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Debate

La guillotina de la evaluación educativa

En estos tiempos de pandemia, la prioridad debe estar en garantizar el acceso de los más desfavorecidos a las condiciones educativas adecuadas

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En casa. Hay que dejar de lado la mirada restrictiva hacia la formación virtual. | cedoc

En mis épocas de estudiante, un añoso profesor echaba mano de una metáfora que repetía como un mantra cada vez que le venía en mente (cosa que ocurría con excesiva regularidad): “en la revolución francesa, la guillotina cortaba de arriba para abajo. En nuestros tiempos, funciona de manera horizontal, cortando la cabeza de quien la asoma”. Confieso que recuerdo perfectamente la metáfora, aunque temo no tener presente el sentido que le atribuía el profesor.

Si bien exagerada, esta imagen sirve para representar una tensión que acompaña a la Argentina desde hace décadas: la tensión entre el modelo de la distribución y el de la meritocracia o, en términos de Pablo Gerchunoff, el modelo de justicia social y el de la movilidad social. Evito de manera intencionada asociarla con la dialéctica entre igualdad y libertad, porque algunos sistemáticamente la identifican con pensamientos de izquierda o de derecha, lo que inevitablemente nos conduce a la retórica de la “grieta”. Poco aportan estas dicotomías para resolver las necesidades que tenemos en puerta.

Esta interpretación nos invita a superar los estereotipos, y a entender que ambas inspiraciones están presentes en la idiosincrasia argentina y modelan nuestra forma de pensar. Anhelamos ciertamente la idea de progreso individual basado en el mérito, pero no estamos dispuestos a hacerlo relegando a los más postergados.

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Sin notas: la Ciudad anunció que suspende las calificaciones en las escuelas

Aunque resulte curioso, la misma tensión se manifiesta en estos días en el marco del debate sobre las calificaciones. Para algunos, la suspensión no debe responder sólo a la una estrategia de descompresión psicológica circunstancial. Responde a una genuina intención de preservar la equidad, evitando que alumnos de escuelas más favorecidas ganen distancia sobre los más postergados y se ensanche la brecha. En definitiva, indican, no es justo aplicar idénticos instrumentos cuando no se ha garantizado igualdad en el punto de partida. En el otro extremo alzan la voz  aquellos que creen que la educación y la evaluación son precisamente los mecanismos más adecuados para asegurar la superación de las desigualdades a través del desarrollo de las condiciones y potencialidades individuales.

Si la educación fuera el Panteón Romano, la evaluación sería el dios Jano, al que los romanos representaban con dos cabezas contrapuestas. La imagen del dios se colocaba sobre las puertas de acceso, en el umbral del presente que separa el pasado del futuro. La evaluación, en efecto, nos recuerda dónde estamos parados, de dónde venimos y hacia donde queremos ir.

Como la evaluación opera sobre las personas individualestanto como sobre grupos, escuelas, regiones y países, es un espejo de dos caras. Alienta el desarrollo individual reconociendo méritos y al mismo tiempo compara, segmenta y jerarquiza

Como la evaluación opera sobre las personas individuales tanto como sobre grupos, escuelas, regiones y países, es un espejo de dos caras. Alienta el desarrollo individual reconociendo méritos, distinguiendo y premiando, para deleite de los defensores del ideal de movilidad social. Al mismo tiempo, al hacerlo, compara, segmenta y jerarquiza, poniendo en evidencia falencias, injusticias y postergaciones, que resultan intolerables en el ideal de la justicia social. En definitiva, las cabezas del dios Jano también sirven para representar en esta doble acción promotora y segmentadora de la evaluación.

“Quienes abrazan un extremo en la política llegan a entender sólo una política de extremos”, afirmaba Michael Oakeshott. La situación aplica al caso de la evaluación, como a muchos otros aspectos de la vida pública. Cuando cualquiera de estos modelos actúa sin el contrapeso del otro, tiende a operar bajo el modo de guillotina. En un caso, corta horizontalmente e iguala para abajo, sacrificando la evaluación, devaluando la competitividad y el mérito en aras de la equidad social. En el otro, corta verticalmente, promoviendo la competitividad y utilizando las evaluaciones estructuradas y objetivas como mecanismos de “selección natural”, con el costo de dificultar el acceso de quienes no están a la altura y ensanchar las brechas.

Prevén un regreso a clases "mixto" y sin calificaciones

Oakeshott no era afecto a los extremos. Más bien, proponía establecer una mecánica de balances y contrapesos que no erradica las tensiones, sino que las asume con realismo para promover soluciones factibles. Esto implica, en nuestro caso, sostener el difícil equilibrio entre la aspiración de movilidad y equidad, evitando que un ideal se “coma” al otro.

Con la pandemia, las políticas públicas en educación transitan al filo de esta tensión. Evidentemente, la prioridad debe estar en garantizar el acceso de los más desfavorecidos a las condiciones educativas adecuadas. Sólo así se evitará que la brecha se ensanche. Ahora bien, si esto se hace a costa de “nivelar para abajo”, impidiendo toda forma de calificación futura en aras de la equidad, estaremos jugando en un extremo que no hará sino perpetuar aquello mismo que se pretende resolver. La anulación de toda forma de calificación implica ocultar y profundizar la inequidad, no hacerla desaparecer. Romper la brújula no hace otra cosa que desviarnos cada vez más de nuestras metas.

La política debe asegurar la continuidad de la evaluación y las calificaciones, pero no a cualquier costo ni de cualquier manera. Porque evaluar sin asegurar condiciones previas de aprendizaje no es evaluar, es “jugar a que evaluamos”. Al hacerlo, bastardeamos el esfuerzo y sus resultados, lo que deriva en descreimiento y falsa idea de movilidad. Terminaremos aprobando a todos, o a nadie, porque sabremos que estamos usando un mapa para conducirnos en un territorio que ha cambiado totalmente su fisonomía.

Es un buen momento, entonces, para aplicar contrapesos y pensar en alternativas equilibradas que aseguren las condiciones de equidad de acceso, promuevan la reprogramación y reformulación de evaluaciones y, por qué no, habiliten evaluaciones razonables en escuelas que han logrado sostener continuidad educativa.

*Profesor de la Escuela de Educación de la Universidad Austral. Doctor en Filosofía. Licenciado en administración y gestión de la educación (Unsam).