CULTURA
nueva edición

Matar lo que se ama

Célebre por ser uno de los autores con mayor ingenio de la lengua inglesa, Ediciones Granica publica en un solo tomo los textos “Oscar Wilde y yo”, de su amante, Lord Alfred Douglas, y "De profundis", acaso el poema más grandioso del irlandés, escrito desde la cárcel. En este artículo, Luis Gusmán, calibra esos límites difusos entre el amor y el odio.

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Dupla. Lord Alfred Douglas y Oscar Wilde se conocieron en 1891; Alfred tenía 21 años mientras que Wilde, 37. | cedoc

Desde que nos conocimos nos separó un abismo”, escribe Lord Alfred Douglas a quien fuera su amigo íntimo, Oscar Wilde. Leyendo el libro, este abismo a veces es más profundo; otras, parece que no existiera.  

El título del libro es en un sentido revelador: Oscar Wilde y yo, seguido de esa larga carta dirigida a Douglas y que se transformó en libro: De profundis.  Revelador, porque efectivamente se trata del yo, dado que es una respuesta pasional al texto que Wilde escribiera desde la cárcel, y tiene la marca pasional de amor y de odio. Es por eso, en cómo está escrito, que predominan dos figuras: cuando se trata del discurso amoroso, la fascinación; cuando se trata del odio, la diatriba.

La idea editorial de reunir los dos textos es realmente un acierto: un libro no podía haber sido escrito sin el otro. Wilde escribe su libro en la cárcel de Reading, donde estuvo preso, acusado, se diría hoy, de abuso moral. Y en ese lugar de reclusión, que duró dos años, escribió quizá su mejor poema: La balada de la cárcel de Reading, uno de cuyos versos es una pregunta: “¿Por qué será que los hombres matan lo que aman/ por qué será?”.

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Después de leer ambos textos, el lector podría decir que se trata de una pregunta que Wilde le formula a Douglas, pero a la vez es posible que fuese una pregunta que se hizo a sí mismo.

Propongo entonces leer cortazarianamente ambos textos reunidos: del final hacia el comienzo. Primero De profundis, y después Oscar Wilde y yo. La edición –por lo demás, impecable– nos facilita esta posibilidad. No es un descargo; es un libro donde el yo del autor se confiesa. Todo aquello que de Wilde fascinaba a Douglas adquiere a través de las páginas el sentido inverso, lindante en lo ridículo. La admiración pretende ser un error, un pecado de juventud: “Más todavía: lo que antaño me movió a la admiración en Wilde no me inspira hoy sino desprecio”.

El libro está escrito en dos tiempos, donde estos dos sentimientos –la atracción, la repulsión–  a veces se contraponen y otras se superponen, y hacen que el lector siga las vicisitudes de esta historia con un suspenso que solo otorga un género que podríamos llamar, apelando al título de Flaubert, la educación sentimental. Ya que cuando Douglas conoce en Oxford a Wilde, él era un joven de veintitrés años, y como él mismo dice “aparentaba dieciséis”, y Wilde, un señor maduro de alrededor de cuarenta años.

Douglas es el seductor seducido. Y la tragedia se convierte realmente en una comedia.

‘De profundis’. De que el libro de Douglas es una respuesta al libro de Wilde no hay duda; de que lo excede, tampoco. Es posible, incluso, que a veces el poeta que Douglas pudo haber sido o fue se opaque en la diatriba desmesurada.

Douglas busca, sin dudas, la complicidad del lector: “Me resulta imposible recordar hoy, para explicárselas a los lectores, las razones de la fascinación por Oscar Wilde, en aquellos días para siempre idos”.

El libro de Douglas excede también las razones que aduce, ya que está escrito en el contexto en que ha perdido su demanda contra Arthur Ransome, autor de un ensayo sobre Wilde donde acusa a Douglas de haber sido la ruina moral y financiera del autor de El retrato de Dorian Gray.

Pero es evidente que la publicación, primero fragmentaria y después del libro entero de Wilde, lo hirió profundamente. Con lo cual los primeros versos de La balada... dieron, si el autor se lo propuso, en el corazón de Douglas, que en este libro reacciona con un despecho que, según el pasaje, cede al dolor o a la indignación: “La revelación de su vil perfidia hará cosa de un año, al conocer la parte inédita del De profundis, el estremecimiento de horror, indignación y asco que la lectura de ese documento me produjo, la evidencia de que, en los últimos años de su vida después de su excarcelación, me profesaba el más vivo afecto… cuando ya Wilde era el secreto autor  de una inmunda y mentirosa diatriba  sobre mi familia y sobre mí, destinada a ser publicada después de mi muerte, todo eso hace que no logre explicar mi antiguo apego”.

El despecho. En el libro, el lector puede asistir a las idas y vueltas del amor y del odio del autor. Sí, se trata de una diatriba contra Wilde. O quizá de un simple o complejo asunto de celos, ya que Douglas carga una y otra vez contra los admiradores del escritor, que hicieron de Wilde una estatua de “príncipe infeliz” sometido a las injurias y falsías del propio  Douglas. Los mismos, según Douglas, que pintaron con colores patéticos la reclusión de Wilde en la cárcel: “El examen de los pasajes del De profundis reproducidos en el proceso Ransome hubiera debido convencerlos de que el bienaventurado huésped de las cárceles de Wandsworth y de Reading es un hipócrita redomado…”.

Las cartas. Sucede que durante el proceso Ransome, la carta De profundis se ha transformado en documento: “La propiedad de las cartas particulares parece confusa y de una gran incoherencia”, escribe Douglas, quien fuera depositario directo de la mencionada carta y que, por cuestiones que el libro aclara, ni siquiera alcanzó a leer. La carta íntima, interceptada por el chisme público y blandida por los admiradores de Wilde y detractores de Douglas, hace que este –con cierta ingenuidad, por qué no creerle– escriba: “Las cartas, aunque escritas a la ligera por la mayor parte de la gente, y consideradas como documentos sin importancia, son sin embargo mucho más importantes de lo que parecen. Si yo hubiese procedido con cautela, es probable que jamás habría escrito las cartas que le escribí a Wilde…”.

En 1901, pocos meses después de la muerte de Wilde, Douglas escribió este soneto que comienza con este verso: “En sueños lo vi la última noche”, y finaliza con este otro: “Al despertarme supe que él había muerto”.  Lo incluye en un libro de 1909. Oscar Wilde y yo comienza a escribirlo en 1913. Cuando se trata de un libro como este, las fechas reales tienen poca importancia, porque se trata de otra temporalidad.

Como lectores del libro nos enteramos de los estremecimientos que en Douglas produjo la publicación del De profundis. Nunca sabremos qué le hubiera sucedido a Wilde leyendo el testimonio de Douglas. Quizá, “cuando se mata lo que ama” se desata –como el título de aquella vieja película americana– un huracán de pasiones. ¿Por qué será entonces que los hombres matan lo que aman?.