El revisionismo literario, practicado por unos pocos audaces que eluden los consensos y realizan “operativos rescate”, libra del polvo obras silenciadas. Esa es la tarea que emprendió la editorial Barnacle que acaba de publicar la mayor parte de la obra poética de Héctor Pedro Blomberg, en un esfuerzo editorial encomiable. Con prólogos del poeta Santiago Sylvester y el editor Alberto Cisnero, Poesía reunida (1908-1939) visibiliza a un valioso autor que hoy no ocupa el lugar que se merece en las letras argentinas.
Blomberg permanece lejos de las marquesinas del canon vernáculo, su nombre circula entre otros nombres condenados a las notas al pie, el cajoneo y el descarte. Mencionado al pasar, apenas se lo recuerda como letrista de “La pulpera de Santa Lucía”, cuando tiene una foja de servicios envidiable: narrativa, periodismo, guiones radiales y cinematográficos, literatura infantil, dramaturgia, canción popular, poesía, salieron de su pluma incansable y precursora. Tuvo una decisiva influencia en poetas como Raúl González Tuñón y Nicolás Olivari, prefiguró la aparición del grupo literario de Boedo y abrió los caminos de la narrativa urbana que llevaría a su máxima expresión Roberto Arlt. “Su poesía no se adscribe ni al Modernismo darío-lugoniano, ni se embandera con la ruptura de las vanguardias: elige una senda solitaria, al margen de las experiencias más importantes del momento histórico”, comenta Sylvester sobre las elecciones estéticas de Blomberg.
Nacido en 1889, en el porteño barrio de Monserrat, pasó su infancia en Paraguay; su madre, Ercilia López, era una dama de la alta sociedad paraguaya, reconocida escritora y traductora, sobrina del que fuera el segundo presidente paraguayo, Francisco Solano López, mientras que su padre era el ingeniero noruego Pedro Blomberg, hijo de Juan Blomberg, un prestigioso marino nórdico, descendiente de varias generaciones de hombres de mar; de esta rama paterna heredó Blomberg su vocación viajera. Siendo muy joven, se coló en un navío para conocer el mundo. En un periplo interminable encontró los motivos de una poesía marinera, evocativa y trágica.
La cancionística de temática histórica fue unos de los puntales de su obra. Por los años ‘20 se asoció al guitarrista Enrique Maciel, con quien compuso una buena cantidad de canciones que la voz de Ignacio Corsini ayudó a popularizar. A la citada “La pulpera de Santa Lucía”, podemos agregar “La mazorquera de Monserrat” o “Canción de la tirana unitaria”, donde se refleja la grieta entre los partidarios de Juan Manuel de Rosas y sus opositores (“Tirana unitaria, tu cinta celeste/ Aré en mi guitarra de buen federal,/ Y en noches de luna canté en tu ventana/ Más de un suspirante “cielito infernal”). Juan “el Tata” Cedrón también se ocupó de musicalizar la poesía de Blomberg: en 2018 de publicó su álbum Jamaica Marú/Blomberg-Cedrón, donde canta “Las dos irlandesas”, “Tommy’s Bar y “Las veladas del Bar Garibaldi”, entre otras canciones que son un auténtico catálogo de migraciones y desarraigos.
La obra narrativa de Blomberg tampoco tiene desperdicio, basta con leer “El chino del Dock Sur”, un apasionante relato que narra el drama de un inmigrante chino que frecuenta un fumadero de opio en el barrio de La Boca y enloquece de nostalgia, añorando su tierra lejana. Fue publicado en el primer libro de relatos de Blomberg Las puertas de Babel (1920). “El chino de Dock Sur” guarda una estrecha relación con los poemas de Blomberg, por esa exploración del ánimo de los navegantes, detallando las marcas que imprime el misterio del mar en sus almas, y el tortuoso deambular por los puertos, entregados al alcohol, las drogas y las tinieblas de los antros. Siempre recostado sobre los márgenes sociales, Blomberg se ubica en las antípodas del Borges de Fervor de Buenos Aires (1923), donde el célebre poeta congela en postales una ciudad pictórica; el hablante de sus poemas es un paseante que encuentra cierto regocijo en la contemplación pasiva. Blomberg hace todo lo contrario: mete el dedo en la llaga, empatiza con el desamparo de los hombres sin rumbo y muestra un compromiso social en el que se referenciaron los poetas de la generación del 60 como Luis Luchi, Julio Huasi o Roberto Santoro.
En algunos poemas, Blomberg traza cuadros clínicos de los marinos: la continua visión de cielo y mar es hipnótica, provoca ensoñaciones donde se mezclan la melancolía y, a veces, el delirio: “Vio en las profundidades oscuras y dormidas/ Claridades extrañas…Contempló en su visión/ Los ahogados de siglos y las naves hundidas/ Que arrullaba el océano con su enorme canción” (“La visión del navegante”). Otros poemas resaltan la camaradería: “¡Te acuerdas compañero, cuando en los viejos días/ En los muelles de Liverpool cargábamos carbón? (…) ¿Te acuerdas de cuando eras, como yo, erguido y fuerte/ Y corrimos el mundo riéndonos de la muerte? ¿Te acuerdas, compañero, de lo que ya no es más?”.
Como un viejo bergantín, los poemas de Blomberg yacían hundidos en lo más profundo del mar, pero ahora fueron subidos a la superficie por la encomiosa tarea submarina de un editor. Se agradece.