COLUMNISTAS
Costos y daños

También la confianza puede desinflarse

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Subas. Junto a los anuncios oficiales se informan aumentos desmesurados como en las prepagas. | shutterstock

Es auspicioso que en el país con el índice de inflación más alto del mundo (276% interanual de febrero 2023 –al mismo mes de 2024–) este indicador haya descendido del 20,6% en enero de este año a 13,2% en el mes siguiente, según datos del Indec celebrados con euforia en el Gobierno. Y todo sería maravilloso si la realidad se alojara y viviera en el mundo de las teorías y las estadísticas. Pero quienes en la realidad, y no en las proclamas, los informes oficiales y los discursos, vieron licuados sus salarios e ingresos y perciben evaporarse sin prisa y sin pausa los ahorros (en pesos o dólares) que supieron conseguir, posiblemente no se queden tranquilos con las estadísticas. Mucho menos, si junto al anuncio de éstas se informan aumentos desmesurados en diferentes cuotas (con las prepagas a la cabeza), en servicios y productos esenciales, y en las góndolas se combinan incesantes incrementos de precios junto a viejas engañifas que procuran disimularlos, como disminuir las cantidades en los productos (medio kilo de 400 gramos, un litro de 900 cm3, etcétera), para mantener el precio. La maña del ilusionista que atrae la atención hacia una mano, en tanto realiza el truco con la otra.

Salvo para el núcleo duro del régimen kirchnerista, fanático y reacio a realidades y razones, estaba y sigue estando claro que las cosas habían llegado a un punto límite, tras dos décadas de corrupción, mala praxis en todos los campos, generación incesante de pobreza y marginación, ineficiencia estatal y expansivo capitalismo de amigos, a cargo de una legión de empresarios improductivos y prebendarios. El 30% inicial, más el 26% de los votantes agregados en el balotaje confirmaron esa convicción en la ciudadanía. Buena parte de los cambios por los que se votó son imprescindibles, y esa gran porción de la sociedad eligió a sabiendas de que llevarlos adelante significaría apretar cinturones, cambiar hábitos, resignar proyectos y moderar expectativas. Pero, acaso esa ponderable actitud se refería (y lo sigue haciendo) a puntuales transformaciones económicas y políticas, y no eran una carta blanca para conductas, palabras, estilo y medidas que, en nombre de los fines, rozan por momentos el fundamentalismo y el autoritarismo.

Hay un interrogante que circula con insistencia entre observadores y analistas de la realidad política: ¿hasta cuándo aguantará la gente? Toda respuesta es una pura especulación. El futuro nunca ocurrió y la psicología colectiva es compleja e impredecible, expuesta a menudo a cambios inesperados a partir de disparadores inexplicables. Pero, como dice la filósofa política Debra Satz, de la Universidad de Stanford, en su libro titulado Por qué algunas cosas no deberían estar en venta, los mercados funcionan bien cuando sus protagonistas son confiables. “Son más eficaces cuando las partes involucradas no quieren engañarse mutuamente”, escribe Satz. Y agrega: “Si una de las partes se comporta de manera poco o nada confiable, las demás pueden negarse a negociar con ella en el futuro”. Si se dice oficialmente que la inflación baja, pero en la realidad y la experiencia cotidiana de consumidores, usuarios, comerciantes e incluso productores los precios suben, la confianza (un valor que se construye paso a paso y a partir de conductas y hechos), puede entrar en una zona de riesgo.

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En tanto la confianza no se impone unilateralmente, sino que es un fruto dialogal, que nace del ida y vuelta en la interacción, la empatía es un factor esencial para construirla, mantenerla y enriquecerla. Si a quienes sufren embates de la inflación y de la recesión se les llama “termos”, se les dice que “no la ven”, (pero no se los ayuda a verla con un lenguaje claro y con hechos), o se les imputa que “no entienden el derecho de propiedad” y se les niega la percepción sufriente, arrojándoles teorías económicas como respuesta, la empatía (que incluye la compasión, comprensión del padecimiento ajeno) está ausente. Entonces, el aguante, ante la ausencia de paliativos, se reduce. El fundamentalismo económico, dice Satz, estima costos, pero no reconoce daños.

*Escritor y periodista.