información que tengas sobre él te lo agradecería.”

Otra carta facsimilar, en el mismo tono y en referencia a su lectura de la obra de Jorge Luis Borges, indica que es subsiguiente a la anterior y se publicó hace dos meses en la red Reddit. Su traducción –como la anterior, perfectible– es la que sigue:

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“He terminado otro de Borges, El Aleph. Y comencé La Bahía del silencio, de otro nombre argentino, de Eduardo Mallea. Me estoy convirtiendo en un argentinófilo, si no maníaco. No haber estado nunca a menos de dos mil millas del lugar no me ha impedido desarrollar una teoría, a saber, que el paisaje de Buenos Aires, ‘la renovada desolación de una llanura inacabable’, saca un poco de su calabaza a los sensibles escritores argentinos, al menos hasta el punto de que empiezan a llenar sus cuentos con todo tipo de conejeras y laberintos, para compensar, ¿ven?, la llanura vacía de la llanura. Hay una historia en El Aleph sobre cómo un rey babilónico construye este enorme laberinto: un día un rey árabe viene de visita y el babilónico, por diversión, lo lleva adentro, lo pierde y se sienta afuera riéndose a carcajadas. El árabe pide ayuda a Alá, la obtiene, encuentra la salida. ‘Ven a visitarme alguna vez’, le dice al otro rey. ‘En Arabia tengo un laberinto mucho mejor’. La invitación es aceptada y sí, lo habrás adivinado, el laberinto del árabe resulta ser el desierto (la llanura, supongo, disfrazada), en medio del cual se lleva al babilónico y allí lo abandona, “donde hay ni escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni pasillos fatigantes que atravesar, ni muros que te impidan el paso”. Cuando comprenda mi verdadera vocación de crítico literario y escriba la obra definitiva sobre la Literatura argentina del siglo XX, ésta creo que será mi básica dicotomía (Dios, cómo me encanta esa palabra): el laberinto y la llanura. La obra de un Dios malévolo y la obra del hombre, ambas esencialmente iguales, ambas diseñadas para destruir o alienar el espíritu humano.”

A la manera de una predicción, en 2015, Biblioklept publica la mención de Borges en la novela El arco iris de la gravedad (1973) de Thomas Pynchon, bajo el título Look at Borges: “En la época de los gauchos mi país era un papel en blanco. La pampa se extendía hasta donde los hombres podían imaginar, inagotable, sin límites. Dondequiera que el gaucho pudiera cabalgar, ese lugar le pertenecía. Pero Buenos Aires buscó la hegemonía sobre las provincias. Todas las neurosis existentes sobre la propiedad cobraron fuerza y comenzaron a infectar el campo. Se erigieron alambrados y el gaucho se volvió menos libre. Es nuestra tragedia nacional. Estamos obsesionados con construir laberintos, donde antes había llanura y cielo abierto. Dibujar patrones cada vez más complejos en la hoja en blanco. No podemos soportar esa amplitud: es terror para nosotros. Mire a Borges. Mire los suburbios de Buenos Aires. El tirano Rosas lleva muerto un siglo, pero su culto florece. Debajo de las calles de la ciudad, en los laberintos de habitaciones y pasillos, en los cercos de alambre y las redes hechas con vías de acero, el corazón argentino, en su perversidad y culpa, anhela un regreso a esa primera serenidad no escrita... esa unidad anárquica de la pampa y el cielo...”.

Las cartas enviadas por Pynchon citadas se encuentran en el archivo de Harry Ransom Center, Universidad de Texas, Austin.