Los noveles votantes no saben, en su mayoría, quién es Juan Carlos Blumberg y, por extensión, por qué se hizo famoso en 2004, cuando asesinaron a su hijo Axel y como consecuencia encabezó una campaña que originó movilizaciones multitudinarias y derivó en algunos cambios en la política penal. Esto le dio fama, un prestigio de duro y cierto atractivo que aprovecharon sectores políticos afines a sus ideas para seducirlo con candidaturas. Poco se supo de él por largo tiempo hasta ahora, cuando Javier Milei intentó acercarlo a su armado para este año electoral.
En estos días, Blumberg tuvo contactos con periodistas y dejó en ese itinerario una frase que puso en alerta a la política y los medios: dijo haber escuchado que emisarios de Milei piden sumas de dinero (hasta 50 mil dólares, especificó) a cambio de candidaturas. Es bueno aclarar que parte de quienes ejercen este oficio con muy escasos recursos éticos no aclararon que eran dichos de Blumberg basados en confesiones de terceros no identificados por él. De todos modos, el petardo estalló en medio de la fiesta libertaria y Milei salió a cruzar al periodismo y amenazar con dejarlo sin pauta (¿publicitaria?) y otros males en caso de ser electo.
En suma: se trató de un nuevo caso de “matar al mensajero”, como esta columna lo expusiera algunas veces. Cuando se acercaban las PASO de 2019, el espacio del ombudsman titulaba “Matar al mensajero no es el camino a la verdad”. El texto apuntaba a comentar negativamente la postura crónica de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien atribuía a la prensa todos los males existentes o por existir.
Decía entonces la nota del ombudsman que la frase “matar al mensajero”, expresada por Plutarco para comentar la ejecución de un emisario que le trajo malas noticias al rey de Armenia Tigranes II El Grande (gobernó entre los años 95 y 45 ac) “equivale a denostar a periodistas por el solo hecho de inquirir información, reclamar explicaciones, repreguntar, transmitir a la sociedad lo que sus dirigentes hacen, dejan de hacer u ocultan. Para quienes ejercen el poder o intentan obtenerlo (recuperarlo, en casos) es siempre mejor, más fácil y saludable atacar a quien transmite el mensaje que asumir su contenido y actuar en consecuencia. En casos extremos –como sucedió durante la dictadura 76-83–, centenares de mensajeros-periodistas fueron blancos a torturar, matar, desaparecer u obligar al exilio”.
Decía en aquel texto que “no estamos en dictadura y la prensa, mayoritariamente, hace su trabajo a conciencia: buceando en aguas oscuras en busca de la verdad. Por ello es que las diatribas que vienen de uno y otro extremos de la grieta (agrego ahora, también del outsider Milei) contra los periodistas independientes son como disparos sin plomo, pero de inquietante peligro”. Lo dicho entonces satisface a este ombudsman y lo repito: “El riesgo de la censura y de la autocensura planean sobre este territorio en el que tenemos candidatos que se van de boca, que en el fondo desprecian a quienes ejercemos este oficio, que consideran ‘el mal’ a todo aquello que esté fuera de su control, pensamiento, ideología o creencia. Por cierto, debo dejar fuera del espacio del buen periodismo aquel que ostensiblemente ha optado por una postura militante a favor de una u otra candidatura, limitando la voz de quienes opinen diferente. En tal sentido, creo necesario aclararles a algunos lectores que critican contenidos de columnistas de opinión –habituales o no–, que una de las características positivas de PERFIL es dar cobijo a la pluralidad de voces, aun aquellas que –por estilo, por mera convicción– pueden no coincidir con quienes leen este medio”.