Aunque cueste creerlo, la Real Academia Española, ese club de carcamanes con secretarias y cajas chicas que patrullan la lengua en la que triunfara hace siglos Miguel de Cervantes y fracasa todos los días Marcos Aguinis, describe la palabra "boom" con una sola acepción: "Exito o auge repentino de algo, especialmente de un libro. El boom de la novela hispanoamericana". El significado no puede ser más trucho ("Trucho/a: falso, fraudulento. Este billete es trucho"). No tanto porque confunde el éxito repentino del best seller con el éxito permanente del clásico de mercado, sino porque es mendaz con la materia que aborda. ¿Literatura hispanoamericana? Falso. El boom lo fue de la literatura latinoamericana en Europa, un commodity del nuevo continente que conquistó un público ávido de novedades salvajes que ya había asimilado como propias las bendiciones del choclo, la papa y el tabaco. No hay españoles en el boom latinoamericano como no hay reinos americanos que conquistaron Europa. Excepto que -excepto que- la Real Academia Española considere como propio al peruano nacionalizado español Mario Vargas Llosa. Así sí. Y si así fuese, Vargas Llosa sería sin dudas el rey del boom hispanomericano.
Clásico de la semana: "Conversación en La Catedral", de Vargas Llosa
Es necesario dejar de lado al Vargas Llosa troglodita ideológico, que parece el hijo más deseado por la parejita compuesta por la U.S. Army y Wall Street, y retroceder a 1969, el año de publicación de "Conversación en La Catedral". Pasaron tantos años que sería bueno discutir la novela con alguien que le haya hecho algo más que un panegírico. Por ejemplo, con César Aira, que en el "Diccionario de autores latinoamericanos" dice que en Vargas Llosa hay un uso perfeccionista de la técnica, y que la narración forma un puzzle de planos al que "el lector no tarda en habituarse". Para Aira -y tomado como de quien viene no deja de ser insultante-, Vargas Llosa es "estrictamente realista" a pesar de esos meneos tecnocráticos de los que se infiere virtuosismo.
Clásico de la semana: "Hechos inquietantes", de Wilcock
Pero habría que dejar en cuarentena la palabra "estrictamente", o acompañarla de la palabra "modernista". El master plan que inspira "Conversación en La Catedral" es el modernismo probado por Joyce. Lo que hace Vargas Llosa es atomizar y luego reunir con maestría las voces de los personajes. Esa maestría no es otra que la del uso del suspenso: hay que esperar a que todos terminen de hablar "interrumpidamente" para saber qué es lo que ocurre con la historia. La voz, esa materia de identidad verbal que Manuel Puig diseña mediante unidades compactas y puras -una materia por la que los personajes se hacen solos- en Vargas Llosa se licua como ocurre con los alimentos en la cocina molecular. Si hay un realismo en esta operación contaminante, es el de darle al pasado el carácter de un universo de simultaneidades. Que todo pase al mismo tiempo, y que todo lo que pase (todos los hechos, todos los actos) sean producto de "lo hablado", es el efecto de esta gran novela de realismo tolerante. ¿Qué pasó después de esta artesanía en la obra de Vargas Llosa? Pasó que la obra fue la vida diplomática, el smoking, las cuentas off shore y la mar de las concesiones a sus lectores más idiotas que aplauden su perfil "liberal".