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Verdadera magia

La magia verdadera no existe. Salvo cuando ocurre, que no es en la mayoría de los casos. Lo que en general sucede es una representación que supone el acuerdo entre el oficiante y el espectador. El profesional de la magia, a quien se llama mago, ejerce el papel de ejecutor de un trámite que va de lo esperado a lo inesperado, una rutina de hechos que preceden a la irrupción de una sorpresa que su público está preparado para recibir, convencional, pero que se experimenta como un salto en la percepciòn ordinaria. Digamos, para dar un ejemplo. Un mago, de guantes, varita y galera de doble fondo tiene a su asistente, simpática ella, rubia o morena, de falda preferentemente corta, formas rotundas o estilizadas. La vemos de manera suficiente en cuerpo entero, íntegra, atractiva. Solo podemos desearle el mayor de los bienes en el sentido más amplio de la expresión. Pero el mago la acuesta sobre una camilla y procede a serrucharla.

El horror de la operación es tal que no podemos creerlo, no lo creemos de antemano, si lo que ocurre fuera cierto el mago sería un asesino y estaría preso salvo que algún gobierno u oscura banda lo contrate para sucios servicios criminales, como cobrador o sicario.

Sin embargo, algo de la maravilla ocurre, porque el serrucho (o, moderno emblema del cine de horror o de castración gobernante, la motosierra) va bajando, atravesando el cuerpo de la asistente, que sonríe y nos mira mientras la operación se completa. Luego, el mago retira el artefacto y, para culminar su crimen inverosímil, divide la camilla en dos y muestra, veladamente, que el cuerpo también ha sido dividido. Sonrisa de la asistente y de algún modo el truco se completa con la asistente de nuevo erguida y entera.

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Por supuesto, para que cosas como esa sucedan, o que se verifiquen trucos màs complejos, al estilo de huidas de encierros imposibles, la repentina aparición de Cachito en el punto B cuando un segundo antes lo habíamos visto de pie en el punto A, situado en el otro extremo del teatro, el mago debe contar con dispositivos sofisticados. Estamos acostumbrados a los prodigios técnicos y a las maquinarias, y es por eso que esos recursos tienden a decepcionarnos. Cuanto más sencillo es el truco mejor es el mago, porque nos lleva a creer que descubriremos el engaño a medida que lo realiza (podríamos pensar que los buenos novelistas policiales clásicos son magos por derecho propio). En el supremo ejercicio de la sencillez, el mago –que por cierto es siempre un actor– nos lleva a creer que ha pasado a su estadio superior, aquello que en el fondo es lo que esperamos: un milagro. El milagro es la ocurrencia real de un fenómeno extraordinario, la alteración de la norma.

Pero esa alteración podría también preceder a un milagro superior aun, la epifanía que produce la normalidad màs pura luego del acontecimiento pleno de esa singularidad. Hay una fábula que mi memoria mezcla y que proviene de dos fuentes que tal vez se mezclan con el tiempo.

En la primera fuente, se cuenta que hace muchos años había en la India un mago que vio que un competidor realizaba su función con gran éxito de público y no lo toleró, así que para demostrar su primacía en la materia se puso a volar alrededor de un poste altísimo. Andaba volando como un pajarito, sacudiendo las alas, cuando por ahí pasó el Buda y dijo que había que ser muy pajarón para complacerse en esas groseras exhibiciones.

La segunda versión cuenta que también Simón el Mago andaba pavoneándose con sus poderes en Roma, volando lo más campante ante Nerón en el Foro Romano, cuando por ahí pasaron los apóstoles Pedro y Pablo y le pidieron a Dios que detuviera ese vuelo. Dios escuchó el ruego: Simón se frenó en seco en el aire, sacudió los brazos igual que un personaje de dibujito animado, y como no tenía alas que lo sostuvieran se estampó contra el suelo. No sería raro que esta segunda versión fuera una elaboración de la anterior, si se da crédito a quienes dicen que en sus ratos de desaparición pública Jesús se formó con la secta de los esenios, que a su vez adaptaban las enseñanzas budistas a gusto de los paisanos de la zona del Mar Muerto.

Como sea, la política participa de esas piruetas de la magia. Lo que ves, lo que no ves, lo que no debe ser visto mientras se ejecuta el truco. Cada vez que quieren ocultar sus operaciones, los gobiernos exhiben un hecho fraguado para distraerte. Ahora, por ejemplo, el escándalo máximo de buena parte del país y la fascinación milagrosa de la otra es que una prisionera en el domicilio salga al balcón y salude, como si estuviera a punto de extraer palomas de un sombrero imaginario, y ese espectáculo no nos deja ver ninguna otra cosa.