Al mundo le quedan once días más de Trump, y el diario de su ciudad –Daily News– tituló su tapa de ayer diciendo: “Don(ald), debe irse hoy. La nación no puede correr el riesgo de dos semanas más de la locura de Trump después de la ofensa al Congreso”. Si algo bueno tuvo el triste asalto al Capitolio en Washington, fue la profunda derrota autoinfligida de Donald Trump. Pero sería un error creer que es una persona con problemas psicológicos quien arrastra a un país a la locura y tras su derrota el problema se solucionó. El problema no es la locura de Trump, sino la locura que él representa que no afecta solo a Estados Unidos, sino a casi todos los países.
El científico neozelandés James Robert Flynn recientemente fallecido dedicó su vida al estudio de la evolución del coeficiente intelectual mundial, que vino en continuo aumento año tras año, bautizando ese proceso como el Efecto Flynn (los interesados en profundizar en el tema pueden leer su libro de 2007 ¿Qué es la inteligencia? Más allá del Efecto Flynn). Y recientemente el profesor de estrategia de la HEC de París, una de las principales escuelas de gestión del mundo, Christophe Clavé, autor de Los caminos de la estrategia, escribió sobre el cambio de tendencia del Efecto Flynn, lo que podría explicar en parte la significativa cantidad de personas que en todo el mundo no sienten necesidad de apoyar sus creencias en argumentos racionales, algo que los manifestantes pro Trump llevan al paroxismo con personajes estrafalarios como el caracterizado como minotauro que apareció al frente de la invasión al Capitolio, entre tantos otros igualmente desquiciados.
La lectura de estos párrafos encomillados de Christophe Clavé sobre las consecuencias no deseadas de la revolución mediática de las últimas décadas conjetura una explicación: “Los estudios han demostrado que parte de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la incapacidad de describir sus emociones a través de las palabras. Sin palabras para construir un razonamiento, el pensamiento complejo se hace imposible”.
“El coeficiente intelectual medio de la población mundial, que desde la posguerra hasta finales de los años 90 siempre había aumentado, en los últimos veinte años está disminuyendo. Es la vuelta del Efecto Flynn. El nivel de inteligencia medido por las pruebas disminuye en los países más desarrollados. Muchas pueden ser las causas de este fenómeno. Una de ellas podría ser el empobrecimiento del lenguaje. Varios estudios demuestran la disminución del conocimiento léxico y el empobrecimiento de la lengua: no solo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo. La desaparición gradual de los tiempos (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre al presente, limitado en el momento: incapaz de proyecciones en el tiempo. La simplificación de los tutoriales, la desaparición de mayúsculas y la puntuación son ejemplos de golpes mortales a la precisión y variedad de la expresión. Solo un ejemplo: eliminar la palabra “señorita” (ya en desuso) no solo significa renunciar a la estética de una palabra, sino también fomentar involuntariamente la idea de que entre una niña y una mujer no hay fases intermedias”.
“Menos palabras y menos verbos conjugados implican menos capacidad para expresar las emociones y menos posibilidades de elaborar un pensamiento”. “Cuanto más pobre es el lenguaje, más desaparece el pensamiento. Si no existen pensamientos, no existen pensamientos críticos. Y no hay pensamiento sin palabras. ¿Cómo se puede construir un pensamiento hipotético-deductivo sin condicional? ¿Cómo se puede considerar el futuro sin una conjugación en el futuro? ¿Cómo es posible capturar una tormenta, una sucesión de elementos en el tiempo, ya sean pasados o futuros, y su duración relativa, sin una lengua que distingue entre lo que podría haber sido, lo que fue, lo que es, lo que podría ser, y lo que será después de que lo que podría haber sucedido realmente sucedió?”.
“La historia es rica en ejemplos, y muchos libros (Georges Orwell-1984; Ray Bradbury-Fahrenheit 451) han contado cómo todos los regímenes totalitarios han obstaculizado siempre el pensamiento, mediante una reducción del número y el sentido de las palabras”.
“Debemos enseñar y practicar el idioma en sus formas más diferentes. Aunque parezca complicado. Especialmente si es complicado. Porque en ese esfuerzo está la libertad. Quienes afirman la necesidad de simplificar la ortografía, descontar el idioma de sus fallas, abolir los géneros, los tiempos, los matices, todo lo que crea complejidad, son los verdaderos artífices del empobrecimiento de la mente humana. No hay libertad sin necesidad. No hay belleza sin el pensamiento de la belleza”.
Trump es –en parte– resultado de ese empobrecimiento cognitivo que afecta a los Estados Unidos como a cualquier otra nación pero nos resulta aún más chocante por tratarse del país con más recursos materiales del planeta. Prácticamente no hubo diario norteamericano que en su cobertura de los últimos días no incluyera una nota utilizando la figura de país bananero para autocalificarse, de la misma forma que los diarios de los países no desarrollados incluyeron notas asociando a Estados Unidos al subdesarrollo y comparando su situación con las miserias propias.
Pero el mal de muchos no resulta consuelo porque el mismo deterioro proporcional del Efecto Flynn nos afecta a todos. Estados Unidos es solo un ejemplo ampliado, y Donald Trump, su emergente paradigmático. A él le quedan solo dos semanas más de gobierno pero a la sociedad en su conjunto, mucho por recorrer para recuperarse de una pérdida de dos décadas de caída del coeficiente intelectual medio de la población.
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