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Brasil en cuenta regresiva

Lula, el protagonista resiliente de las nueve elecciones

Dueño de un carisma singular y a punto de cumplir 77 años, el líder del Partido de los Trabajadores es el favorito para las presidenciales del domingo próximo, en las que intentará regresar al Planalto y desalojar a Jair Bolsonaro.

25-9-2022-Lula
LULA X 9. La publicidad hace alusión a los días que faltaban para la lección y a las burlas que recibe Lula desde la oposición por el dedo que perdió ejerciendo su puesto de tornero. | AP

Brasil inicia hoy la semana de cuenta regresiva hacia unos comicios presidenciales cuyos resultados serán más que trascendentes, no solo para este gigantesco país de 215 millones de habitantes sino para la región toda. Y otra vez, como ha ocurrido con diferentes matices desde hace 33 años, el nombre y la figura de un carismático líder centra buena parte de la atención mediática y la disputa política, por lo que representa hoy y por lo que ha sido su vida y su trayectoria.

Luiz Inácio Lula da Silva, quien en apenas unos días cumplirá 77 años de edad, es por sexta vez candidato a ocupar el Palacio del Planalto, desde el que ya gobernó entre el 1º de enero de 2003 e idéntica fecha de 2011 y del que se retiró con una popularidad que orillaba el 80 por ciento.

Claro que para llegar al primer triunfo que le permitió presidir el país más extenso, poblado, rico e influyente de Latinoamérica (algo de lo que el 27 de octubre próximo se cumplirán 20 años) Lula debió morder en tres ocasiones el polvo de la derrota. La primera de ellas fue en diciembre de 1989, cuando con su perfil demonizado al extremo por los influyentes medios brasileños, fue derrotado en un balotaje que acabó 53% contra 47% en favor del alagoano Fernando Collor de Mello. El abrupto final de Collor, renunciando antes de su destitución por corrupción, pareció dar fuerza a algunos de los argumentos planteados por el entonces combativo líder sindical y cofundador del Partido de los Trabajadores.

El real vencedor. Las elecciones de 1994 y 1998 marcaron el auge del Plan Real con que se había estabilizado la moneda en tiempos de Itamar Franco (el vice de Collor que asumió para completar su mandato), y dieron un amplio respaldo en las urnas a quien se consideró “el padre de la criatura”, Fernando Henrique Cardoso. FHC, al frente del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), postergó dos veces consecutivas el sueño del ex tornero mecánico y lo hizo sin necesidad de acudir a un balotaje.

Pero el dirigente pernambucano no se daría por vencido ni aún luego de esas tres caídas y tendría su revancha en 2002, cuando venció a José Serra (PSDB). Y en 2006 derrotó a Geraldo Alckmin (también del PSDB), convertido hoy en su compañero de fórmula y candidato a vice. En ambos casos, Lula arañó una victoria por nocaut en la primera vuelta pero se quedó en el umbral. En los segundos turnos, sin embargo, se impuso con más del 60% de los sufragios. ¿Se repetirá la historia en 2022?

El gran elector. Después de encabezar la lista de candidatos de su partido en cinco elecciones seguidas el nombre de Lula dejó de figurar por primera vez en las boletas del PT en los comicios de 2010. Sin embargo, su decisión de ungir a Dilma Rousseff como su sucesora, y su presencia y discursos para apuntalar la campaña de quien se convertiría en octubre de 2010 en la primera mujer elegida como presidenta de Brasil fueron determinantes.

Podría decirse que Lula ganó allí por tercera vez la presidencia y, con la apretada reelección de Dilma en octubre de 2014, en cuyo tramo final de campaña tuvo intervenciones clave, obtuvo su cuarto triunfo consecutivo.

Golpe a golpe… El polémico impeachment que acabó con la destitución de Rousseff, tras un bochornoso espectáculo en el Congreso y una extrema polarización en las calles parecían marcar un drástico fin de época para Lula y la izquierda brasileña.

Si el Mensalâo (vieja práctica de los principales partidos para “comprar” voluntades o apoyos en el Congreso) había salpicado a la conducción del PT en 2006, la caída una década después de Dilma acusada de “pedaleadas fiscales” (uso indebido de partidas presupuestarias para tapar huecos deficitarios), quedó como un tiro por elevación hacia su mentor político. Comparar los antecedentes y transparencia en la función pública de la presidenta con los de muchos de sus inquisidores en el Congreso en Brasilia abonaba las tesis de que aquella trama se trató de un golpe institucional.

Para entonces, la llamada Operación Lava Jato y su juez impulsor, Sergio Moro, eran ponderados por los grandes medios de comunicación de Brasil y el continente como el ejemplo a seguir para extirpar para siempre el endémico mal de la corrupción. El magistrado ordenaba ampulosos operativos y, mediante el vidrioso recurso de las delaciones premiadas (aquí serían las declaraciones de “arrepentidos”), viajaba por la región exhibiendo su traje de “justiciero” temido por poderosos.

