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Un récord que no importa a nadie

16-4-2023-Logo Perfil
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Un día, en plena campaña del desierto, Thomas Edward Lawrence y sus hombres advirtieron que estaban cerca de La Meca. Los guerreros árabes, buenos musulmanes, le pidieron permiso a Lawrence para entrrar a la ciudad santa, cosa a la que él accedió. Acompañó a sus hombres hasta la entrada a la cuidad, pero en vez de entrar en ella acampó en las afueras y se dedicó a esperar, mientras leía La muerte de Arturo, de Thomas Malory, que siempre llevaba consigo. En su libro Los siete pilares de la sabiduría explica el porqué de semejante decisión: no se sentía digno de poner pie en la ciudad santa. Semejante dignidad recuerda la del alpinista italiano Reinhold Messner, que en 1985, cinco metros antes de al alcanzar la cima del Annapurna, a 8.091 metros de altura, sin utilizar tubos de oxígeno, no se sintió digno de poner pie en terreno sagrado, y se limitó a entrever en medio de la niebla la punta de la montaña. Ahora el Libro Guinness decidió quitarle el récord que ostentaba para adjudicárselo al estadounidense Edmund Viesturs, quien luego de varios intentos infructuosos alcanzó la cima propiamente dicha en 2005.

La decisión del Libro Guinness está basada en un tecnicismo que no tiene sentido: Messner fue el primero es escalar el Annapurna sin tubos de oxígeno, y eso es algo que admite hasta Viesturs. Pero lo mejor es que el propio Messner el récord lo tiene sin cuidado: nunca lo quiso, nunca lo aceptó, y lo que es mejor, nunca creyó que el alpinismo fuera una actividad en la que importara mucho ser el primero. Resumiendo: el Libro Guinness le quita a Messner un récord que él no quiere.

Todo empezó hace algunos años, cuando el periodista alemán Eberhard Jurgalski, en base a documentos disponibles, fotografías y apuntes, sobre todo, hizo el descubrimiento que no importa a nadie: Reinhold Messner se detuvo a cinco metros de la cima. El tema es que para los alpinistas (no para los periodistas ni para el Libro Guinness, por supuesto) cinco metros, uno, veinte o cincuenta no son nada, carecen de importancia. Tanto Messner como Viesturs (pero no son los únicos) cultivan un alpinismo “purista”, que ve en él una disciplina individual, de exploración del mundo y sobre todo de exploración de sí mismos. El ascenso a una montaña es una cuestión personal, el alpinista, a diferencia de otros deportistas, no intenta demostrarle a los demás sus propias capacidades. Justamente sube a las montañas para estar lo más lejos posible de los demás.

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Cuando Jurgalski objetó que creía que Messner no había alcanzado la cumbre del Annapurna, Messner le dio la razón. No solo no tenía intenciones de alcanzarla: temía haberla alcanzado y haber violado así un punto sagrado, pero el hecho es que allá arriba, ese día, no se veía nada. Imaginemos la situación nosotros, que nos quejamos de la niebla cuando apenas somos capaces de ver lo que está cincuenta metros delante, en un sitio, a más de ocho mil metros de altura, con una temperatura que fácilmente puede caer a los -60 grados, en medio de tal bruma que al extender el brazo no podemos divisar la mano, preocupados por si nuestra posición en la cima está cinco metros más lejos del punto geológicamente más alto de la montaña.

Messner agradeció la solidariedad de Viesturs, que tildó a toda la intriga, palabras más, palabras menos, de una verdadera estupidez. “La mayor parte de las personas no tiene idea de lo que significa subir hasta la cima de una montaña de más de ocho mil metros, o escalar una pared de hielo y roca de cuatro kilómetros de altura”, dijo Messner. Ahora imagínenlo ustedes, piensen en cuanto les puede preocupar, llegado el caso, recorrer los últimos cinco metros que los separa de la cima.