CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "La muerte de Belle", de Georges Simenon

El prolífico escritor belga teje una trama de enigmas a través de su protagonista, Belle Sherman. Galería de fotos

Georges Simenon 05132019
Georges Simenon (1903-1989) fue un escritor belga, aunque eligió el francés como lengua literaria. | CEDOC

Entre el Manekken Pis, Hergé, Jaques Brel, la Grand Place de Bruselas y las trufas Godiva, surge la deidad de Bélgica: Georges Simenon (1903 - 1989), el escritor comparable a un “lanchón rápido” según el parecer naval de Peter Handke (el escritor Unimog).

Simenon es un mundo inabarcable. Wikipedia le cuenta cientos de novelas transcurridas en mil ochocientos puntos del mundo por los que van y vienen cerca de nueve mil personajes. Por lo que es aconsejable comenzar con los ojos cerrados y apuntar a un título cualquiera, en este caso “La muerte de Belle” (1951), de la serie sin las inspecciones de Magriet, donde pueden encontrarse sus relatos policiales más metafísicos.

“La muerte de Belle” es una novela de instrucción judicial, lo que no enfría el interés dado que la burocracia es una máquina de suspenso. La joven Belle Sherman es la huésped de Christine Ashby, una vieja amiga de su madre. Una noche se arma una furiosa partida de bridge, y Christine no puede vencerla tentación de perderse en el arte de hecer bazas. Concurre a la partouze de cartas, más su esposo, el profesor Spencer Ashby, no está de ánimo para acompañarla. No hay nada como el hogar. La situación habría sido normal, y aquí estaríamos hablando de otra cosa, si esa misma noche Belle no hubiera aparecido muerta en la Ashby house.

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Lo que ocurre a partir del momento en que se descubre el crimen es una composición de perfiles. Las sabias maniobras iniciales de Simenon nos han presentado una historia de desconocidos, y saber quién es cada uno forma el ovillo que tejerá la trama. En Simenón, ya lo sabrán, la trama es el descubrimiento -y el encubrimiento simultáneo como herramienta de duración- de los personajes que llegan a la historia sin muchos datos, como si se presentaran a un casting de novatos a los que el autor les irá dando letra y responsabilidades dramáticas cada vez más comprometidas.

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Novela Policial.

Durante muchas páginas se “gira” alrededor de una llave: si Belle la tuvo, si la entregó a un desconocido, si está afuera o adentro de la casa donde la encontraron muerta. Es una maniobra de centrifugado que nos mantiene en vilo. Luego, como ordenan los protocolos de la lógica policial, se investiga a la víctima para conocer sus historias, sin las cuales no habría personajes en las novelas ni personas en el mundo.

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La joven Belle ha sido amante de hombres casados, ha protagonizado accidentes automovilísticos y bebe parejo, aunque menos que su madre, que frecuenta las ligas sórdidas del alcohol puro. Esa suciedad parece ir limpiando las sospechas sobre el profesor Spencer Ashby, quien con el stress de una ardilla les pregunta a sus interrogadores: “¿Y yo que soy?”. “Testigo”, le dicen.

Para decirlo en términos escolares -tan nítida se ven las piezas en la hermosa novela de Simenon- el desenlace actúa contra el nudo, donde el hombre de las mil pipas nos ha plantado un final falso. Aliviados porque las olas se han retirado de la playa, no advertimos que lo han hecho para regresar como maremoto. Entre esos dos momentos, el del rélax y el de la catástrofe, en ese “vacío”, la literatura se presenta sin palabras, como una fuerza natural.