El mundo no confía en la Argentina. Lo anuncié en 2019 tras el éxito del kirchnerismo en las elecciones primarias. El kirchnerismo convirtió a nuestro país en un estafador serial ante todos los que confiaron su dinero e invirtieron. Aun dando un giro de 180 grados en materia de política económica, el mundo querrá, con toda lógica, ver primero con sus propios ojos la sustentabilidad y el compromiso genuino del nuevo gobierno. No habrá nuevas inversiones en nuestro país hasta tanto no hayamos sido capaces de mostrar que el cambio es definitivo y no tiene marcha atrás.
En 2015 el mundo nos estaba esperando y nos recibió con los brazos abiertos. Decenas de países apostaron por la Argentina y nos creyeron. Hoy solo nos vinculamos con los peores de la clase. Nada bueno trajeron las alianzas con dictaduras criminales como las de Cuba, Venezuela o Nicaragua. Habrá que comenzar de nuevo y la reconstrucción de la credibilidad nacional será un desafío enorme y de largo aliento.
He escrito ya que el gradualismo fue producto de nuestra debilidad y no de nuestra vocación. El próximo gobierno será más fuerte y su fortaleza requerirá que las reformas estructurales se sancionen en las primeras horas. La pobreza y el desempleo no pueden esperar. Debemos tener la valentía de terminar de inmediato con legislaciones obsoletas en materia laboral, sindical, previsional y fiscal. Es otro de mis aprendizajes en la presidencia. Lo que no se hace de entrada es muy probable que no se pueda hacer nunca.
La reducción drástica del gasto público deberá estar entre las medidas iniciales. El legado del kirchnerismo será un Estado elefantiásico, torpe e ineficiente. Cada ministerio, cada área, cada repartición pública deberá impulsar todas las reducciones que sean necesarias de manera urgente e inmediata. Será la única vía para poder hacer que nuestra estructura impositiva deje de asfixiar a la actividad privada, a los emprendedores y a todos los ciudadanos que se ganan la vida con su trabajo.
Nuestras industrias tienen que saber que su tiempo para ser competitivas está llegando a su fin. El nuevo gobierno no estará en condiciones de seguir defendiendo el proteccionismo a costa de los bolsillos de los consumidores. El modelo de la Argentina cerrada ha fracasado por donde se lo mire.
Deberemos construir una economía abierta y aprovechar las oportunidades que tenemos en el mundo para nuestros productos, sin que esto se traduzca en subsidios que pagan todos los contribuyentes.
Quiero plantearlo con todas las letras: el Estado argentino, tal como lo conocimos, ha colapsado. Hoy no es otra cosa que una gigantesca fábrica de déficit, inflación y pobreza. No será cuestión tan solo de hacer recortes aquí y allá. Es mucho más que eso. Existe una larga lista de empresas públicas que deberán pasar a ser gestionadas por el sector privado sin excepciones, o que deberán ser eliminadas. El gasto público ha crecido hasta un punto tal que, lejos de ser un motor de la economía como postula el populismo, se ha convertido en un freno al sector privado, que es el único capaz de generar empleo y crecimiento genuinos.
A diferencia de lo ocurrido en otros períodos de nuestra historia, estamos en condiciones de emprender estas transformaciones de cara a la sociedad sin permitir la corrupción. La experiencia de mi gobierno ha dejado en claro que esto es posible. La tecnología es y será siempre uno de los grandes aliados para la eficiencia y la transparencia.
Juntos por el Cambio debe volver al poder con el objetivo de construir un capitalismo verdadero en la Argentina. Un lugar de oportunidades para emprender en un marco de estabilidad. Con menos impuestos y con mejores servicios públicos. Con un servicio de justicia independiente y profesional, alejado de los vaivenes de la política. Con fuerzas de seguridad reconocidas y capacitadas, dedicadas a dar un combate sin cuartel contra el narcotráfico.
Ninguna de las ideas que estoy postulando es nueva. Todas ellas son conocidas por el sistema del poder en la Argentina. Las he hablado con gobernadores, sindicalistas, empresarios, periodistas y políticos de distintas orientaciones ideológicas. En muchas ocasiones se han manifestado de acuerdo. Todos saben que el modelo actual es obsoleto y que, de mantenerlo, las cosas solo pueden empeorar. Pero nuestro círculo rojo tiene un problema. La mayoría de sus integrantes suele sostener en público algo diferente a lo que dice en privado. El cambio para muchos de ellos significa, llegada la hora de la verdad, el fin de sus privilegios. Naturalmente, esta situación los conduce hacia este tipo de conductas contradictorias. Al final del día el círculo rojo dice querer todas las reformas con excepción de una: aquella que afecta sus intereses.
El segundo tiempo va a exigir mucho de la sociedad. Pero esos esfuerzos solo tendrán sentido si las élites, los que se han beneficiado en un país que se ha empobrecido, son capaces de hacer un esfuerzo aún mayor que el resto de los argentinos. La escucha de la que he escrito, entre la sociedad y sus líderes, tiene que ser permanente.
En materia de políticas sociales, uno de los rubros que más ha crecido durante nuestro gobierno, deberemos terminar para siempre con los extorsionadores de la paz social. En la Argentina que vamos a construir, son los argentinos los que ayudan a otros argentinos a sobrellevar su situación.
Por lo tanto, quienes aportan con su trabajo y su esfuerzo esta ayuda, deberán poder monitorear en qué se gasta o se invierte cada peso. En el segundo tiempo terminaremos con los gerentes de la pobreza. La intermediación parasitaria en materia de distribución de ayuda tiene que terminarse. Por su parte, aquellos que reciban la ayuda solidaria del resto de los argentinos deberán saber que su duración en el tiempo será limitada. Deberán capacitarse para estar en condiciones de ingresar lo más rápido posible en el mercado laboral formal.
Tendremos que replantearnos, la sociedad y sus líderes, la política en materia de cortes de calles y rutas. Los argentinos han sido demasiado tolerantes con aquellos grupos que le complican la vida a quienes necesitan movilizarse para ir a sus trabajos. No existe ninguna posibilidad de que continuemos asistiendo al triste espectáculo de fuerzas de seguridad que no actúan. Durante nuestro gobierno comenzamos a cambiar esa política impidiendo innumerables cortes de rutas nacionales y autopistas. Hay que ser claros: las calles son de todos los ciudadanos y todos tienen derecho a transitarlas. El derecho de protesta debe encontrar un límite cuando perjudica a terceros.
Lo he escrito antes: el cambio es una fuerza que ejerce su presión desde abajo hacia arriba. No habrá oportunidad de dar menos que lo que se nos exige. La sociedad no va a perdonar a un gobierno que no esté a la altura del mandato. Llevamos ya demasiados años de frustración que pesan sobre muchas generaciones.
(*) Para qué es editado por Planeta y saldrá a la venta el 18 de octubre.