Hace unos días pudimos ver en un video al presidente Chávez abriendo y leyendo los mensajes de su cuenta de Twitter, Chávez Candanga, con su Blackberry frente a una multitud de seguidores que le festejaban sus ocurrencias. Esto no era uno de sus programas de dos horas de Aló Presidente, sino más bien un formato renovado, una especie de “Twit-twit Presidente”. Como un chico con su juguete nuevo, Chávez se reía, disfrutaba de los mensajes, contestaba encendidas propuestas femeninas, pedía a un ministro que se ocupara de una señora que explicaba sus dramas burocráticos y tildaba de amargos a los autores de mensajes en su contra, que –por las pausas largas que hacía buscando twitteos favorables– no parecían ser pocos. Este enamoramiento del verborrágico Chávez con el formato más breve de la Web, que no permite más de 140 caracteres, parece un amor imposible, pero lo raro es que logró en su actuación (porque Chávez es ante todo un actor, un performer, un pastor carismático) convertir este haiku informático en una exposición verbal interminable.
Las nuevas tecnologías están comenzando a modificar las posibilidades de eso que los políticos llaman llegar a la gente y que se traduce como sumar apoyo o conseguir votos. Antanas Mockus es un lituano que surge ahora como nuevo candidato a la presidencia de Colombia. Lo interesante de su caso es que hizo y está haciendo su campaña a través de Facebook y ya supera en las encuestas a su oponente Santos. ¿Cómo seguirá mutando la política con las nuevas tecnologías? ¿Cuánto tiempo durará la confianza en la autenticidad de las manifestaciones electrónicas de la voluntad popular? ¿Se podrá falsear a gran escala todo eso algún día?