En 1974, la editorial neoyorquina Simon & Schuster publicó el libro Todos los hombres del Presidente, escrito por Carl Bernstein y Bob Woodward. En ese ensayo, llevado al cine con título homónimo en 1976, los periodistas de The Washington Post narran la investigación realizada sobre el caso Watergate,el escándalo de espionaje político que desembocó en la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia de los Estados Unidos.
La historia está minada de actores políticos que, por diferentes razones, se ganaron la confianza del Presidente de la Nación, logrando influir en las acciones de gobierno y las estructuras de poder, ocupando o no cargos en el Estado. Desde esta perspectiva, sin trazar paralelismo alguno con la experiencia norteamericana de 1972, es posible observar al grupo selecto que acompaña al sucesor de Mauricio Macri. Para empezar, bien vale el enfoque particular.
El hombre en cuestión está ligado al Opus Dei, la institución católica creada en 1928 por el sacerdote español Escrivá de Balaguer. Entre 1979 y 1985, el joven abogado y periodista trabajó en la revista El Gráfico. En 1986, apareció su trabajo Menem, Argentina hacia el año 2000. Para 1988, al calor de sólidos lazos con el sindicalismo, y coincidiendo con Saúl Ubaldini en el corriente eclesiástica “Comunión y Liberación”, se publicó otro de sus escritos: CGT, el otro poder. Sin pausa, para 1989 era el encargado de las editoriales en La Razón.
Durante la primera presidencia de Carlos Menem, integró el gabinete nacional. Primero fue titular del Instituto Nacional de la Administración Pública y luego ministro del Interior. A la vez, hay quienes le atribuyen al por entonces novato funcionario la redacción de los discursos presidenciales.
En 1993, argumentando estar en contra de la corrupción que emanaba de aquel gobierno, se alejó con estridencia. “Yo ingresé en un lodazal vestido con un traje blanco. Sé que estoy parado en medio de un nido de víboras”, dijo antes de romper con el menemismo. Dos años después, en 1995, abandonó las filas del PJ y fundó el espacio “Nueva Dirigencia”. Desde allí, entre 1996 y 1997, integró la Asamblea Constituyente de la Ciudad de Buenos Aires y la primera Legislatura porteña.
En 2000 fue candidato a vicejefe de Gobierno en una alianza con “Acción por la República”, la fuerza política creada por Domingo Cavallo en 1997. Años más tarde, en mayo de 2003, volvió a la función pública como ministro de Justicia de Néstor Kirchner. Dejó el cargo en julio de 2004, después de mostrar por televisión, en el programa de Mariano Grondona, una fotografía del espía Jaime Stiuso, tras lo cual se fue del país. Desde 2014 y hasta el pasado 1º de octubre fue titular del Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe que depende del BID.
Luego de cumplir un silencioso papel como asesor, el presidente electo el 27 de octubre lo designó como uno de los encargados de acordar la (mal llamada) transición con el gobierno saliente. Su presencia en el oficialismo venidero simboliza la intención por mantener el equilibrio de fuerzas al interior del heterogéneo “Frente de Todos”.
Para comprender parte de lo que puede suceder después del 10 de diciembre, habrá que prestar atención a la función que le asigne Alberto Fernández. Algo está claro: los dos se conocen muy bien, ambos fueron referentes del cavallismo y funcionarios kirchneristas. Quizás por eso no sorprende verlos juntos de nuevo. Esta vez, estarán acompañados por Cristina Fernández, “La Cámpora”, algunos Barones del Conurbano, la CGT y los movimientos sociales vinculados al papa Francisco. El tiempo dirá si el repatriado volverá a hablar de reptiles políticos.
Mientras tanto, la ciencia política y el periodismo tienen un gran desafío por delante: tratar de entender y explicar la construcción de poder en la Argentina que viene. No será una tarea fácil. Por lo pronto, es bueno recordar nombres que parecían olvidados: Gustavo Béliz, un hombre del Presidente, es uno de ellos.
*Miembro del Club Político Argentino.