Es el segundo largo de ficción de Sebastián Schindel (primero filmó los documentales Rerum novarum y Mundo alas). Su primer filme de ficción fue El patrón, radiografía de un crimen, un drama de género social, en el que ahondaba en la psicología de un peón de una carnicería, cuyo protagonista, igual que acá, es Joaquín Furriel.
Si El patrón… le permitió cosechar buenas críticas, con su actual producción, Schindel vuelve a demostrar su buen oficio detrás de la cámara. Es un director que sabe ubicar encuadres, tiene continuidad en sus planos y logra mantener un ritmo dramático con cierto refinamiento, a la vez que se permite descansar en un casting, en este caso muy bien elegido.
El hijo: el terror inconsciente del espectador
Joaquín Furriel crece con cada interpretación que emprende. Su máscara actoral es variable y moldeable, y sabe meterse en el papel y convencer, no solo a través de la mirada, también desde lo físico. Esta vez el actor que sorprendió como el obrero en El patrón... hace de un pintor de unos cuarenta y pico, un hombre un poco atormentado por la pintura de Goya y por la influencia de una de sus alumnas –con la que termina teniendo un hijo–, una sueca de nombre Sigrid, que además es bióloga y opina que los humanos venimos de moluscos. El también es un alcohólico en rehabilitación que no supo construir un vínculo con las dos hijas que tuvo con otra mujer, radicada en Canadá.
La película se apoya en una nouvelle de Guillermo Martínez y desde ese lugar (con un guión que deja demasiados puntos sin aclarar, exhibe cierta torpeza y provoca saltos narrativos insalvables) se define como un thriller psicológico, que bucea con soltura en lo siniestro. Lo interesante es que lo siniestro surge de la cotidianidad de una pareja en la que, a medida que ella queda embarazada, aparecen costumbres inesperadas: se niega a ser atendida en el parto en un hospital, prefiere tenerlo en su casa, atendida por la misma mujer que la crió. Del mismo modo que, a medida que el niño crece, la madre intenta por todos los medios alejar al padre del bebé. Eso despierta en el pintor el llamado síndrome de Capgras (la persona cree ver un doble o un impostor en alguien cercano).
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Con estos ingredientes tan variados, Schindel intenta moverse, sin lograrlo, como pez en el agua, aunque consigue una buena dosis de suspenso y permite que se disfrute de las muy buenas actuaciones, además de Furriel, de Martina Gusmán, Luciano Cáceres y Regina Lamm.
CP