Hugo Chávez dejó este mundo pero su sombra seguirá ocupando la escena en su país y en el continente y proyectándose a otras partes del planeta. No vivió sin pena ni gloria; la gloria lo sobrevive ampliamente. El mundo está dividido entre quienes lo glorifican o aman y quienes no lo quieren. Las voces de estos últimos se han acallado bastante por el luto, el respeto o la conveniencia, por lo que el momento está sellado por las expresiones que alimentan la gloria.
El legado de Chávez comprende aspectos positivos y aspectos negativos. No todo el mundo coincide en cuáles son los unos y los otros. Del lado positivo, algunos aspectos difícilmente serán negados y ciertamente no serán barridos para volver atrás: la imperativa necesidad de un shock distributivo que alcance a las capas más pobres de las sociedades, la necesidad de llevar la política más cerca de la gente y de sus necesidades. Sobre muchos de los aspectos negativos de ese legado hay menos consensos; en alguna medida, ellos alimentan el núcleo duro de la problemática que el chavismo reactualizó en el mundo de nuestro tiempo: la oposición planteada como inconciliable entre la concepción política sintetizada en la palabra “populismo” y la que sostiene el valor de la democracia con instituciones republicanas y libertades públicas.
Chávez reactualizó esa oposición dejando atrás –tal vez para siempre– los principios del socialismo marxista y poniendo en su lugar los de lo que él bautizó como “socialismo bolivariano” (casi una burla a Marx, por lo menos en el nombre). No inventó ese camino, por cierto; pero en las últimas décadas le imprimió un impulso y un vigor extraordinarios. El paradigma alternativo al orden sustentado en la democracia representativa y la economía capitalista sufrió un cambio decisivo. Se dejó atrás gran parte de lo que el paradigma de raíz marxista consideraba sus premisas: la lógica de la necesidad histórica, un modelo de cambio previsible y comprensible desde la teoría hasta la práctica política, una valoración suprema de la inversión productiva (el “desarrollo de las fuerzas productivas”), una clase obrera potencial o efectivamente revolucionaria, protagonista de los procesos; en su lugar se instaló una lógica del liderazgo providencial, la búsqueda casi ciega de recursos para tomarlos donde se los encontrase y destinarlos no a la inversión sino a la distribución, una clase difusamente denominada “pueblo” que lejos de ser protagonista es el destinatario pasivo de las políticas del gobierno.
La muerte del líder no es el momento propicio para esos análisis, pero sin duda impone la necesidad de pronósticos políticos. Dando por descontado que el chavismo sin el líder continuará gobernando Venezuela, al menos por un tiempo más, la mirada debe centrarse en la economía del país y las demandas sociales. Chávez deja una economía en situación crítica, que torna inevitables medidas correctivas profundas. La actual base productiva de Venezuela no es sustentable; el petróleo –cuyo precio parece llamado a sostenerse– genera ingresos indispensables para el gobierno pero no contribuye en sí mismo a la generación de empleo. La inflación se ha ido de control, la megadevaluación parece llamada a producir estragos, y otras medidas correctivas que el gobierno podría adoptar generarán previsiblemente costos políticos altos. Ellos no empalidecerán la imagen del caudillo muerto, pero podrán complicar mucho a sus sucesores.
El lado menos luminoso del chavismo y del país que deja se disimulan –y tal vez así seguirá siendo por un tiempo– por la profusa simbología mezcla de ideales, de ilusiones y de fervor emotivo de enormes masas de la sociedad; pero lo cierto es que se trata de una realidad cargada de obstáculos y dificultades. Los regímenes políticos sustentados en el autoritarismo personalista pueden seducir, por diversas razones, a muchísima gente; pero son esencialmente inestables. Suelen edificarse sobre el supuesto de que los líderes personalistas son superhumanos y semidivinos; pero lo cierto es que son mortales y no pueden asegurar la continuidad del orden que intentan dejar establecido más allá de los límites humanos de su vida. Es posible que la gloria póstuma alimente simbólicamente a muchísima gente; pero lamentablemente para quienes lo suceden, las decisiones de todos los días deben tomarlas ellos y no se toman desde la gloria sino desde la gestión del gobierno.
La muerte de Chávez deja abierto el horizonte de la política venezolana –y por tanto en buena medida el de toda la región– sembrándolo de incertidumbres y de posibles nuevas oportunidades.
*Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.