Se escribe por desconocimiento y por insatisfacción. Prueba histórica de lo segundo es la obra de Honoré de Balzac, surgida de esa enorme cabeza que es menos la cabeza que tuvo que la que reconfiguró Rodin en “Cabeza monumental de Balzac”, un bloque de arcilla esmaltado donde la boca, las cejas, la nariz, etc, son monstruosidades que salen del pensamiento, pequeños aliens que no pueden sosegarse en un interior .
Descontento con la Comedia humana, que impulsa la idea de que la novela francesa es acerca de un solo tema llamado Totalidad, y cuyo vacío se compensa con cientos de historias, escenas y estudios, Balzac también escribe por afuera de su enorme máquina de relatos de época (llamemos a esa época “época humana”).
Es cierto que la escritura fue para él la única herramienta disponible para condonar las deudas que surgían de sus pésimos negocios, pero también lo lanzó a una carrera que consistía en moverse. Para Balzac escribir es pensar, y pensar es moverse. Su arte anida en la dinámica que lo despliega, en un idioma del cuerpo que, como una industria intangible, produce naturalmente literatura.
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En 1908, la librería Paul Ollendorff publicó cuatro ensayos breves de Balzac, sobrantes de la Comedia humana, con el título Dime cómo andas, te drogas, vistes y comes y te diré quién eres: Teoría del andar, Tratado de los excitantes modernos, Fisiología del vestir y Fisiología gastronómica. El conjunto, escrito entre 1830 y 1833, homenajea la Fisiología del gusto, de Brillat-Savarin, y su idea de que el mundo moderno necesitaba la descripción de sistemas nuevos, la invención de nuevos lenguajes y la ampliación de las ciencias sociales.
Lo que surge en estos ensayos sostenidos por la gracia, la ironía y el vicio de la asociación libre, es que Balzac, “el” escritor realista, corre desesperadamente detrás de los hechos. Su gran descubrimiento es haber revelado que la realidad es un objeto desbordante, inflacionario, dinámico e inaccesible que sólo se puede afrontar mediante el registro de la exageración. La realidad es un bolazo.
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La teoría del andar de Balzac dice que la gracia “requiere formas redondeadas” (es evidente que piensa en culos), y que cuando se camina se debe mantener la seriedad del rostro. De los excitantes modernos (al alcohol, el tabaco, el chocolate, el azúcar y el té), no se queda con el tabaco pero sí con el narguile, es decir que se queda con la elegancia antigua de Asia antes que con la modernidad de París. Su análisis del vestuario sólo se dedica a destruir la corbata y a recordarnos el espanto del traje “acolchado”; y en cuanto a la gastronomía, no le avergüenza reportarse a la autoridad bien ganada de Brillat-Savarin.
Como en tantos pasajes de su inmensa obra, a Balzac se lo ve tentado, conteniendo la risa frente a la estupidez que brota de los hombres y sus objetos. Porque si hay algo en la mirada de Balzac es que esa mirada no puede creer del todo en lo que ve. El mundo social, la reducción de todos los niveles del mundo (incluyendo los invisibles) a un universo exclusivamente humano, no es el elemento inspirador de su obra sino el enemigo mortal oculto sobre el que echa un baño de luz.
Juan José Becerra