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OPINIÓN

¿Hacia dónde va la política argentina?

Es la pregunta que más resuena en estos tiempos, siendo un interrogante complejo de explicar que me permitiré abarcar al final de este escrito.

Martín Juez, concejal de Córdoba
Martín Juez, concejal de Córdoba | Perfil Cedoc

¿Hacia dónde va la política argentina? Lo que sí puedo responder a priori es: ¿Qué sucedió con la política tradicional?; ¿Está pasando la política por un proceso de mutación para dar a luz una nueva concepción mejorada de la misma?; ¿Estamos vivenciando una crisis que tendrá como síntesis un cambio paradigmático de los conceptos que tradicionalmente conocemos sobre lo político y la política hasta ahora?  

Al responder cada una de estas preguntas, es inevitable no traer a conversación a Bauman y su visión de la democracia, una en la cual entra en crisis su forma tradicional y su estructura. Este entiende que nos encontramos ante un colapso de la confianza del pueblo para con sus representantes, donde ya no solo son percibidos como sujetos de poder corrompidos por, valga la redundancia, el “poder” en términos negativos, sino, además, a modo de plusvalía, incompetentes para cumplir la función para la cual fueron elegidos.

Martin Juez junto a Daniel Passerini

Con esto es a lo que el reconocido sociólogo alemán se refiere cuando habla acerca de un divorcio entre el pueblo, la democracia tradicional, y, por ende, su estructura y sus representantes.

Pero ¿Cómo llegamos hasta este estado? ¿Por qué hay un pueblo desorientado y un sistema minado que pareciera cada vez estar más lejos de cumplir con aquellas funciones tradicionales que se le otorgó en su génesis? Podríamos sintetizar las respuestas a estas preguntas en una sola palabra: Desesperanza.

¿Por qué desesperanza? Si lo analizamos desde el lente de la reconocida politóloga estadounidense, Nancy Bermeo, entenderemos a la misma como sinónimo y producto final de una serie de prácticas que van socavando los cimientos del sistema, tales como la corrupción, el incumpliendo de promesas que, a mi parecer, desembocan, en el mayor de las suertes, en un agnosticismo del Estado, y en el peor de los casos, en la creación de sujetos ateos a la creencia de la necesidad de la existencia de un Estado.

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Es en este contexto, donde me permito agregar mi propia visión, la cual creo necesaria y oportuna para entender lo que está sucediendo y hacia dónde se va encaminando lo político y la política, en términos de Mouffe, argentina.

Retomando esa primera idea de una crisis de la democracia de la cual habla Bauman, me es necesario reformular dicho pensamiento, entendiendo que, si bien vivimos una turbulencia política, a la cual adhiero con él, no necesariamente esto dará como producto final un desentendimiento total del pueblo con esta forma de gobierno clásica. Mas bien comprendo que, como bien lo proponen las preguntas disparadoras al comienzo, la sociedad está pujando para dar nacimiento a una reforma de la tradicional y casi homogénea forma de gobierno, la cual cada vez le es más difícil de responder a las demandas del conjunto de la sociedad y a cumplir su funcionamiento.

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En el caso de la sociedad argentina, esto se ve traducido de distintas formas: Por un lado, se reformuló el “método” en el que se mide un posible rendimiento de dicha forma política: cuando hablamos de si funciona o no la democracia ya no lo hacemos en términos teleológicos, es decir, en relación a si cumple o no con su finalidad o sentido original, tal como aquellas sociedades o pensadores tradicionales, ejemplo los griegos, lo pensaron. Mas bien actualmente hablamos de eficiencia, donde la democracia es competente en la medida que sepa responder a las necesidades macroeconómicas y de recursos de la sociedad.

Es decir, juzgamos el buen o mal funcionamiento democrático, ya no más en términos de eficacia sino más bien de eficiencia. Ejemplo: la discusión en la sociedad ya no gira más en torno a cuantos derechos hemos logrado adquirir durante estos 40 años de democracia, sino más bien que no hemos hecho en este tiempo que nos ha llevado a estar sumergidos en esta crisis económica que vivimos actualmente.

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Por otro lado, el pueblo entiende que el camino es la democracia, pero no como la hemos conocido hasta ahora. Comprenden que se podría ampliar y adecuar a los tiempos que vivimos, pero esto no necesariamente debe ser traducido en ensanchar la presencia o el tamaño estructural del Estado.

Esto conlleva a una sociedad con una visión nueva que entiende que no por aumentar el número de representantes del poder (funcionarios) o la estructura del gobierno (ministerios, secretarías) vamos a lograr una mayor representatividad medida en eficiencia. Al contrario, cuanto mayor sea la desburocratización del mismo mejor representatividad se logrará, ya que no habrá lugar para los “ociosos del poder” y los gobiernos locales se verán obligados a hacer un buen uso de los recursos del pueblo. Ejemplo de esto es lo que está sucediendo actualmente con los gobernadores de las provincias los cuales, respondiendo a un pedido social, están disminuyendo el tamaño de la estructura de sus gobiernos y los gastos de los mismos.

En fin, a modo de conclusión, creo que un buen gobernante debe tener la capacidad para rápidamente leer las necesidades y tiempos en los que vivimos. Tiempos, valga la redundancia, dinámicos y volátiles. La democracia debe ser repensada, y con ello, debemos animarnos a poner sobre la mesa de discusión temas que debieran ser lógicos, ejemplo de esto es el caso de la transparencia a la hora de la administración de los recursos, ficha limpia para impedir que funcionarios no aptos en términos de ley puedan ejercer un cargo de representatividad, como también ¿Cómo ampliar la democracia?; ¿Estamos lejos de complementarla con una teledemocracia?