Varios economistas, que en su gran mayoría suelen tener perspectivas más cercanas a la oposición que al Gobierno y no sin justificación, en distintos momentos del año que recién terminó fueron pronosticando un pico inflacionario primero y un salto devaluatorio después. Y como ninguna de las dos situaciones se produjo, corrieron sus pronósticos mes a mes para, al terminar el año, pasar esos vaticinios a 2021, antes o después de las elecciones de octubre próximo.
Varios analistas políticos, que también en su gran mayoría suelen tener perspectivas más cercanas a la oposición que al Gobierno y no sin justificación, vienen pronosticando que suceda, o incluso hasta perciben que ya está sucediendo, un desequilibrio en la coalición gobernante donde la vicepresidente se hace cargo directamente del gobierno y el papel de Alberto Fernández junto a los funcionarios que lo acompañan en la Casa Rosada se reduzca al de una escribanía que solo redacta y firma los decretos que determina la vicepresidente.
Otros analistas, al revés pero en fondo de la misma manera a los fines de la tesis de esta columna, imaginaban –y deseaban– también un desequilibrio dentro de la coalición gobernante pero con un resultado de signo contrario: donde Alberto Fernández fuera quien reduciría la tarea de Cristina Kirchner como presidente del Senado al papel de una escribanía. Como tampoco sucedió, vienen posponiendo su pronóstico para después del triunfo o derrota electoral del oficialismo en octubre.
Y sin dejar de ser posibles todos esos escenarios, quizás sea más probable que nada de eso suceda y la Argentina se encamine hacia una “mediocridad sustentable” robándole el adjetivo al ministro Martín Guzmán quien para diferenciarse tanto de la economía de Macri como de la de Kicillof le agrega la palabra sustentable a todo lo que puede: al endeudamiento, al crecimiento o el presupuesto, para remarcar que sus predecesores compartieron el defecto de la falta de medida cada uno en el uso de su herramienta preferida.
Que mediocridad económica y política sean sustentables lo serían porque junto con noticias que van en contra de la sustentabilidad como pretender atrasar las tarifas y aumentar sueldos y jubilaciones en mayor proporción o frecuencia, se compensan con que al mismo tiempo mejora el precio de las materias primas que exportamos, mejora la demanda de los productos industrializados que exportamos a Brasil, y el dólar se debilita en el mundo licuando nuestras deudas en dólares al reducir el ratio de cantidad de años de exportaciones necesarios para pagarla.
Que en 2021, 2022 y 2023 convivamos con una altísima inflación y un alto pero manejable déficit fiscal, más un crecimiento de la economía que se sustente solo en la recuperación a lo largo de tres años (2021, 2022 y 2023) de lo perdido en solo uno (2020): 100-12% = 88+5% = 92.4+4%z= 96,1 +3% = 99 llegado a diciembre de 2023 igual que diciembre de 2019 con casi cero de inversión neta solo con recuperación de la utilización del capital preexistente más su mantenimiento.
Y que los argentinos, curados de espanto por la pandemia de 2020, redimensionaran sus expectativas y ya no pretendieran vacaciones en el exterior, cambiar el auto o ahorrar en dólares, la clase media; o un aire acondicionado o televisor grande, la clase baja. Actitud que desde Juntos por el Cambio denuncian como “pobrismo” y que dependiendo de la subjetividad de época o de clase puede ser “normalismo”.
¿Habrá sido el coronavirus una aplanadora de deseos de consumo de todo aquello que no resulte necesario, reduciendo el pedido de mejoras a los gobernantes? Lo contrario al potenciador de deseos que produjo el crecimiento de los años del boom de la materias primas en todo Latinoamérica, que generaron “demandas de segunda generación” a los gobiernos populares que a causa de ellas terminaron perdieron las elecciones a mediados de la década pasada ya sea el partido de Cristina Kirchner en Argentina como el de Lula en Brasil?
Una Argentina que no explota económica ni políticamente pero que tampoco soluciona su atraso sino que entra en una fase de “mediocridad sustentable” permitiéndole a Alberto Fernández llegar a 2023 en un marco de empate tanto intra-coalición como inter-coaliciones, donde en las elecciones de 2021 ni la oposición ni el oficialismo tengan un triunfo contundente sino cada uno pueda decir que ganó algo o en alguna parte.
En lecciones a sus discípulos Gandhi hacia colocar tres baldes de agua sobre una mesa, uno con agua helada, otro con agua hirviendo y, en el medio, otro con agua a temperatura ambiente. Les hacía colocar cada brazo en uno de los dos baldes vecinos y luego repetir la misma operatoria pero cambiando el brazo que estaba en un balde de un extremo al balde del centro y el del centro al balde del otro extremo. Así el balde de agua templada parecía muy frio cuando el otro brazo le tocaba el agua hirviendo o muy caliente cuando el otro brazo estaba en el balde del agua helada. La mediocridad como el balde de agua templada, lo común, puede ser algo aceptable para quien viene o se prepara para una tragedia, o el peor de los escenarios para quien votando por Juntos por el Cambio se preparaba para que la Argentina volviera a integrarse definitivamente al mundo desarrollado.
Como mucho en la vida, la política y economía dependen de las expectativas y ambas no pueden no ser otra cosa que subjetivas porque siempre son en relación a un punto de comparación.