En el Suplemento Cultura de Diario PERFIL ofrecemos cada semana "Narcolepsia - Coordenadas para una aproximación a la poesía", y el elegido en esta ocasión es "Carta abierta a John Ashbery", del brasileño Waly Salomão:
La memoria es una isla de edición — dice
cualquiera que pasa, con estilo nonchalant,
e inmediatamente toca la tecla y borra
el sentido de lo que quería decir.
Agotado el yo, queda el asombro de que el mundo no haya sido arrasado,
¿Dónde y cómo almacenar el color de cada instante?
¿Qué rasgo retener de la traslúcida aurora?
¿Incinerar el leño seco de las amistades achicharradas?
¿El perfume, acaso, de aquella rosa desteñida?
La vida no es una pantalla y jamás adquiere
el significado estricto
que desea imprimir en ella.
Tampoco es una fábula donde cada detalle
encierra una moraleja.
Está repleta de fosas clandestinas, cadáveres,
ajustes de cuentas, quemas de archivos,
comandos de captura,
borraduras de trechos, desaparición de originales,
grupos de exterminio y fotogramas estallados.
¿Qué importa si las cenizas están frías
o si todavía arden calientes
si no se escoge una urna adecuada,
sea griega sea bárbara,
para depositarlas?
Antes de que el mañana se desmorone,
hoy mismo será olvido lo que trae
la marca de agua del hoy.
Hienas acechan guarecidas entre la maleza mientras
los perros guardianes del tiempo hacen un archipiélago
con los hilos del traje de la memoria.
Islotes. Imágenes en harapos de los días finiquitados.
Numerosos cráteres ozoniales.
Los lazos de familia transformados en lapsus.
Hueco y carie y cava y prótesis,
así el mundo va pariendo al difunto
de su sinopsis.
Sin ninguna explosión final.
Nulla dies sine linea. Ni un día sin una línea.
Uno, sin nombre y con desabrida voluntad,
alza este lema como represa
antientropía.
Y los días se suceden y se firma la intención
de transmutar todo veneno y herrumbre
en pedazo del paraíso. O vice versa.
A su gusto, a su antojo,
como quien toca un botón de la consola
de una isla de edición
y un dios irrumpe al final para rescatar el humano fardo.
Corrijo:
el humano hado.
1995
(Extraído de Waly Salomão, Poesía Total. Traducción de Teresa Arijón y Bárbara Belloc, El cuenco de plata, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2022)
Waly Salomão (Jequié, 1943 – Río de Janeiro, 2003) fue una de las figuras más fecundas y multifacéticas de la vanguardia brasileña. Bahiano, hijo de padre sirio y madre sertaneja, Waly fue punta de lanza de una generación de poetas que –aliados en un movimiento de resistencia a la censura impuesta por los “años de plomo” de la dictadura, el Tropicalismo– desafiaron los principios formales de la tradición y pensaron la literatura a partir de su articulación con otras artes: en especial las visuales, la música y la performance. Esta concepción influyó marcadamente su escritura en las décadas de 1970 y 1980, cuando publicó Agarrame que me da un ataque (1972) y Gigoló de bibelots (1983), dos experimentos extraordinarios con la lengua brasileña y la gráfica. Durante 1990 y hasta su muerte su poesía continuó reinventándose, creando un lenguaje y un estilo cada vez más personal, lírico heterodoxo, lo que consolidó su papel de poeta-faro con una serie de títulos visionarios: Mercería de chucherías (1993), Algarabías y Hélio Oiticica: qual é o parangolé? (1996), Labia (1998), Tasa de embarque (2000) y Pescados vivos (2004, de publicación póstuma). En uno de sus libros, Waly Salomão escribió: «Tengo hambre de convertirme en todo lo que no soy».