CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "La balada de la cárcel de Reading", de Oscar Wilde

Entre 1895 y 1897 Oscar Wilde purgó una pena por “indecente sodomita”. La experiencia quedó reflejada en este poema.

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Oscar Wilde (Dublín, 1854 - París, 1900). | Cedoc

Para introducir este asunto en el mapa de la actualidad -el único servicio que los diarios pueden prestarle a la literatura- hay que decir que Kate Middleton, Duquesa de Cambridge y esposa del Príncipe William de Inglaterra, nació en 1982 en un pequeño condado de Reading, en cuya cárcel principal Oscar Wilde purgó una pena por “indecente sodomita” entre 1895 y 1897, impulsada a modo de contragolpe judicial por su suegro, el Marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred Douglas, por quien Wilde dejó todo: la heterosexualidad blanda que le dio dos hijos, una esposa con dotes y su casa de familia.

Es Reading la marca que entierra la frivolidad militante de Wilde y su lookeo que lo hace aparecer como rey o como modelo de una fábrica de cotillón. Allí está la foto que le tomó Napoleón Sarony en 1882, en la que no faltan un cetro de utilería, un sillón distinguido, su cuestionado peinado de beatle al borde de la separación, la posición incómoda en la que sostiene su pesada mandíbula de clase odontológica 3 y un tapado oscuro de puños y cuello quizás extraídos de la piel de algún oso (no lo sabemos).

Todo lo que iluminó la obra y la deslumbrante vida social de Wilde, su tendencia a resumir grandes ideas en el formato comprimido del tweet y su éxito en los relatos de consumo infantil y juvenil (desprendimiento lógico de su amor por la mitología griega), se fue por ese agujero negro llamado Reading. Allí pagó por su amor inaceptable para la época y allí vió la ejecución de Charles Thomas Wooldridge, un compañero de expiación que había matado a su esposa.

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La experiencia fue restaurada en 1898, durante su exilio sentimental en Francia, en el poema La balada de la cárcel de Reading. Es la memoria de su crack up, una catástrofe que no le ocurre a Wilde pero en la que Wilde se siente reflejado. La identificación con el ahorcado es plena. Después de todo él también ve pasar las nubes en “extraña libertad”.

Escrita en una prosa esparcida en verso, como centrifugada, La balada de la cárcel de Reading es una elegía generalista que nos cuenta lo que ya sabemos: que todos los hombres son condenados a muerte. También es una crónica intimista sobre el peso del encierro. Cada día dura un año “de días muy largos”, y los muros  son sólidos. El castigo no consiste en encerrar a los reos para que allí vivan el paso del tiempo (“esa pérdida de dinero”, como dice en uno de sus millones de aforismos) sino para que el tiempo no pase. Esa experiencia, la de recibir todo el tiempo del mundo pero en estado de suspensión (darle pan a quien no tiene dientes), es la máxima tortura para Wilde, y una garantía de trance poético.

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La balada de la cárcel de Reading es, también, el sitio literario donde yace, como esculpida, la gran frase del gran fraseólogo del siglo XIX: “Y todos los hombres matan lo que aman”. La oscuridad de ese verso que es, en sí misma, una abundante antología wildeana, revela en el poema el “problema” de la valentía. Matar lo que se ama es un acto de valientes (es el costo que se paga por amar). Que estas palabras negras surjan del interior gastado de un dandy no es un error de cálculo de él -ni de nosotros- sino el golpe de gracia que la verdad de la existencia le da al ingenio que la estaba ocultando.