Todas las expectativas y los esfuerzos puestos en estos meses y un poco más. Cuando hablamos de vacaciones, el imaginario colectivo nos transporta a la playa, a la montaña, al campo, al frío o al calor, pero con un común denominador: el descanso y la diversión.
Para muchos, vacacionar implica un movimiento logístico familiar que detona en dimes y diretes, opiniones encontradas, acuerdos explícitos y tácitos, y un cansancio demoledor hasta llegar a destino.
Sin embargo, para otros significa ilusiones no concretadas, desaliento por lo que no pudo ser y la frustración que genera el no haber podido hacer realidad un sueño que durante largos meses, rondó en sus pensamientos.
Pero a decir la verdad, las vacaciones tienen per sé un valor distintivo. Lejos del escenario que nos rodea –tal vez sea la propia casa en la que habitamos–, tienen un destino: el tiempo compartido en familia.
Ese tiempo que falta durante el año debido a una vorágine difícil que nos devora y de la que no somos capaces de escapar para dar prioridad a los afectos y a los vínculos más cercanos.
Ese tiempo en donde los juegos y las charlas de sobremesa hacen que el reloj no exista y nos descubramos unos a otros, en pensamientos, intereses y gustos.
Ese tiempo en que los abrazos abundan, y las miradas se cruzan y se detienen para entender lo que una palabra o miles quisieron decir durante el año y no supimos cómo hacerlo.
Ese tiempo en el que hacer un bizcochuelo, arreglar el jardín o simplemente ir al almacén juntos encierra un sinfín de emociones, risas y momentos que distan de los no y los enojos producidos por su propia ausencia.
Ese tiempo, mi tiempo que pasa a ser del otro, para que el nuestro sea de encuentro, de descanso y de diversión más allá del escenario que nos toca en suerte. Cambiar la rutina y hacer lo que no solemos hacer es “irse de vacaciones” también.
Cómo, dónde, cuándo y cuánto dependerá de las posibilidades y oportunidades de cada uno.
Vacaciones es un derecho de todos y al que podemos ir sin viajar a otro lugar.
Lejos de significar nocturnidad, fiesta, excesos y viajes, “vacaciones” significa rendirnos a disfrutar de aquello que está muy cerca, a mano, y que tantas veces creemos que está fuera del alcance de la persona que amamos.
Lo repito, es rendirnos a disfrutar… De la risa improvisada y ruidosa, que no suele aparecer opacada por problemas difíciles de resolver; del abrazo, que abriga y contiene y que tanto esperamos y que tampoco dimos; del beso de los “buenos días” y de las “buenas noches”, que no damos por habernos quedado dormidos por la mañana y por haber caído rendidos de cansancio al final de una jornada agotadora; del juego y del paseo, que las obligaciones laborales y escolares no nos dejan hacer.
No es posible ni hay excusas para decir que “no nos fuimos de vacaciones”. Todos podemos irnos. El cambio de escenario no garantiza un cambio de rutina que nos permita disfrutar de lo importante. Solo se trata de buscarle un sentido más valioso a la atmósfera que nos pueda tocar en suerte y hacer todo aquello que no pudimos durante el año, pero que a partir de estas vacaciones, nos ilusiona hacer.
Las vacaciones “entrecasa” reconfortan, fortalecen y alimentan el alma. Más allá de la alegría y del éxito de unas vacaciones en la playa, en la montaña y en el campo, éstas también nos dan felicidad.
*Coordinadora del Centro Universitario de Orientación Familiar “El Rocío” de la Universidad Austral.