CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Casi nunca", de Daniel Sada

Altas dosis de sexo y suspenso en una novela armada con los hermosos ladrillos de un barroco personal y salvaje.

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Daniel Sada Villarreal (Baja California, 1953 - México DF, 2011), narrador y poeta mexicano. | Cedoc Perfil

Casi nunca, de Daniel Sada, es la historia de un hombre de dos mujeres (tres si se cuenta a su madre). Con una tiene sexo apasionado; con otra, una promesa de matrimonio. Con esa disposición inicial, la novela empieza a inclinar la narración hacia el lado del suspenso. Donde había un plan de acción (coger lindo, o casarse) se hace lugar un plan de espera. La decisión que toma el personaje es la de entregarse al suspenso, y el suspenso es sin duda una experiencia barroca, de la que Sada extrae su lenguaje preciosista y brutal.

No es cierto que en una espera no ocurra nada. En una espera ocurre todo: lo que ocurre, y lo que no ocurre también. En ese suspenso se desencadena una extraña fertilidad narrativa. Hay tanto o más gasto narrativo y verbal en referir un acontecimiento que no llega nunca como en describir en todos sus detalles lo que acaba de ocurrir. La especulación también es un hecho, al menos un hecho del lenguaje, y en ese campo, Casi nunca imagina todas las posibilidades de la historia que cuenta y que sucede impulsada por un motor de estilo basado en la interrupción. Cada vez que hay un acercamiento físico entre el héroe indeciso y su prometida, el acercamiento es interrumpido. Esa interrupción es violenta porque le recuerda la distancia que existe entre el futuro que va a llegar y la pausa que lo demora. ¿Se puede, con una anécdota minimalista, escribir una novela barroca? Sí. De hecho, ese es el procedimiento más o menos común de la novela.

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Alguna vez Carlos Fuentes dijo que la lengua de Sada era mitad de Cantinflas y mitad de Góngora. Tenemos en Sada esas dos lenguas unidas. Están hibridadas, aunque con una especie de degeneración hacia la lengua del norte mexicano pero también hacia la lengua privada de Sada, que tiene algo del español del Siglo de Oro y un universo muy cerrado de neologismos. Cuando uno toma una palabra (supongamos que esa palabra está en uso en determinada geografía) y la degenera, es decir, la hace declinar hacia un modo propio de nombrar esa palabra que hace que ya no sea la misma sino otra, produce una especie de eco poético y también musical. Hay un ruido en Sada, un ruido que es totalmente sadiano. Esa es su lengua única y, por momentos, ilegible.

Las primeras dos palabras de la novela, además de su verdadero tema, son: “El sexo”. Y agrega: “Conjeturas truncas durante una caminata, bajo una tarde descolorida. Cuadras de calles en declive y en ascenso. Dificultades al paso, y también en la mente”. ¿Sexo y caminata no son los deportes preferidos de Ulises, de James Joyce? La cosa regional es cortada transversalmente por la historia de la literatura, y la vanguardia de la novela.

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Los protocolos femenimos que se ofrecen al sexo son los dos modelos clásicos sobre los que ha girado el deseo masculino: la puta y la santa. Le pasa o le ha pasado a todo el mundo detenerse en esa encrucijada, y de ello no puede escribirse sino un manual de vulgaridades o, como pudo hacerlo Sada, un castillo verbal alzado con los hermosos ladrillos de un barroco personal y salvaje.