Advertencia: esta columna contiene spoilers; nombres e información políticamente incorrectos.
Es fácil pegarle a Sergio Bartolomé Szpolski. Volver a contar su oscuro rol en la quiebra del Banco Patricios o por qué fue expulsado de la AMIA, su origen radical, sus nexos con Enrique Nosiglia, cómo pasó de ser un cuentapropista de un diarito universitario y de algún programa mañanero del cable a zar de los medios K, con la mayor pauta publicitaria estatal que nunca recibió antes un grupo mediático... Hasta hay publicado algún libro sobre esta suerte de estafador serial.
¿Por qué un personaje así no está preso, procesado, embargado? Nada. Ni escrachado, siquiera: cuando los trabajadores de sus medios empezaron a hacerlo por la falta de pago de los sueldos, “vendió” esos medios al devenido patotero Martínez Rojas. Linda pantalla.
No se puede explicar el auge y la caída de Szpolski sin pensar en el kirchnerismo. Su ingreso al planeta nac & pop fue de a poco. Pese a que había construido una alianza estratégica con el Grupo Clarín, Néstor Kirchner echó mano de Szpolski para golpear al grupo periodístico que más lo criticaba: Editorial Perfil. Así, con dineros de los contribuyentes, le compró Veintitrés a un tal Jorge Lanata (que también vendió luego a esa publicación de Szpolski fascículos con uno de sus best sellers) para intentar afectar a la revista Noticias. Con dineros de los contribuyentes lanzó el diario dominical Miradas al Sur, dirigido por un tal Eduardo Anguita (que no tuvo empacho para publicar operaciones contra esta editorial), para intentar afectar a PERFIL.
Consumado el divorcio con Clarín, llegó la gran oportunidad para Sergio Bartolomé. Con dineros de los contribuyentes lanzó Tiempo Argentino, punta de lanza gráfica del periodismo militante, al menos desde su línea editorial, a la que ciertas plumas contribuyeron a sostener por convencimiento, necedad o necesidad. Tiempo empezó a imprimirse en la rotativa de Editorial Perfil (hasta que se canceló el acuerdo por falta de pago), lo que muestra que Szpolski no confunde negocios con ideología si no le conviene.
En guerra contra Clarín, los dineros de los contribuyentes que manejaba el kirchnerismo llevaron a Szpolski a comprar su red de radios al grupo mexicano CIE y a lanzar el canal de noticias CN23. Para ese entonces ya había sumado como socio a un tal Matías Garfunkel, que sigue enviando desde su “exilio” de Miami tuits con fotos provocativas de su mujer. Y en algunas de las radios también se asoció con un tal Mario Pergolini, merced a los dineros de los contribuyentes.
Aunque esta multiplicación mediática no impactaba en las audiencias (una de las razones por las que el kirchnerismo le pide a Cristóbal López que empiece a comprar medios), el ducto de dinero de los contribuyentes no dejaba de fluir hacia Szpolski. Cristina, que visitó compungida esta semana la redacción de Tiempo, dice que ella no puede hacerse cargo del fundador del diario, derrotado candidato del FpV en Tigre. Si ella no sabe, podría preguntarle a su ex secretario de Medios Alfredo Scoccimarro, un ex periodista que mejoró notablemente su tren de vida desde que pasó por la función pública, primero con De Vido y luego en la Rosada. CFK además debería consultarle a Scoccimarro qué hay de cierto en las presunciones acerca de que no todos los centenares de millones que en teoría iban hacia el Grupo Veintitrés llegaban allí.
Integrado por decenas de sociedades irregulares, que gozaban de la protección de la Afip (ante el no pago de impuestos) y de la Anses (ante el no pago de aportes de sus trabajadores, lo que era sabido pero no evitó que ciertos sindicalistas de prensa elogiaran la “solidaridad” de Szpolski con trabajadores de otros medios), el Grupo Veintitrés excede al kirchnerismo aunque lo contenga. Sus vínculos con sectores judiciales y de inteligencia, como explica la nota de PERFIL de esta edición, le permiten surfear la ola ante una nueva estafa: al Estado, a los contribuyentes y a los centenares de personas que dejó en la calle. Ni Báez la sacó tan barata.