Me enojé un poco con Flor. No mucho, pero lo suficiente como para que piense un poco en lo que está haciendo. No se puede jugar a dos puntas: uno tiene sus sentimientos y no es justo quedar como idiota. Las promesas son las promesas.
Yo esperaba con ansias la inauguración de la estación de tren Aeroparque, anunciada para este fin de año. La de Ciudad Universitaria también, pero sobre todo la de Aeroparque (en cambio, la estación Panamericana, cerca de Pilar, me importa más bien poco, aunque conozco muchas personas que van a obtener un gran beneficio con ella). Flor sabe que, para mí, Ciudad Universitaria debe integrarse al sistema de subterráneos de Buenos Aires (una línea nueva, bajo Federico Lacroze, con combinaciones a los dos ramales de trenes de la línea C, el subte D, el subte B y los trenes de Chacarita; y después, hasta el Cid Campeador). Pero bueno, tampoco está mal su plan, y es más barato que el mío. Lo de Aeroparque era el regalo que me había prometido y yo hasta me había comprado zapatos nuevos para el primer viaje.
Pero no voy a ir a ninguna inauguración. No sé quién le llenó la cabeza con ideas raras, pero para el caso es lo mismo, me da bronca y punto. Yo no me opongo al tren a Mar del Plata, y hasta me hace ilusión usarlo alguna vez. Pero ver a Flor ahí sonriendo, feliz con una idea que no fue mía... Sí, soy celoso. Y no soy de los que se suben a cualquier tren. Entiendo el impacto popular, veraniego y electoral del asunto. Pero los sentimientos son los sentimientos y las promesas hay que cumplirlas.