Suerte es estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. Si Messi hubiera nacido en el Renacimiento cuando el fútbol aún no había sido creado, su fortuna sería otra.
Cuenta Macri que en 2019 después de la derrota en primera vuelta, un rabino internacional con fama de clarividencia, le insistía en vaticinar que ganaría en las elecciones. Cuando terminó perdiendo la segunda vuelta pensó que el rabino –como era lógico– no tenía esas capacidades, pero al año siguiente al confirmarse que una pandemia azotaba a la humanidad con igual virulencia que hacía cien años la gripe española, recibe un llamado del exterior del rabino, quien le dice: “¿Vio? Ganó. Si hubiera sido electo presidente en esa crisis mundial la estaría pasando peor que siendo expresidente”.
Ver hoy en retrospectiva la serie de fotos que ilustran esta columna de Macri pasándole la banda presidencial a Alberto Fernández el 10 de diciembre de 2019 le dan un poco de razón al rabino. La falta de éxito de su sucesor atemperó la valoración negativa que había acumulado el gobierno de Macri hasta 2019 y ni qué hablar si hubiera sido reelecto con pandemia y, lo que no sabía el rabino cuando lo llamó por teléfono en 2020, más la invasión rusa a Ucrania y la sequía. En 2020 Carlos Melconian con su agudo pensamiento y lengua karateca decía que llamaba al covid “San Pandemia”, porque si no hubiera existido y con el déficit fiscal resuelto por el ajuste de Macri, Alberto Fernández podría haber hecho una presidencia económicamente mucho mejor que su predecesor, reelegirse y cristalizarse para siempre con ideas económicas a su juicio, equivocadas.
¿Tuvo suerte Macri de no ser reelecto? ¿Tuvo mala suerte Alberto Fernández en haberlo sido y que le explotaran pandemia, invasión rusa y sequía? Probablemente no, porque su suerte fue haber llegado a la presidencia, algo que estaba fuera de sus posibilidades y aún con estas desventuras nadie le quita haber ocupado la posición que casi nadie logra.
Esta reflexión sobre la suerte de Macri y Alberto Fernández los trasciende a ellos, y resulta útil para reflexionar sobre cuál será la posible suerte que le toque a quien tenga que ocupar ese cargo a partir del 10 de diciembre, si como dice Carlos Maslatón será un gran afortunado, porque la economía argentina real, la microeconomía, pegó la vuelta y no para de crecer. Para Maslatón “El movimiento bullish arranca en octubre de 2021 donde se cierra el ciclo bearish desde noviembre 2017 y un ciclo bearish mayor desde julio 1966. Esto es explosivo, inflacionista para bien, y recién arranca.” Bullish es alcista. Bearish es bajista. Ambos en la jerga de los mercados financieros. Lo cierto es que las acciones argentinas, el Merval de la Bolsa de Buenos, subieron 55% en lo que va de 2023 más que el dólar, casi el doble, más allá de la imparable inflación.
El ciclo bearish que menciona Maslatón se asemeja a los ciclos largos del economista soviético Nikolái Kondrátiev quien midió la evolución de los ciclos económicos, desde el siglo XVII al XX en la mayor potencia de estonces, Inglaterra, y la duración de ciclo largo se repetía en un rango entre 47 y 60 años, justo la diferencia de años con el punto de inflexión citado por Maslatón en 1964.
Tendrá el próximo presidente la fortuna de coincidir su primer período presidencial con un ciclo bullish de la misma forma que nadie imaginaba en 1990 en medio de hiperinflaciones y devaluaciones, o en 2002 en igual escenario, que al año siguiente comenzaría un ciclo de crecimiento. En esos casos fueron ciclos cortos alrededor de un lustro, mayor sería la fortuna de ese presidente si lo que viniera fuera un ciclo largo.
Hablar de suerte genera siempre controversias porque el uso de ese concepto pareciera atacar la idea de mérito de los exitosos y disculpar en el fracaso de los poco aplicados. Hiere la autoestima del ser humano como único dueño de su propio destino, pero no es ese el objetivo de esta columna sino reflexionar sobre la existencia de condiciones dadas desde fuera de nuestra condición de agentes de la realidad que siempre podrán ser más o menos aprovechadas en los casos positivos, y siempre empeoradas o atemperadas en el caso de las negativas, por la pericia y dedicación de quien lidie con esas circunstancias y no le excluye en lo más mínimo su responsabilidad ni el valor que aporta la transpiración y la inspiración de los conductores.
Es conocida la anécdota de cuando a Napoleón le proponían coroneles para ascender a general, él preguntaba si tenían suerte, si habían ganado batallas, para los antiguos griegos la personas de suerte eran elegidos de los dioses para llevar adelante su plan, para Hegel el líder exitoso es aquel que elige la historia (las circunstancias) para cumplir la obra que el momento demande. Distintas formas de ver aquello que nos trasciende.
La palabra suerte como tantas viene del latín: sortis, y tiene su origen en la calidad del lote de tierra que le había tocado a cada uno para cultivar (lotería viene de allí). El propio papa Francisco repite el chiste donde a Dios, países vecinos a la Argentina le reclaman por había sido tan generoso con la cantidad de recursos naturales que le otorgó a nuestro país y Dios respondía “pero, para compensar puse a los argentinos”.
Séneca sostenía que la suerte es donde confluyen la preparación y la oportunidad. Maquiavelo sostenía que el gobernante precisaba voluntad y fortuna. Y el filósofo de la historia Giambattista Vico especializado en los ciclos por los cuales las sociedades progresan o decaen, estableció el siguiente orden: fuerza bruta, fuerza heroica, justicia, originalidad deslumbrante, reflexión destructiva, opulencia, abandono y despilfarro.
Habiendo llegado a este último quizás a la Argentina no le quede mucho más para empeorar y pueda pronto comenzar el de la fuerza bruta del comienzo del ciclo bullish que describe Maslatón, que es independiente de los aciertos de los gobiernos y surge de abajo hacia arriba.