En los últimos años se organizaron marchas de este tipo, a propósito de la muerte del fiscal Nisman, en abril de 2017 para rechazar la violencia, y cuando la gente le pidió a Macri que reaccione, quince días después de las PASO. En ninguna de esas ocasiones el gobierno o dirigentes allegados convocaron a las movilizaciones porque sabían que eso solo las perjudicaba.
Esta semana asistimos a un escenario extraño: los voceros del Gobierno reaccionaron de manera equivocada ante las demandas de la gente: atacaron, insultaron y hasta dijeron que apresarían a quienes protestaron. Esas actitudes solo fortalecen una forma de movilización, que será en los próximos meses la más frecuente y peligrosa en el mundo. La respuesta gubernamental habría tenido graves consecuencias si no fuera por la ayuda de algunos dirigentes de la oposición que trataron de adueñarse del éxito de la marcha. Eso hizo que algunos manifestantes se sintieran manipulados por la política y perdieran entusiasmo.
Autonomía. Han existido muchas experiencias y se han escrito cientos de trabajos sobre el tema que han dejado claras algunas hipótesis. Carlos Pagni citó acertadamente un artículo de Manuel Castells, autor de varios de ellos, que escribió un “elogio exaltado e inofensivo de las movilizaciones de protesta actuales del mundo, que han dado lugar en muy poco tiempo a una amplia literatura, pero también han suscitado no pocas críticas, ya que se trata por general de trabajos realizados al calor de dichas protestas, y recurriendo a un género muy periodístico o ensayista”.
Existen cientos de publicaciones en la misma dirección, veinte de las cuales forman parte de la bibliografía de nuestro curso en la George Washington University.
Atacar e insultar a la gente que protesta solo fortalece esa forma de movilización
La autonomía de la gente se desarrolló desde la década de 1960, cuando la tecnología permitió que se informe y tome actitudes pasando por encima de los partidos y otras organizaciones intermedias. La difusión de la internet profundizó el fenómeno conectando directamente a los ciudadanos, provocando una crisis de las instituciones propias de la democracia representativa. La mayoría de los occidentales no quieren ser representados y puso sus sueños cotidianos como centro de la política.
Estas movilizaciones tienen rasgos comunes. Las organizan directamente ciudadanos que se conectan sin obedecer a liderazgos, ideologías, ni organizaciones tradicionales. Expresan un sentimiento antisistema, no se encuadran con partidos de oposición y menos con gobiernos. Los manifestantes no llevan emblemas partidistas de ningún tipo, ni siquiera los de fuerzas por las que votaron recientemente. La mayoría tiene una actitud suspicaz hacia los políticos, aunque respalden a algunos de ellos, les gustaría llevar un cartel que diga “que se vayan todos”.
Muchas se originan en incidentes pequeños que se agigantan por la prepotencia de los dirigentes y sus entornos. En general son pacíficas y reúnen a personas poco fanatizadas, aunque a veces se aprovechan de la circunstancia elementos que la academia llama “Black Blocks”, que saquean y destruyen bienes públicos y privados.
Ejemplos. Revisemos algunos casos concretos. En 2005 la Rebelión de Los Forajidos derribó en Ecuador al gobierno de Lucio Gutiérrez. Fueron jóvenes de clase media de la capital, que se conectaban con celulares para protestar en contra de un gobierno que no respetaba las instituciones, había intervenido la Justicia y era antipático. La movilización estalló cuando algunos estudiantes protestaron frente a la casa de Gutiérrez y él les llamó despectivamente “forajidos”. Los jóvenes tomaron el insulto como consigna, hicieron camisetas que decían “soy forajido”, convocaron a concentraciones que tenían mucho de lúdico, produjeron tal caos que el presidente tuvo que huir en un helicóptero. Los dirigentes de varios partidos que quisieron apoyarlos fueron rechazados. Los movilizados no tenían dirigentes propios, menos podían querer que los dirija un extraño. Cuando cualquier político se acercaba a sus eventos, lo echaban a empujones.
En 2011 el movimiento Occupy Wall Street tomó el Zuccotti Park del Lower Manhattan en Nueva York, para protestar en contra de las empresas y los ricos. Estos manifestantes tampoco tenían líderes visibles, ni partidos o grupos que los apoyaran, más allá del hacktivista Anonimus, algunos artistas, y personajes marginales de la política. Al cabo de tres meses se fueron desvaneciendo y no quedó nada de su insurgencia.
