Al taxista que me está escuchando quiero pedirle disculpas. Al pasajero de ese taxi que lo está llevando también quiero pedirle disculpas. A la madre que está cocinando para sus chicos, o está esperando a su marido, o al padre, que está cocinando mientras su mujer vuelve del trabajo, también quiero pedirle disculpas. A la persona que está saliendo de la ducha y se está secando amorosamente, preparándose para una noche relajada, también le quiero pedir disculpas. Pero ojo: no son disculpas derivadas de una patología. Las disculpas son porque: 1) no voy a hablar de Brasil 2014; 2), no voy a hablar de Amado Boudou; y 3), no voy a hablar de Wanda Nara ni de Mauro Icardi.
Ustedes dirán: “¿Por qué esta aclaración y estas disculpas?”. Porque la sensación es que la agenda periodística se ha achicado como si hubiese sido aprisionada por una gigantesca pala mecánica que la ha convertido en un pequeño objeto. Es imposible recorrer la agenda periodística de nuestro país, tratando de ver algo que no tenga que ver con el escandalete mediático, el hijo natural, el hijo no reconocido, el casamiento cuestionado, y desde luego, las idas y venidas de Brasil 2014 un tema central para casi todo el planeta.
Si esto es así, y si las disculpas que les estoy ofreciendo, me son aceptadas, voy a hablar de algo que no tiene ninguna popularidad, de lo que se sabe poco y nada, pero que -sin embargo- me parece terrible, conmovedor y muy definitorio.
Estoy hablando de lo que sucede en nuestro ancho planeta, mientras pareciera para algunos que todo se limita a cuándo comienza a rodar la pelota en canchas brasileñas. En estas últimas horas, dos países, donde hubo intervención norteamericana, Afganistán e Irak, además de Pakistán, que no fue invadido pero estaba y está muy cerca del frente de guerra, viven horas dramáticas, como si al cabo de una década, todo el esfuerzo que se hizo y la sangre que se derramó para nada hubieran alcanzado.
Las últimas noticias, procedentes de Pakistán, país fronterizo con Afganistán, revelan unos ataques de tremenda osadía contra el aeropuerto de Karachi, ataques que dejan saldos de decenas de muertos. Son ataques militares importantes, audaces, con tropas muy bien equipados, que lleva adelante el Talibán. El Talibán es una minoría pero que cuenta con fuerte respaldo dentro de Afganistán. Es una facción dogmática, fundamentalista y violenta, que estuvo en el punto de partida de la intervención norteamericana, tras el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. Simultáneamente con eso, cuando hace ya tres años que se han retirado las tropas de los Estados Unidos de Irak, una vez más, la agresividad, beligerancia y poder de fuego de Al Qaïda, se demuestran con la caída de la ciudad iraquí de Mosul, lo que revela que tras la expedición militar norteamericana, tras los millares de muertos – muchos de ellos, norteamericanos- y tras el retiro de las tropas de los EEUU, la violencia no solamente no ha aflojado sino que se ha agravado.
Todo esto no es un itinerario de episodios aislados. Va de la mano de la tragedia de Siria, de la que no me he cansado de hablar hace ya mucho tiempo (los oyentes y seguidores deEsto que pasa pueden dar testimonio), uno de cuyos rasgos más terribles, es que se hable poco y nada de ella. Estamos hablando de un país en donde el conteo de muertos por la guerra civil ya supera las 160.000 víctimas.
En ese sentido, en estos días de reposo y recuperación personal, me permiten afilar un poco el análisis sobre el contenido y las formas con que el periodismo internacional se refiere a estos hechos. El periodismo anglosajón, por ejemplo, norteamericano e inglés, en lugar de hablar de “terroristas”, habla de “radicales”; en lugar de hablar de “asesinos”, habla de “militantes”. Pero el derrotero de las bombas, los ataques asesinos contra estaciones de buses, contra escuelas, contra liceos, contra mercados, no están dirigidos a protagonizar una típica guerra convencional. Es terrorismo puro y duro.
Compárese esto con lo que sucede en Nigeria. Aquellas 200 niñas secuestradas siguen secuestradas. Preadolescentes llevadas por la fuerza por una banda de forajidos, que se proclaman más islamistas que el Islam, y que se proponen, se proponían y se siguen proponiendo que crea África sea de un solo color, una sola tonalidad, son niñas nacidas de hogares cristianos a que la islamizan con trágica violencia. El cristianismo aparece como una de las grandes víctimas y uno de los grandes perseguidos en ése África copada por la toxicidad del híper islamismo
Veo un desprecio formidable por la vida. Todos estos grupos armados, Al Qaïda, el Talibán, los sectores enfrentados en la guerra de Siria, los grupos de Boko Haram en Nigeria; todos ellos tienen un denominador común: la vida no importa nada, lo diga o no lo diga El Corán. En consecuencia, lo que ellos denominan “Guerra Santa”, va goteando día a día como una práctica de liquidación y exterminio que no reconoce tregua ni fronteras.
Además de desprecio por la vida, hay en ellos un fanatismo de barbarie, extremo, que parece surgido de los túneles más oscuros de la Edad Media y que es difícil de comprender, porque si de lo que se tratara fuese de recuperar la dignidad del mundo islámico, estos asesinos que vienen derramando sangre hace ya tantos años, no quieren, no pueden o no saben comprender que su accionar, lejos de recuperar la dignidad o la autoestima del mundo islámico, convalida la noción de Occidente de que ese mundo que ellos denominan islámico es de una violencia infinita.
Con un agregado nacional, doméstico, que no puedo dejar de mencionar: este martes 10 de junio en un extenso reportaje a media página que le hace Carlos Pacheco en La Nación a Norman Briski, este director, actor y autor, que seguramente debe pensar que La Nación es el portavoz de la oligarquía, tiene la ignorancia o mala fe de hablar de política en estos términos: “Lo que hace hoy el Estado de Israel –dice Briski – es un genocidio del pueblo palestino. Entonces se acabó el problema, no pertenezco más a esa cultura”.
¡Pobre Norman Briski! Cuánta mala fe, porque no puedo ni siquiera atribuirle ignorancia. ¿De qué “genocidio” palestino está hablando? En todo caso, si él considera que hay un genocidio del pueblo palestino, lo cual en realidad no es cierto, ni puede ser de ninguna manera verificado, ni una palabra dice sobre los 160.000 reales muertos en Siria, ni una palabra sobre la violencia asesina de Al Qaïda en Irak, ni una palabra sobre las bombas del Talibán en Pakistán y Afganistán; ni una palabra para lo que sucede en Nigeria, esas pobres criaturas secuestradas. El problema de Briski es de consultorio psicoanalítico, en consecuencia no me interesa, pero revela una ignorancia y un desprecio por la verdad que, mucho me temo, va mucho más allá de él y alcanza a no pocos intelectuales y artistas que gustan de llamarse “progresistas”.
No, no hablé de Mauro Icardi, Wanda Nara, ni tampoco de Brasil 2014. Pero quienes me conocen y escuchan cada día en Radio Mitre, o me leen cada domingo en Perfil, saben que me gusta hablar de lo importante; no de lo que es solo –y aparentemente– urgente.
(*) Editorial emitido en Radio Mitre, el martes 10 de junio de 2014.