Toda política para reducir la inflación necesita lo que los economistas llamamos un “ancla nominal”.
En un país con las características de Argentina, el candidato por excelencia para ser anclado es el tipo de cambio. Esto es así por dos razones: la primera, vinculada al hecho de que, durante mucho tiempo, Argentina exportó “lo que come”, de manera que un aumento del tipo de cambio se reflejaba directamente en los precios de los alimentos. Congelar el tipo de cambio, entonces, implicaba congelar el precio de los alimentos, componente esencial de la canasta de consumo de la población de menores recursos.
La segunda, se vincula con la dolarización de la economía argentina, producto de décadas de abuso del impuesto inflacionario y el consecuente deterioro del poder de compra de la moneda local y de los ahorros en pesos. En ese contexto, la cotización del dólar se convirtió en referencia directa e inmediata del valor de los ahorros, y del poder de compra del peso.
Si bien, en los últimos años, con las prohibiciones y limitaciones para exportar carne, trigo, maíz, etcétera, más otras distorsiones, y la consecuente profundización de la “sojización” del comercio exterior, la influencia de la primera razón se redujo sustancialmente (ya casi no exportamos lo que comemos), la segunda, el dólar como moneda principal de referencia, sigue vigente. A lo primero, además, hay que agregarle el cambio estructural de la producción y venta de alimentos, en donde la participación de las materias primas e inclusive de la producción se ha reducido sustancialmente, frente a los costos de transporte, distribución y comercialización.
Pero resulta imposible anclar el tipo de cambio cuando éste se encuentra, al menos desde las expectativas, “atrasado”. Fijar un precio del dólar a un valor percibido como bajo, si no se hace nada más, sólo lleva a la pérdida de reservas del Banco Central, y no frena los precios internos dado que la pérdida de reservas resulta una crónica anunciada de una devaluación futura.
Tampoco sirve, a estos efectos, frenar la pérdida de reservas, restringiendo el acceso al dólar, dado que, como se sabe, esta medida lleva a la creación de un mercado alternativo que, legal o ilegal, hace surgir otro precio mayor para el dólar que se vuelve referencia y los intentos por “controlar” y anclar el otro dólar tampoco ayudan demasiado, teniendo en cuenta que ello implica, finalmente, también perder reservas, mientras crecen las expectativas de “unificación” al valor más alto.
Los países de la región generaron una verdadera “revolución macroeconómica” al pasar del ancla cambiaria al ancla monetaria, más relacionada con la política antiinflacionaria del “primer mundo”, al pasar a un régimen de anuncios de metas de inflación, con ajustes de la tasa de interés y con la introducción de un dólar “flotante” (donde flotar significa no sólo “subir”, sino también “bajar”).
Esto fue posible, y necesario, porque el boom de las commodities con tipo de cambio fijo y el flujo de capitales hacia la región, impedía el uso del tipo de cambio fijo como instrumento antiinflacionario. (Fijar el tipo de cambio, con precios internacionales subiendo, hubiera generado una explosión de los precios internos ¿Le suena?)
Pero esta política requiere, ante todo, un Banco Central creíble y percibido como capaz de coordinar su política con el Gobierno, sin tener que financiarlo, y además un tamaño razonable del mercado de crédito, para que la tasa de interés influya.
A estas alturas, usted ya se habrá dado cuenta de que en Argentina con un tipo de cambio atrasado, un mercado financiero inexistente y con un Banco Central que dice que nada tiene que ver con la inflación, las dos anclas macro posibles para encarar una baja de la tasa de inflación no están disponibles.
¿Y entonces? Entonces, sólo queda la vía “bruta”: mentir en el índice y tratar de congelar algunos precios directamente.
Pero esto no es “anclar” el barco, es “encallarlo”. Es frenar la inversión y el empleo privado, y afectar la tasa de rentabilidad de algunos sectores.
En síntesis, por ahora, no hay política antiinflacionaria seria a la vista. Porque el tipo de cambio oficial está atrasado y no se puede “fijar” y porque la política monetaria no puede establecer metas de inflación o algo parecido, creíbles, ya que se dedica a financiar gasto público, con emisión.