Ese mismo año se produjeron en España protestas que impulsaban una democracia más participativa que supere el bipartidismo PSOE-PP. Se produjo una masiva ocupación de espacios públicos en varias ciudades, que no fue organizada por un partido, un grupo de interés, un movimiento social, ni ningún sujeto contemplado en los textos de ciencia política o sociología.
En 2012 Enrique Peña Nieto, candidato presidencial del PRI, protagonizó un enfrentamiento con los estudiantes de la Universidad Iberoamericana de México, institución a la que asisten estudiantes de clase media acomodada. Escapó de manera bochornosa hostigado por cientos de jóvenes que lo insultaban. Voceros del partido dijeron que esos no podían ser estudiantes de la Ibero, sino infiltrados.
Se repetía la prepotencia de Gutiérrez con los Forajidos. 132 estudiantes aparecieron en las redes sociales exhibiendo sus carnets para demostrar que habían participado de la movilización y no eran infiltrados. Se generó el movimiento “yo soy 132” y miles de mexicanos lo apoyaron. Hubo enormes manifestaciones que decrecieron cuando dio la impresión de que la candidatura de AMLO pretendía aprovecharse de ellas. Casi todos votaban por él pero no querían sentirse manipulados.
Mundo árabe. En octubre de 2019 se inició en Líbano la “revolución del WhatsApp”, cuando el gobierno anunció un impuesto a las llamadas gratuitas. Después se sumaron todo tipo de demandas, algo propio de estas movilizaciones que no tienen un objetivo único, sino que se construyen sobre las demandas de todo el que asoma. Los libaneses dejaron de lado siglos de enfrentamientos sectarios, exigieron masivamente la renuncia del primer ministro Saad Hariri, y la formación de un gobierno de técnicos que excluya a todos los líderes políticos y religiosos. Ningún partido apoyó la rebelión, que en realidad estaba en contra de todos ellos, incluido el popular Hezbollah.
La Primavera Árabe de 2011 se inició cuando un vendedor de verduras se prendió fuego en la aldea tunecina Sidi Bouzid. El gobierno del presidente Ben Ali despreció el incidente. Había sido reelecto dos años antes con el 89,62% de los votos y llevaba 25 años en el poder. A los pocos días, tuvo que renunciar por la fuerza de las movilizaciones.
En el mundo que viene serán menos posibles los abusos de poder y los autoritarismos
Cundió la rebelión en los países árabes. En Egipto cayó Hosni Mubarak, en Libia Muhamar Kadafi, en Yemen Ali Abdullah Saleh, en Argelia Abdelaziz Buteflika, en Jordania el primer ministro Samir Rifai. No fue una corriente organizada por líderes, ni por una ideología, sino un conjunto de movilizaciones propias de la sociedad de la internet, que expresan problemas reales, pero se desatan por la prepotencia de las autoridades.
América Latina. El año pasado se produjeron levantamientos en Chile, Colombia y Ecuador, que volverán con fuerza cuando se controle la pandemia. En Chile el problema se inició con una protesta estudiantil porque subió el precio del boleto del metro. El gobierno se burló de los manifestantes, dijo que obedecían a una conspiración del comunismo, de Venezuela, de alienígenas y otros disparates. Implantó el estado de sitio tratando de atemorizar a la población. Pero estamos en un nuevo siglo en el que los ciudadanos son rebeldes e independientes. Las medidas solo lograron que creciera una protesta universal que exigía la renuncia del presidente Sebastián Piñera, de la que formaban parte todo tipo de personas y grupos con sus propias demandas.
La pandemia alteró la realidad. En el mundo que viene serán menos posibles los abusos de poder, los autoritarismos y las avivadas. La crisis tendrá dos etapas: en un primer momento habrá que afrontar los graves problemas de la economía que quedó arrasada en todo lado y que angustia a la población. Lo peor vendrá después, la pandemia es solo un estremecimiento de la transformación que se produce en todos los campos con la revolución de la inteligencia. Pronto llegará la crisis terminal de la sociedad del siglo XX, el auge de la robotización, la inteligencia artificial, la destrucción masiva de los actuales empleos. Los latinoamericanos no superaremos la crisis inmediata ni el problema de fondo si no tenemos grandeza para llegar a acuerdos que nos permitan enfrentar la crisis más grave de la historia de nuestra especie, fortaleciendo las instituciones.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.