Sería muy extenso repasar las idas y vueltas en los procesos que tuvieron que ver con tramas como las de Odebrecht o Petrobras, o la marcada selectividad con que Moro y su fiscal del Lava Jato, Deltan Dallagnol, apuntaron las cargas, forzaron procesos y se fijaron como objetivo la condena a Lula.

Lo cierto es que el 7 de abril de 2018 por orden del juez Moro, Lula y tras el fallo de una cámara que confirmó el fallo en primera instancia del magistrado de Curitiba, el líder del PT comenzó a cumplir una condena a prisión que se extendería por 580 días y lo dejaría al margen de la contienda electoral de octubre de ese año. Al momento de su arresto, el veterano dirigente pernambucano lideraba todos los sondeos de intención de voto frente al ex capitán del ejército y diputado reivindicador de la dictadura, Jair Messias Bolsonaro.

La de hace cuatro años fue una elección signada por la proscripción de Lula y la decisión forzada del PT de nominar a Fernando Haddad en su lugar para enfrentar al candidato ultraderechista. Y aunque Haddad logró forzar un balotaje que Bolsonaro ganó con el 55% de los votos válidos, el carisma de Lula y el poder de convencimiento de su voz cada vez más ronca entre los sectores que alguna vez sacó de la pobreza, esta vez no estaba para inclinar la balanza o torcer la historia.

Lo que siguió es la parte más reciente y quizá más fresca en la memoria. Las máximas instancias judiciales de Brasil tumbaron una a una las condenas impuestas contra Lula, por falta de jurisdicción o competencia en algunos casos, por parcialidad manifiesta en otros, de parte del otrora inmaculado juez Moro, que a esa altura hacía rato había colgado su toga y rifado su mediático prestigio a cambio del sillón de un ministerio en el gabinete de Bolsonaro.

Las revelaciones del periodista Glenn Greenwald y su sitio The Intercept acerca de los contubernios entre Moro y Dallagnol para encarcelar y acabar con la vida política de Lula pusieron rápido fin a la posible carrera del exjuez como un potencial “presidenciable”, confirmaron la existencia del Lawfare y fueron el mejor pistoletazo de salida para una nueva campaña de quien -con casi 77 años y en su sexta candidatura presidencial- maneja los tiempos como nadie.

Semana decisiva.  Los últimos sondeos del Instituto Datafolha y de Ipec (ex Ibope) le conceden a Lula cerca del 47% de intención de voto y unos 14 puntos de ventaja sobre el actual mandatario ultraderechista. Ambas encuestas le asignan algo más del 50% necesario para imponerse en primer turno si se computan solo votos válidos, es decir sin eventuales sufragios nulos o en blanco.

Y mientras Bolsonaro hace crecer las dudas sobre qué actitud asumirá en caso de verse derrotado, Lula y su equipo despliegan en los últimos días de campaña una apelación al “voto útil” para que la definición de la contienda no prolongue el suspenso otras cuatro semanas.

El actual gobernante pretendió “internacionalizar” su proselitismo con discursos pronunciados en el balcón de la embajada brasileña en Londres (viajó para las exequias de Isabel II) o ante el atril de la Asamblea General de la ONU. En ambos casos cosechó más críticas que los enfervorizados aplausos de acólitos que aún le llaman “Mito”.

El ex capitán se apoya en su núcleo duro de algunas clases medias urbanas y en los avales que aún le dan distintos cultos evangélicos, el sector del agro del centro-oeste del país y los uniformados en ejercicio o retirados, la fórmula de “las tres B (Biblia, buey y bala)” que lo catapultó en 2018.

Lula, quien ya sumó con Alckmin muchos adherentes del PSDB de San Pablo (del que éste fue gobernador), hace aquello en lo que también es especialista: tejer alianzas para el domingo próximo, para un eventual balotaje, o para lo que vendrá desde enero de 2023.

Así sumó de nuevo a Marina Silva, o logró un implícito apoyo del propio Cardoso, al tiempo que ya tiene el guiño de dirigentes estaduales o locales que a priori parecían más cercanos a Ciro Gomes, del Partido Democrático de los Trabajadores (PDT), o Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), tercero y cuarta en discordia según sondeos y que entre ambos sumarían un 12%.

Semana clave también en las redes sociales; las fake news que ayudaron hace cuatro años a Bolsonaro esta vez parecen no convencer a tanto desprevenido. Sobre todo entre los más pobres, que han vuelto a sintonizar la voz ronca y el mensaje carismático de quien les dio nueva esperanza a comienzos de este siglo. A ellos alude un pegadizo jingle y las imágenes que instan a “dejar el sueño volver” y la frase final de “Imagina Lula Lá”, con el rostro resiliente de quien está de regreso, aunque nunca se fue.