Hace trece años, me regalaron algo envuelto en cinta de embalar impresa con la cara de Eva Perón. Había que entender a Néstor y Cristina como sucesores de Perón y Evita, y el merchandising parecía un camino rápido para lograrlo. Tazas y soquetes con la cara del general y/o su segunda esposa entusiasmaban a la joven militancia K, hoy no tan joven, pero, en algunos casos, igual de idólatra.
Junto al fervor por los objetos peronizados, páginas web y medios financiados por “orgas” o sindicatos florecían imponiendo la idea de que el peronismo es una cosa de gente conurbana, adicta al choripán, con calle, con chicas “yeguas” y “gronchas”, con magia y vino, pero también con progresismo, Coca-Cola y alta vibra popular. Poco antes de la asunción de Alberto, el marketing peronista tuvo un espaldarazo afianzado mediante refritos ensayísticos y literarios, humor gráfico pedagogizante, culto a un goce inexistente, insulsos programas de radio, torcidas relecturas de la historia y publinotas que van en la misma dirección de aquellas tazas y soquetes.
En la vereda de enfrente, con un título lo suficientemente elocuente como para no tener que dar demasiadas explicaciones, está La agonía del peronismo, del histórico militante de la Resistencia Jorge Rulli. Es difícil cuestionar lo relatado por alguien que pasó por la experiencia directa de aquello que cuenta, incluyendo cárcel, tortura, exilio y testimonios que desarticulan buena parte de un relato oficializado a la fuerza. Pero es fácil preguntarse por la agonía que el libro pone de manifiesto y la fantasía de conjurarla mediante la producción de objetos y consignas carentes de valor fuera de la endogámica militancia online, cuya inutilidad se comprobó nuevamente el domingo pasado con el triunfo de la oposición en buena parte del país.
Lo más probable es que estos cultores del merchandising y el activismo mediático del peronismo sean recordados, a la larga –y no tanto–, como sus inadvertidos sepultureros.