Tres meses después de la aplastante victoria del Partido Democrático del Japón (PDJ) en las elecciones generales, la política exterior y de seguridad del nuevo gobierno parece cada vez más opuesta a la de Estados Unidos. De hecho, existe una preocupación cada vez mayor en ambos lados del Pacífico porque el primer ministro, Yukio Hatoyama, se proponga volver la espalda a la decadente hegemonía de Estados Unidos y aproximarse a una China en ascenso. De hecho, Hotoyama ha anunciado su idea de la creación de una comunidad del Asia oriental que excluya a EE.UU.
Hatoyama se ha apresurado a intentar cumplir el programa electoral del PDJ y las promesas que él mismo hizo en público: entre ellas, el fin del reabastecimiento en las operaciones de control marítimo, encabezadas por los Estados Unidos, en el Océano Indico; la reducción del apoyo de país anfitrión a las fuerzas de EE.UU. radicadas en el Japón, y la revisión del acuerdo sobre el estatuto de esas fuerzas.
Además, Hatoyama está decidido a revelar un acuerdo nuclear secreto de la época de la Guerra Fría, por el que se abrían los puertos japoneses a los buques de EE.UU. para que transportaran armas nucleares, en contravención de los tres principios de la no proliferación nuclear, por los que se ha regido la política oficial desde finales del decenio de 1960. Por último –y no se trata de lo menos importante–, Hatoyama está aplazando la aplicación de un acuerdo bilateral con EE.UU. para trasladar una base de infantería de marina radicada en la isla de Okinawa.
La firmeza de Hatoyama con EE.UU. está en consonancia con la situación del Japón como mayor acreedor del mundo con los menores daños en su sector bancario, pero no ha habido un cambio decisivo en la política exterior ni lo habrá en un futuro próximo.
Al contrario, Hatoyama se ha limitado a subrayar la necesidad de que el Japón esté en igualdad de condiciones con EE.UU. en la gestión de la alianza. Asimismo, su propuesta comunidad regional sería de carácter abierto y acogería con beneplácito una fuerte participación de EE.UU., aunque sin que este país formara parte de ella oficialmente, por razones geográficas.
El traslado de la base de infantería de marina, cuestión complicada por los diversos imperativos del gobierno de coalición de Hatoyama, la estrategia militar norteamericana y la política local antibase en la isla de Okinawa, es ahora un foco de tensiones con EE.UU.
El acuerdo sobre la base es esencial para mantener la viabilidad política y estratégica de la alianza bilateral. Sin embargo, durante la campaña electoral, Hatoyama prometió eliminar la presencia de los infantes de marina en Okinawa. Para colmo de males, el Partido Socialdemócrata del Japón ha amenazado con abandonar el gobierno de coalición, si Hatoyama no cumple su promesa.
De modo que Hatoyama se ve obligado a subordinar la alianza de Japón con EE.UU. a la supervivencia de su gobierno, al menos hasta las próximas elecciones a la Cámara Alta, que se celebrarán en el verano. En ese momento, el gobierno habrá aplicado una proporción mayor de su programa legislativo, lo que podría brindar más escaños al PDJ.
Hatoyama no puede complacer a todo el mundo a la vez y menos que a nadie a EE.UU. Si bien ha repetido con insistencia la necesidad de que Japón esté en igualdad de condiciones con EE.UU. en la gestión de la alianza, no se debe hacerla extensiva a la capacidad militar y a la responsabilidad de la defensa del Japón. Evidentemente, se propone mantener la reciprocidad asimétrica inserta en el tratado bilateral de seguridad mutua: EE.UU. defiende a Japón y éste cede a EE.UU. muchas bases grandes que son esenciales para su posición militar mundial. Además, está convencido, evidentemente, de que el valor geoestratégico de las bases le permite negociar una importante concesión por parte de EE.UU.
*Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés, de Osaka.
Copyright: Project Syndicate, 2009.