–¡Oh, Max, qué terrible!
–El se lo merecía, 99, era un asesino de Kaos.
–A veces me pregunto si somos mucho mejores.
–¿Pero qué dices, 99? ¡Nosotros debemos disparar, matar y destruir porque representamos todo lo que es bueno y sano en este mundo!
Maxwell Smart y la agente 99 en la serie ‘El Superagente 86’ (1965-70), con guión de Mel Brooks.
El aburrimiento, la casualidad y el zapping, me empujaron hasta esa contienda de búfalos humanos que los yankees llaman con escaso rigor fútbol americano. El Super Bowl. La final. Donde el segundo de publicidad se cotiza a precio oro.
Cuando vi el marcador me quise morir: Atlanta Falcons le ganaban a New England Patriots por 28 a 3. Un baile. Uf. Así era. Hasta que, de pronto, se despertó el típico héroe americano: Tom Brady, mariscal de campo de Los Patriotas, el hombre que dirige cada jugada ofensiva y envía el ovoide, un inmenso jabón que vuela y busca uno de los suyos. Si lo captura, a correr con él. Hasta el touchdown, si se puede, o hasta que otro mastodonte lo derribe, sin amabilidades.
Guiados por Brady, Los Patriotas lograron un milagroso empate en 28 cuando el partido moría. Primera vez en la historia. Tiempo extra y touchdown final: 34-28. Gritos, abrazos, emoción. Raro en mí: esperé la ceremonia. Quería ver a Brady, cara de niño irlandés, brazos de acero, levantar la copa.
Ahí, en la tarima de premiación estaba el comisionado de la NFL Roger Goodell con el trofeo para entregárselo a… ¡Oh no! Lo recibió Robert Kraft, dueño de Los Patriotas que fue ovacionado. Después se la pasó a su hijo Jonathan, y así. Hubo que esperar un rato para que el héroe tomara contacto con su logro. ¿La verdad? Me enfurecí.
En el campo de juego siguió la celebración. Brady con su mujer, la modelo brasileña Gisele Bündchen, el offensive Martellus Bennett que le gritó a una cámara, en español: “¡Tiren ese muro abajo!” y que antes del partido advirtió: “Si ganamos el Super Bowl probablemente no vaya a la fiesta en la Casa Blanca, no me gusta la persona que ahora vive ahí”. Wow. Me gustó lo que vi, pese a que no me imagino tan eufórico por el éxito de la empresa de un señor que no conozco.
Otra remontada increíble sucedió en Buenos Aires, pero sin público, ni épica, ni héroes. La Primera logró quebrar la mayoría del Ascenso y ahora lo supera por sólo un punto. Fue “el” acuerdo de la reunión entre Primera y Ascenso en un hotel de Retiro. ¿Así de fácil? ¿Qué pasó? ¿Un ataque masivo de sensatez? Mmm…
Hace una semana, en otro escenario –aquí, como en Broadway, cambian a una velocidad increíble– escribí que Tinelli y D’Onofrio, el grupo Liga y polleritas o los de arriba, “deberá negociar con arte y brillos para quebrar el duro bloque de los de abajo”. Arte torero para evitar embestidas hubo, seguro. ¡Olé! Y brillos. Los brillos encandilan, atraen, fascinan, invocan los mejores sueños. Quién sabe.
La cosa es que la Asamblea de 72 que le daba la mayoría al Ascenso, y por ende, al grupo Bingo y 24 ruedas, se redujo, como ordena el estatuto de FIFA. Sin embargo, los de abajo lograron sumar tres clubes. La proporción Primera-Ascenso no será de 22-18, sino 22-21. Algo es algo.
“Todos cedimos algo –confesó Daniel Ferreiro, vice de Chicago, aunque por su tono uno imagina quién cedió más. “Si esto es para el bien del fútbol argentino, adelante.”, arengó, triste como un blues.
La próxima Asamblea rescindirá el contrato con el Estado, aprobará el nuevo estatuto y la venta de derechos audiovisuales. Recién después, como quería Liga y Polleritas, habrá elecciones. ¿Candidatos? El único lanzado es el Súper Yerno, Chiqui Tapia. Sus rivales juegan al misterio. ¿Y el Gobierno? Jugará. Daniel Vila, siempre atento a las puertas, se postuló demasiado temprano. Otros creen que será Alejandro Marón, ex pollo de don Julio. Veremos.
Como las simetrías adoran a este país, unas vergonzosas escuchas telefónicas se dieron a conocer el mismo lunes de la reunión convocada por Angel Easy. ¡Surprise!
El escándalo se comió, en parte, al acuerdo en los medios. Son diálogos de una causa que tiene más dos años y en donde Danyel Angel Easy le habla a Fernando Mitjans, presidente del Tribunal de Disciplina, para pedirle que reduzca la pena de uno de sus jugadores. Mitjans, gauchito, accede. En otra, le pide a Luis Segura para que un árbitro “no se equivoque”. Ahá. “Sí, yo me encargo”. Aprietes amables, advertencias, guiños entre expertos. Nadie habló de otra cosa hasta que Angel Easy enfrentó las cámaras y redobló la apuesta.
“No está bien llamar, es verdad. Pero no me arrepiento y lo volvería a hacer si es para defender los intereses de mi club”. ¡Apa! Angel Easy, olfato fino, sabe que vivimos una época nueva. No hay lugar para los débiles. Aunque parezca insólito, su boutade mejoró su imagen frente a sus hinchas. Seguro que ninguno de sus colegas podría arrojar la primera piedra, reivindica lo que está fuera de la ley, la ética o un reglamento, amparado por lo que él llama “una cultura muy arraigada en el país”. Ay, mamita…
“Sí, yo también llamé como veinte veces a la AFA. Es un sistema perverso”, dijo Raúl Gámez. Javier Medín, star en Defensores de Macri y la Comisión tiene su propio “¡Hola Fernando…!” Hasta Daniel Ferreiro, líder de la B Nacional, lo admitió: “Sí, he llamado también. ¡Tendríamos que renunciar todos, no sólo Mitjans!”.
A propósito, ¿y Mitjans? ¿Qué se sabe del escribano llegado a la AFA en 1995 de la mano de Macri, una década presidiendo el Tribunal de Penas y hoy es número 2 del Comité de Apelaciones de la FIFA? Nada. Armando Pérez aprovechó y se tomó revancha de sus críticas lapidarias: “Yo no le voy a pedir la renuncia, debería irse solo”, concedió como un abuelo bueno. Afectado, Mitjans se habría tomado una prudente licencia.
Mientras tanto, la guerra continúa. Con sus apretadores, espías, traidores, leales. Una guerra cada vez más sucia, compatriotas.